Las víctimas de la violencia en el deporte
EL JUEGO Y LAS LÁGRIMAS

Cayeron a balazos, a golpes, a puñaladas. Murieron a la vista de amigos, de extraños, de sus propias familias. No habían ido a una guerra sino a un juego. Las pantallas, los micrófonos, internet y las páginas de diarios se llenaron, primero con sus nombres, y luego, cuando se pudo o se supo, con el de sus verdugos.

No era la guerra sino un juego, pero terminó –sigue terminando- con asesinos y sacrificados, con víctimas y victimarios. La violencia que estalla cada vez con más asiduidad antes, durante o después de espectáculos deportivos, tiene a sus protagonistas y a sus actores, presuntamente, secundarios: policías, dirigentes de fútbol, barrabravas pesados, barrabravas vigilantes, testigos. Después de cada estallido, todo se apaga, como se apagan los focos del estadio cuando ya no hay testigos para ver como las luces suelen dejar a muchos en las sombras.

El Observador fue en busca de quienes habitualmente no entran en el encuadre del lente que registra esas tragedias que cada vez sorprenden (¿duelen?) menos. Son madres, padres, hijos, hermanos, amigos, para quienes el dolor no se apagó porque nunca se apagará. Por eso siguen llorando, porque ¡se trataba de un juego! y resultó ser la guerra.

Este especial de El Observador con las familias de las víctimas de la violencia en el deporte abreva en el principio básico de que una acción provoca, y en general busca, una reacción. Una acción que, sin pronunciarlo, procura ser un grito que convoque al nunca más.

Nunca más una lágrima que no sea aquella provocada por la sana pasión de lo que nunca debió, nunca debe, ser otra cosa que un juego.

Por Gabriel Pereyra

Soledad Barrios

Soledad en aquella noche maldita. Soledad Barrios | 14 de diciembre de 2012

Salió al balcón de su casa, mientras en la calle se enfrentaban las hinchadas de Cordón y Welcome. Una bala perdida terminó con su vida.

Soledad imponía presencia. La personalidad era su principal carta de presentación. Transitaba por el mundo con la misión de salvar vidas. Luego de una prolongada guardia en el hospital decidió descansar. Su sueño fue interrumpido. Aquella maldita moche salió al balcón a insultar a los violentos que se enfrentaban en la calle, cerca de su auto. Una bala perdida le cortó la vida y rebotó afectando otras vidas, la de su familia, su novio, sus amigas.

Héctor Da Cunha

Puñalada a la familia. Héctor Da Cunha | 11 de marzo de 2006

Lo asesinaron hinchas de Peñarol, cuando salía del estadio Centenario junto a su esposa y su hijo.

Cooperativa Peñarol Nacional Cerro: Copenace. Damián Da Cunha se crió jugando con amigos en ese equipo, dirigido por Héctor, su padre, un sindicalista que militaba contra la violencia. Damián y su madre vieron cómo un grupo de hinchas de Peñarol, que recibió entradas para el partido por integrar la barra brava, asesinó a Héctor en la parada de ómnibus. La razón: llevaba un gorro de Cerro.

Carlos Gómez, el primer asesinado | 22 de setiembre de 1957

Se jugó la final de la B entre Progreso y Sud América. Durante el partido, lo mató a golpes la barra rival.

Cuando terminó el primer tiempo, Sud América ganaba 2 a 1 y se aseguraba así el ascenso a Primera División. En el entretiempo, como era tradición, las hinchadas se cambiaron de lugar para seguir el ataque de su equipo. Carlos Gómez, un corpulento taxista de 33 años que seguía a Sud América todos los fines de semana, se enfrentó en solitario a un grupo de hinchas de Progreso. "Fue guapo", recuerda su sobrina, "pero es un guapo muerto".



“El extraño caso del funji negro”

En la introducción del libro La Doce. La verdadera historia de la barra brava de Boca, de editorial Sudamericana, el periodista Gustavo Grabia relata el homicidio de Pedro Demby, un uruguayo de 22 años que fue asesinado por un barra de Boca.

“El 2 de noviembre de 1924, la selección argentina de fútbol fue a jugar a Montevideo la final del torneo Sudamericano contra Uruguay. Necesitaba ganar para salir campeón. El 0-0 terminó beneficiando a los charrúas, que conquistaron así su cuarta Copa América. A la salida del estadio se produjo una pelea con hinchas argentinos; sucedió en las inmediaciones del hotel Colón, en la esquina de Mitre y Rolón, plena Ciudad Vieja, donde se alojaba la selección argentina. Porque si bien la copa se había quedado en Uruguay, los argentinos festejaban que el campeón olímpico no había podido vencerlos, cuando un mes atrás, en Buenos Aires, el partido había finalizado 2-1 para la albiceleste. Un grupo de uruguayos empezó a burlarse de los argentinos por celebrar un subcampeonato y las pasiones se desataron. La pelea dejó un muerto por arma de fuego: Pedro Demby, uruguayo, 22 años, cuyo crimen sigue impune 90 años después.

¿Por qué es importante el hecho?

