Opinión > OPINIÓN JUAN CARLOS CARRASCO

El “nikini”

La revisión del laicismo o laicidad del Estado se debe centrar en la libertad de expresión
Tiempo de lectura: -'
11 de enero de 2017 a las 05:00

* Por Juan Carlos Carrasco, ingeniero industrial, mecánico, máster en Gobierno de Organizaciones

La llegada del verano ha traído a mi memoria un acontecimiento ocurrido hace seis meses, en Francia, con ocasión de su temporada de verano. Tuvo repercusión en los medios de comunicación de aquel momento y luego desapareció como noticia. Me refiero al debate sobre el burkini. Esta prenda de baño es la versión islámica del bikini y fue prohibida en una treintena de municipios por atentar contra la laicidad en lugar público, como son las playas.

La prensa mostró fotos de gendarmes franceses amonestando y amenazando con multas a mujeres islámicas que lo llevaban. Aunque la foto sola no permite saber qué les decían, podemos suponer que sería algo como “haga el favor de sacarse esa ropa”. Por el otro lado, en varios países de Medio Oriente –por ejemplo en Irán–, los guardias de la revolución vigilan que las mujeres vayan cubiertas por el velo y las mangas largas. Dos países con reglamentaciones exactamente contrarias.

Comparándolos, se supone que Francia tiene una cultura más desarrollada que Irán; se supone también que es el país de la libertad y del respeto a los derechos. En Francia, la Iglesia y el Estado están separados; en Irán, en cambio, son la misma entidad. Deberíamos concluir que la actitud correcta es la francesa. Sin embargo, desde otro punto de vista, Irán es un país coherente para sus ciudadanos porque sostiene una religión y obliga a cumplirla. Francia, en cambio, es un país de incoherencias. Baste una muestra: hay grupos de franceses que en la playa no usan ni bikini ni burkini, sino el nikini –como lo llama un amigo con humor–, esto es, van desnudos. ¿Por qué hay ciudadanos, en Francia, que pueden vestirse o desvestirse como quieran y otros no? Se diría que “la libertad no alcanza para todos”. Para responder a esa pregunta, antes hay que responder a esta otra: ¿cómo se llega en un país de cultura occidental a la encrucijada de tener que optar a quién se da libertad?

El Estado laico francés ha venido cortando las libertades de expresión hasta llegar al absurdo de tener que reglamentar el modo de vestirse de su gente, que es una manifestación de esa libertad. Este problema lo tendría también el Estado uruguayo, fiel seguidor del francés en materia de laicidad. Ya ha sucedido. El velo que usaban las niñas islámicas sirias con el uniforme de la escuela pública, fue motivo de que algunos propusieran la prohibición del velo.

Estos extremos contradictorios han llevado a redefinir los alcances del laicismo o laicidad del Estado. Con una mirada retrospectiva se observa que ha habido avances en el pasado. El Estado uruguayo y la Iglesia se separaron en la Constitución de 1917, como ocurrió en Francia en 1905. Fue una gran conquista para el Uruguay porque aseguró la libertad de ambas instituciones, que se mueven en campos separados. El Estado dejó de ser oficialmente católico y la Iglesia dejó de estar subordinada al Estado. Una autonomía necesaria para que cada uno pueda cumplir su misión específica.

Otro gran avance fue la libertad de cultos consagrada en esa misma Constitución. En Uruguay hay libertad para celebrar el culto judío, católico, cristiano o budista, y un largo etcétera. Cada religión tiene derecho a tener sus templos y allí realizar su culto. Sin templos para el culto, la religión tendría que refugiarse en las catacumbas. El comunismo y el marxismo cerraron los templos para eliminarla religión. La Asamblea Constituyente del 17 lo estableció en el artículo 1, a pesar de que Batlle y Ordóñez, gran impulsor de la reforma constitucional, exigía que la Iglesia católica devolviera los templos que se habían construido con dinero del Estado.

Pero la laicidad o laicismo de Estado se quedó en esos logros y ya no evolucionó. Porque sucede ahora que no está permitido a la religión tener manifestaciones en el espacio público, de modo que no se puede expresar ni enseñar la religión a la que cada persona tiene derecho, ni en las escuelas ni en las instituciones o dependencias del Estado. Este es el punto que ha entrado en revisión. En el campo político, deportivo o filosófico no hay restricciones para que se expongan públicamente las ideas que cada uno profesa. No es así en el campo religioso. No tendría sentido que existieran partidos políticos si éstos no pudieran manifestarse públicamente y ganar adeptos o criticar a los partidos contrarios. Es de la esencia de la libertad que haya varios partidos. No sucede en los gobiernos dictatoriales de partido único.

Yendo más a fondo, el Estado laico ha sustituido la religión –generalmente la católica– por la suya. El agnosticismo pasó a ser la religión oficial, una religión como cualquier otra. El propio José Pedro Varela se negaba aceptar el calificativo de “ateo” cuando se le acusaba de eso en su reforma educativa, diciendo que “el ateísmo es una doctrina religiosa, por más absurda que pueda considerarse” 1. Con más razón se puede decir del agnosticismo: no es ateísmo, porque acepta a un Dios, pero al que no es posible conocer. Si no se le conoce, no se puede hablar de Él ni se le puede asignar ningún rol en la vida de la sociedad. Cualquier persona tiene derecho a su religión si la mantiene en el ámbito de su conciencia. No puede ponerla al alcance del público, aunque éste quisiera conocerla. El agnosticismo es el deísmo de la masonería, y en general, de los ilustrados ingleses y franceses. Se difundió especialmente en el mundo latino a partir del siglo XVIII. O sea que, bien analizado, el agnosticismo tiene su dios y su templo, pero es el único credo permitido.

¿Pero qué sucede cuando la religión es absolutamente subjetiva? Que puede transformarse con facilidad en fanatismo, porque no puede ser confrontada ni negada por otros. Un fanatismo que se abroga la verdad absoluta, con el que no se puede dialogar. El fanático no dialoga. El islam radical es un ejemplo bien ilustrativo: la persona que no se convierte debe morir. Ante el fanatismo, la sociedad reacciona con la prohibición: se prohíbe porque no se sabe qué está bien y qué está mal, qué es religión y qué no es. Fanatismo e ignorancia, dos caras de la misma moneda. Es la prohibición con la que reacciona Francia. Me viene a la mente una reglamentación de las autoridades universitarias que se aplicó durante el régimen militar en Uruguay: no se permitía llevar el pelo largo ni el bigote por debajo de la comisura de los labios, porque eran signos de la ideología de izquierda. ¿Cómo se llega a eso? Por no conocer la esencia misma del marxismo que poco tenía que ver con llevar el pelo largo.

En Uruguay estamos lejos del problema francés del burkini. Pero corremos el riesgo de que nos pase lo mismo. La revisión del laicismo o laicidad del Estado se debe centrar en la libertad de expresión. Es necesario corregirlo, no por lo que es, sino por lo que todavía no es. Si no se hace, al igual que Francia, la sociedad uruguaya seguirá siendo sumamente vulnerable en el campo religioso, y en el de las ideas en general. Que no tengamos que decir “je suis Paris”, como en Francia después de los atentados.

1 José Pedro Varela, La educación del pueblo, pp. 108-109

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...