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El lento cambio que enfrenta Hollywood

Pese a la nueva lista de invitados de la Academia, el cine de alto valor de producción da tropezones hacia la inclusión
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06 de julio de 2016 a las 05:00

"El shock del futuro es el estrés aplastante y la desorientación que inducimos en los individuos al exponerlos a demasiados cambios en un período corto de tiempo". Esas fueron las palabras del autor Alvin Toffler, quien murió la semana pasada a los 87 años. Son extraídas de su libro más famoso, El shock del futuro, publicado en 1970, pero cuyos principios se sienten actuales, al menos en Hollywood. Solo un par de días después de la muerte de Toffler, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas anunció que invitaría a 683 realizadores y profesionales a unirse, entre los cuales se encontraban mujeres y personas de raza negra.

Claramente punzado por la crítica a su falta de representatividad e inclusión (resumida por el hashtag #OscarsSoWhite, en español "Oscars demasiado blancos") la organización –aún mayoritariamente blanca y masculina– buscó diversificarse no solo en género y etnia, sino en edad y nacionalidad: la lista incluye jóvenes por debajo de la línea de 50 años que ha sido trazada por los otros miembros y cerca de dos docenas de posibles integrantes no son originarios de Estados Unidos.

Aunque estas perspectivas frescas sean bienvenidas, la política de la Academia también tiene sentido en lo que respecta al negocio: según un censo reciente, los bebés "minoría" ahora suponen la mayoría de los nacimientos en Estados Unidos, con poco más del 50% de los infantes menores de 1 año de edad perteneciendo a diversos grupos étnicos. Algunos observadores pueden llegar a ver las políticas inclusivas de la Academia como una suerte de inoculación contra otro hashtag viral, pero también marcan un intento de la industria del entretenimiento de mantenerse erguida frente a las expectativas y espectadores nuevos.

La Academia es solo uno de los grandes que demuestra cómo Hollywood responde a esos cambios, sin importar cuán incómodas sean las propuestas: se pueden ver estos principios de evolución en las películas mismas. Free State of Jones, un drama ambientado en la guerra civil estadounidense con protagónico de Matthew McConaughey como Newton Knight, hizo un esfuerzo para presentar su versión de la historia de un modo verídico. Trabajando con un grupo de historiadores, el director, Gary Ross, quiso evitar los clichés del "salvador blanco", al crear un aliado negro para luchar junto a McConaughey y al elegir a Gugu Mbatha-Raw para interpretar a Rachel, una sirvienta esclavizada que se convierte en la esposa de Knight.


Pero Free State of Jones, cuyo desempeño en la taquilla ha sido débil, no pudo sino convertirse en el tipo de película que Ross quería evitar ya que, teniendo a McConaughey como vehículo estrella, solo pudo tener un héroe valorizado. Ross no ayudó a su propia causa al omitir verdades poco halagadoras, como que Rachel había sido, antes, propiedad del padre de Knight.

Con los recuerdos de 12 años de esclavitud y The Birth of a Nation aún frescos, el filme se adentró en un momento histórico en el que las historias que retratan a mujeres o personas de color como personajes marginales, pasivos, decorativos o malignos chocan con las expectativas de los espectadores.

Clásico revisitado

Esta nueva realidad es reconocida, aunque de una forma ridícula, en La leyenda de Tarzán. Aquí, los realizadores intentan navegar la óptica colonialista de un hombre blanco con ascendencia británica que se propone rescatar a los nativos oprimidos del Congo. En un pastiche entretenido que recuerda a cómics antiguos, los escritores Craig Brewer y Adam Cozad insertaron un personaje real para que acompañe a Tarzán en sus aventuras: George Washington Williams, hijo de exesclavos que visitó el Congo en 1889 con invitación del rey Leopoldo II de Bélgica y que, a su retorno, escribió una carta abierta al monarca sobre sus políticas brutales hacia el pueblo congoleño.

Convertida en una conjunción demencial de historia, fantasía, escapismo y buenas intenciones frustradas, La leyenda de Tarzán incluye a Samuel L. Jackson como Williams, otorgándole al filme el mismo grado de revisionismo que Abraham Lincoln: cazador de vampiros y Django sin cadenas. Pero, a pesar de los esfuerzos de los escritores, Tarzán, como el reciente y lamentable Llanero Solitario, es uno de esos antiguos bienes de estudios cuyos valores retrógrados están tan engranados que no existe iluminación racial y social que los haga aceptables para las percepciones del siglo XXI.


Tanto en Free State of Jones como en La leyenda de Tarzán es posible evidenciar a titanes de la cultura pop llegando a la reticente comprensión de que la mirada colectiva que se ha sustentado durante el último siglo –una mirada blanca y masculina que comparten los ejecutivos del cine– no solo no garantiza el éxito sino que puede, además, suponer una catástrofe.

Los nuevos miembros de la Academia no necesariamente cambiarán las políticas de los estudios, pero pueden llegar a darles un empujón: hay chances de que reconozcan las películas que los estudios han ignorado históricamente, dándoles más visibilidad, atractivo marketinero y, quizá, ganancias sorprendentes.

Los líderes de los estudios, entonces, seguirán ese camino, percatándose de que cuanto más inclusivos sean en sus filas creativas y corporativas, más posibilidades tendrán de lograr éxitos entre audiencias diversas y culturalmente liberadas. O, en otras palabras, ese 50% de bebés que pronto demandará verse a sí mismo en las pantallas. Como dijo Toffler, "los iletrados del futuro no serán las personas que no sepan leer. Serán las personas que no sepan cómo aprender".

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