El argumento para exigir al gobierno que permita una mayor apreciación del tipo de cambio pasa por la necesidad de mejores condiciones competitivas a la hora de colocar los productos uruguayos en un mercado tan importante como el brasileño.
Al mismo tiempo, se pretende proteger a la producción local de la competencia brasileña y evitar la fuga de reservas, que en momentos de incertidumbre le brindan garantías al país frente a un eventual agravamiento de la coyuntura externa.
El tipo de cambio
Apostar por un dólar más alto no es un camino exento de complicaciones. Un incremento del tipo de cambio encarece el costo medido en pesos de los bienes importados y eso acelera la inflación. De hecho, en lo que va del año, la inflación importada –bienes y servicios transables, es decir, aquellos que se exportan o importan, y por lo tanto, fijan sus precios en el exterior– se aceleró signficativamente. La suba del dólar entre febrero y agosto llevó la inflación transable de 7,6% a 10%. Con un ritmo actual de aumento general de los precios de 9,5% y una proyección de 9,7% para el cierre del año –de acuerdo a la mediana de respuestas a la Encuesta de Expectativas Económicas de El Observador–, un aumento de las presiones al alza de los precios llevaría los registros de inflación sobre la barrera del 10%.
Hay varios motivos por los cuales es mejor no correr esa suerte. Una vez que se superen los dos dígitos, es difícil volver atrás. La persistencia inflacionaria –el arrastre que tiene en el tiempo el ritmo de aumento de los precios–, hace difícil cortar con los procesos de aceleración de la inflación. Eso se complica aun más cuando el gobierno carece de herramientas con las cuales influir sobre los procesos de formación de precios.
Más allá de que el ministro de Economía,
Danilo Astori, haya mostrado públicamente su satisfacción con los resultados de estos dos últimos meses de acuerdos de precios con el sector privado, hay indicios de que el pacto voluntario de congelamiento de precios de una amplia canasta de bienes no fue honrado por todas las partes y algunos proveedores remarcaron precios a pesar de su compromiso con el MEF.
Más allá de que el ministro de Economía, Danilo Astori, haya mostrado públicamente su satisfacción con los resultados de estos dos últimos meses de acuerdos de precios con el sector privado, hay indicios de que el pacto voluntario de congelamiento de precios de una amplia canasta de bienes no fue honrado por todas las partes y algunos proveedores remarcaron precios a pesar de su compromiso con el MEF.
Al mismo tiempo, con un déficit fiscal de 3,5% del PIB, las autoridades se ven impedidas de resignar recursos públicos para contener la inflación. El año pasado, la postergación en el ajuste de ciertas tarifas públicas lograron mantener a raya el aumento de los precios. Pero luego de asumir el gobierno de Vázquez, comenzó a desarmar esa estrategia, priorizando la necesidad de recursos para financiar algunas de las promesas electorales. En febrero de este año, las tarifas públicas estaban 0,2% por debajo de lo que costaban en igual mes de 2014. Al cierre de agosto, mostraban un aumento de 5,6% interanual.
Pero sobre todo, los tiempos no son los mejores para que la inflación supere el 10%. En medio de las negociaciones ya tensas de los Consejos de Salarios, una escalada inflacionaria echaría por tierra la idea del gobierno de alcanzar acuerdos nominales, que permitan deshacer la relación tan estrecha que hoy existe entre aumentos salariales y persistencia inflacionaria. Con la propuesta actual del Poder Ejecutivo para la negociación salarial, la inflación es un motivo de tensión con los sindicatos y un incremento de los precios acelerados se traduciría en una mayor conflictividad.
El poder de la pizarra
Al mismo tiempo, una suba pronunciada del tipo de cambio en un período corto de tiempo trae consigo efectos negativos sobre la actividad. En primer lugar, en una sociedad obsesionada con el precio del dólar, las pizarras de los cambios actúan en el imaginario colectivo como un termómetro que refleja –aunque muchas veces de forma errada– el devenir de la economía. Si el dólar sube con fuerza, la confianza de los uruguayos se repliega y eso afecta las decisiones de consumo.
Y por si no hubiera ya demasiados pros y contras para cada una de las alternativas de política, la academia no se pone de acuerdo en el saldo neto que genera la suba del dólar sobre los flujos comerciales. Un aumento brusco del dólar podría no tener el efecto esperado sobre la actividad. Por un lado, el Fondo Monetario Internacional publicó la semana pasada un documento que muestra que por cada aumento del tipo de cambio real de 10%, las exportaciones aumentan en el equivalente a 1,5% del PIB. Por otro, el instituto Cinve señala en un documento divulgado el jueves que "el trade-off (pasaje) entre depreciación real y desaceleración económica no es tan claro ni lineal como se pretende presentar", en línea con los resultados de una serie de trabajos académicos.
Lo cierto es que hay argumentos de peso para defender tanto un énfasis mayor en la política antiinflacionaria y una mayor vocación por sostener el dólar. El gobierno está abocado al primero de los caminos y según los detractores de esa opción, el costo será alto.