La presidenta brasileña Dilma Rousseff y su debilitado Partido de los Trabajadores pueden, a su riesgo, tratar de cerrar los ojos a las gigantescas manifestaciones callejeras del domingo por todo el país exigiendo su salida. Pero lo que no podrán ignorar y los pondrán en una situación insostenible es si se confirma, como se avizora, que la abandona el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el mayor del país y su principal aliado en el gobierno de coalición. Rousseff, enfrentada a un juicio político en ciernes para destituirla, acaba de afirmar que no renunciará y que apoya al desprestigiado líder del PT y presidente durante dos períodos, su mentor Luiz Inácio Lula da Silva.
Los jefes del centrista PMDB frenaron una propuesta de muchos de sus dirigentes de abandonar el gobierno de inmediato y pasarse a la oposición. Resolvieron, en cambio, darse un plazo de 30 días para evaluar las consecuencias de ese paso, sopesar las perspectivas de éxito del juicio político y ver cómo evoluciona la desastrosa recesión que castiga a Brasil. Pero como es virtualmente imposible que en un mes la situación mejore perceptiblemente para el gobierno, el epílogo más predecible es que el PMDB finalmente resuelva pasarse a la oposición. El resultado sería dejar a Rousseff, Lula y su izquierdista PT en un estado de aislamiento minoritario, con la mayoría del país en su suya incluyendo a la población, la dirigencia política y la poderosa estructura empresarial.
En estas condiciones, parece más que difícil que Rousseff pudiera aferrarse al sueño de completar su mandato. En caso de renuncia o destitución por el Parlamento, es incierto qué ocurriría con la presidencia. El vicepresidente de Rousseff, Michel Temer, pertenece al PMDB y podría asumirla con apoyo de otros partidos que hoy militan en abierta oposición al PT. Pero el resultado principal de la salida de Rousseff sería fortalecer las perspectivas electorales de Aécio Neves. Este respetado político fue derrotado por escaso margen por Rousseff, pero se perfila como la figura más confiable para sacar al país de sus actuales tribulaciones. El futuro inmediato depende de la decisión que finalmente tome el comité ejecutivo del PMDB, al que se facultó para resolver si le retira su apoyo a la presidenta.
Su declive, con un respaldo popular derrumbado al 7%, se agravó a raíz de la causa judicial contra Lula por presunta complicidad en el gigantesco escándalo de corrupción en Petrobras, que desvió miles de millones de dólares a los bolsillos de altos jerarcas, empresarios y dirigentes del PT y de otros partidos, muchos de los cuales ya han marchado a la cárcel. Lo ocurrido el día en que la Policía fue a buscar al expresidente a su casa para llevarlo ante el juez da la pauta del hartazgo de los brasileños con el dúo Rousseff-Lula. En cuanto se conoció la comparecencia judicial de Lula, la Bolsa de San Pablo revirtió caídas y registró un alza aguda y hasta subieron acentuadamente las acciones y los títulos de Petrobras, pese a que la enorme empresa petrolera ha estado en el centro del caso de corrupción masiva. Fue una clara indicación del ocaso del PT y de la apertura de la esperanza de que, en un futuro no muy lejano, Rousseff y Lula abandonen el escenario y dejen el lugar a dirigentes que puedan sacar a Brasil de dos años de profunda recesión y reencaucen hacia la estabilidad a la mayor economía de América Latina.
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