Si Hillary Clinton triunfa el 8 de noviembre, como parece probable, su mayor mérito habrá sido evitar que Donald Trump se convirtiera en presidente de Estados Unidos. El peligro mundial de tener al controvertido candidato del Partido Republicano en la Casa Blanca volvió a quedar nítidamente de manifiesto en el segundo debate entre ambos postulantes. Tal como ocurrió en el primero, preocupados votantes encuestados concluyeron que la candidata del Partido Demócrata salió mejor parada que su contrincante. Pero más que por su fortaleza argumental, aguada en generalidades, el resultado obedeció a la repetitiva imagen de furioso toro enceguecido que proyecta Trump.
El multimillonario magnate empresarial, que irrumpió como un tornado en la puja por la presidencia, mantiene respaldo en buena parte de la población, preocupada por la economía hogareña, temerosa del terrorismo islámico y atraída por el aislacionismo xenófobo que propugna Trump. Pero sigue perdiendo apoyo. Conspicuos dirigentes de su propio partido han anunciado públicamente que no lo votarán porque no está capacitado para gobernar la primera potencia mundial. Y la publicación de un viejo video en el que abunda en comentarios soeces sobre las mujeres le hipoteca muchos votos femeninos.
Su incapacidad quedó otra vez en evidencia en el debate del domingo, cuya primera media hora fue un espectáculo vergonzoso de mutuas diatribas personales y repetidas acusaciones de estar mintiendo. Clinton no le fue en zaga a su rival, pero al menos lo hizo con algo más de aplomo y dignidad. Trump, en cambio, arremetió con su fogoso estilo habitual, interrumpiendo a Clinton sin esperar su turno para hablar y poniendo en aprietos a los dos moderadores, que trataban infructuosamente de ordenar el debate según las pautas acordadas.
Luego del período de insultos, aparecieron finalmente los temas programáticos. Pero cuando expusieron sobre salud, impuestos y política exterior, cada candidato insertó en sus planes acusaciones de incompetencia y errores del otro. En materia de política exterior, crucial para el mundo entero, Trump defendió aliarse con Rusia para liquidar al terrorista Estado Islámico, plan de eficacia incierta. Clinton, por su parte, insistió en la política del presidente Barack Obama de seguir operando como hasta ahora con sus aliados occidentales y enfrentado a Moscú, plan de ineficacia probada que solo prolonga la cruenta guerra civil en Siria y la inestabilidad en Irak.
Los extremismos de Trump y las vaguedades de Clinton que caracterizaron el debate enfatizaron la dificultad que tiene una potencia de primer nivel, a lo largo de su historia reciente, en encontrar estadistas de alto nivel para ejercer la presidencia. Ha ocurrido varias veces en las últimas décadas, tanto en el campo demócrata como el republicano, con presidentes mediocres que cayeron en costosos errores en política interna y exterior. Pero es rescatable que el establecido sistema de tres debates entre los candidatos, en las semanas previas a la elección, den a los votantes la oportunidad de evaluarlos y optar, si no por el mejor, al menos por el que muestre menos flancos débiles. Es una práctica que la casi totalidad de los políticos uruguayos rechaza pero que sería saludable introducir, ya que ver a los candidatos confrontando cara a cara reduce el peligro de que la ciudadanía se equivoque al depositar su voto.
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