Según un estudio realizado por el especialista Amílcar Romero, este es el primer crimen por violencia comprobable en el fútbol donde está implicado un barra argentino. ¿Qué tiene que ver con La Doce? Muy simple: quien terminó acusado por el crimen fue José Lázaro Rodríguez, alias el Petiso, un conocidísimo hincha de Boca, número dos de la proto barra que lideraba José Stella, más conocido como Pepino El Camorrista, ‘un protegido del arquero de Boca, Américo Tesorieri, que desde chiquilín se paraba siempre detrás del arco de su ídolo, y al que los boqueases habían adoptado como mascota’ (Muerte en la cancha, Amílcar Romero, 1986). A Peino y al Petiso, que se alojaban en el hotel Colón, se los vio aquel día liderando la barra argentina, que había arribado en dos viajes del Vapor de la Carrera, que por entonces cubría el trayecto entre Buenos Aires y Montevideo. Ambos usaban funyi negro, y una de las pistas que los incriminaban fue precisamente el sombrero que, según declararon algunos testigos, portaba quien hizo los disparos. Ese sombrero que apareció tirado a menos de 40 metros del cuerpo de Demby tenía estampada la etiqueta del comercio donde había sido adquirido: Casa Grande y Marelli, Almirante Brown 870, corazón de la Republica de La Boca. Pero al igual que en la actualidad, la política argentina no se mostró muy predispuesta a investigar los crímenes del fútbol. ‘Lamento vivamente el incidente sangriento que ha sombreado el digno prestigioso signo de cultura y noble espíritu deportivo. Stop’, escribió telegráficamente Vicente Gallo, ministro del Interior argentino, a su par uruguayo. Fue todo lo que se hizo oficialmente para desentrañar el caso. Corría 1924 y la violencia en el fútbol, originada por un barra de Boca, se cobrara su primera víctima.

Pero la Policía uruguaya no se quedó con esa respuesta. Según cuentan Óscar Barnade y Waldemar Iglesias en Mitos y creencias del fútbol argentino (Editorial Al Arco, 2007), el jefe de dicha fuerza, Juan Carlos Gómez Folle, miraba a diario los periódicos argentinos buscando algo que lo acercara a la verdad. Y la respuesta la encontró poco tiempo después. En la edición del 4 de noviembre de 1924, apareció en el diario Crítica una foto de una cena en el restaurante El Trapo, propiedad del arquero Américo Tesorieri, a la que habían concurrido varios jugadores y simpatizantes. Con esa foto y a través de testigos, Gómez Folle logró identificar al Petiso Rodríguez, que tres semanas después terminó preso en el penal de Devoto.

Hoy, 90 años más tarde, se entienden mucho mejor las palabras que Rafael Di Zeo, el actual jefe de La Doce, enarbolaba como bandera: "¿Vos te creés que conmigo preso la violencia se va a terminar? ¿Vos te creés que si nos juntan a todos en una plaza y nos matan, la violencia se va a terminar? No, no se va a terminar nunca. ¿Sabés por qué? Porque esto es una escuela. Es herencia, herencia y herencia. Viene desde 1931 cuando los de River ya cobraban a manos de La Doce. Y seguirá siempre. Porque el fútbol es así. La violencia no la generamos nosotros, solo sucede. Está ahí, en el fútbol. La Policía arma un operativo de seguridad para que no pase nada. Pero cuando falla y se encuentran dos barras, sucede. Y eso no se va a terminar jamás."

Daniel Tosquellas

La ausencia del hermano grande. Daniel Tosquellas | 30 de marzo de 1996

Fue a ver a Nacional al Parque Central. Al salir del estadio recibió dos disparos de la barra de Cerro.

Hoy el Carliño es un delincuente con un prontuario de temer, pero hasta el 30 de marzo de 1996 solo sabían de su existencia sus allegados. Según la Justicia, ese día, y al terminar un partido entre Nacional y Cerro, mató de dos tiros a Daniel Tosquellas. El hermano de Daniel, Pablo, no cree en esa hipótesis. Incluso, tiene un identikit del presunto verdadero asesino. En cualquier caso, a Pablo nadie le devuelve "el brazo fuerte del hermano grande".

La noche más triste de Aguada | Rodrigo Núñez | 9 de mayo de 2009

Una barra de Peñarol asesinó a Rodrigo Núñez y Rodrigo Barrios.

Rodrigo Núñez se pasó la tarde del 8 de mayo de 2009 tirando al aro, frente a su casa, en la cancha de Aguada, su segunda casa. Tiraba y embocaba. Si erraba, volvía a tirar. Era el capitán, el líder del grupo, el base que, confiado en su persistencia, mejor futuro prometía. Nunca entendió que para algunos el deporte es una guerra. Subestimó, como el resto de sus amigos, dónde puede terminar la violencia. Esa noche de otoño se cruzó con una barra de desconocidos que buscaba sangre. "Aguante Aguada y Nacional", dijo. Murió a la mañana siguiente.

Próximo informe

Soledad Barrios

Furia con cal. Claudio Alvarado | 29 de Noviembre de 2006

Un kinesiólogo le tiró cal en los ojos al árbitro Claudio Alvarado. Perdió la vista por semanas.