"Maldita sea (la hora)"

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El maltrato como vida cotidiana

El Museo Torres García presenta Maldita sea (la hora), de Julio Chávez, sobre una familia disfuncional al borde del abismo
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09 de agosto de 2013 a las 20:59

Quizá por una mezcla entre el interés psicoanalítico, la importancia de la herencia italiana y la preeminencia del teatro realista, uno de los temas fundamentales de la dramaturgia argentina es el de las familias disfuncionales. La nona, de Roberto Cossa, y La omisión de la Familia Coleman, de Claudio Tolcachir, son dos ejemplos paradigmáticos de este recorrido creativo.

Hace dos semanas, el Teatro del Museo Torres García puso en cartel otra obra que transita, en clave dramática, por los vínculos de maltrato que muchas veces se producen en la siempre idealizada célula de la sociedad. Se trata de Maldita sea (la hora), del destacado director argentino Julio Chávez, más conocido en Uruguay por la película Un oso rojo y la serie El puntero. La puesta uruguaya está a cargo de Sandra Américo, quien recientemente integró el elenco de Top Girls, dirigida por Margarita Musto.

El espectáculo, que se exhibirá los sábados de agosto a las 21:00 horas y los domingos a las 19:00 horas, cuenta la historia de tres hermanos (dos mujeres y un hombre) y el marido de una de ellas, que viven en el sótano de la casa de su madre, y que acordaron cuidar a su cuarta hermana, Sofía, una adolescente con discapacidad mental, a cambio de alojamiento y comida.

Ese ambiente claustrofóbico, al que contribuye la intimidad de la sala del sótano del museo, delinea una relación en la que la violencia es la moneda corriente, la dependencia se vuelve parasitaria y los escasos gestos de amor suelen ser fachadas vacías de significado.

El grupo de personajes está integrado por Dolores, la hermana mayor, quien tiene una pierna coja y un marido “chupasangre” que la maltrata, mientras ella traslada ese odio hacia el resto, en especial a Sofía. Su hastío por ser la responsable del hogar, contrasta con Violeta, cuya mayor agresividad es la despreocupación, y quien llena su vacío existencial saliendo de noche y mirando películas de Jessica Lange. También está el hermano varón, Mario, acaso el personaje menos delineado, cuyas peroratas intelectuales chocan en un ambiente en el que solo hay espacio para la palabra como insulto.

Pero para bien o para mal, la convivencia gira en torno a Sofía, la única que es recibida ocasionalmente por su madre (cuya presencia es invisible pero su voz se escucha cuando los personajes encienden un baby call).

Es interesante cómo la obra explora la relación de la familia con una persona con discapacidad. Hay algo macabro en la escena en que la visten de rosado y colitas, convirtiéndola a la fuerza en una niña, aunque durante toda la obra Sofía dé muestras de una sexualidad exacerbada.

La adolescente funciona también como una emisaria entre el “abajo” y ese arriba dictatorial en el que habita la madre, que le da a sus vástagos casa y comida mientras no salgan de su existencia sumergida.

Salvo algún desfasaje actoral, las interpretaciones son consistentes, en especial la de Mariela Viña, en el rol de Dolores, y Andrea de Olarte, en el papel de Sofía (aunque genere extrañeza que una mujer adulta interprete a una adolescente a la que se viste como a una niña).

Dos familias
Es difícil no comparar Maldita sea (la hora) con La omisión de la familia Coleman. Ambas surgen de un mismo contexto histórico (Argentina post crisis de 2001) y las dos narran las vivencias de una familia unida a la fuerza por la necesidad económica, con un personaje central con un problema mental y el maltrato como vínculo. La ausencia en presencia y referencia a la figura del padre (acaso la principal omisión de la obra de Tolcachir) es también una característica de ambas. Pero las dos transitan caminos muy diferentes.

La obra de Chavez exuda violencia por donde se la mire, en los gestos, en las palabras, en las corporalidades.

“Si seguís provocándome vas a ir a buscar la mandíbula a la rambla”, le dice un personaje a otro, y esta es solo una de las incontables veces en que estos se insultan y denigran. Pero allí donde la obra de Tolcachir encuentra en el humor una ventana que deje entrar un poco de aire, en la obra de Chávez casi no hay resquicios y eso la vuelve demasiado encerrada en su espiral de insultos.

Maldita sea (la hora) no destaca por la belleza u ocurrencia de sus diálogos, pero quizás su mayor virtud sea que consigue generar un clima de maltrato y claustrofobia que se queda con el espectador hasta después del término de la obra.

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