Yo soy uno de esos jugadores de fútbol a los que la ley de orsai corrió de las canchas sin ninguna posibilidad de retorno. Contar el porqué de esta fuga obligada es tan difícil como explicar en detalle este reglamento paupérrimo inventado por los ingleses para malograr un juego precioso que ellos mismos se habían encargado de darle al mundo.
La ley del orsai es la más antinatural de todas las que reglamentan el querido balompié. Si uno toca la pelota con la mano es natural que le cobren falta; si la pelota se va afuera impulsada por un jugador del equipo marrón es normal que el equipo amarillo se encargue de devolverla desde las bandas o desde uno de los arcos; si usted me pega una soberana patada es evidente que el juez cobrará foul.
Pero ¿de dónde sale eso que dice que entre el jugador que recibe la pelota y el final de la cancha debe haber por lo menos dos integrantes del cuadro adversario? Además uno puede quedar en orsai en otras circunstancias que no vale la pena detallar para no aburrir aún más al lector.
En el principio de los tiempos se supuso que si un jugador se quedaba esperando la pelota solito allá arriba, el otro cuadro se iba a ver obligado a ponerle al lado un marcador que lo cuidara a permanencia lo que, según decían, tornaría el juego más defensivo de lo conveniente.
En realidad, lo que lograron con el orsai es achicar la cancha hasta límites exasperantes. Porque, si se fija, los marcadores se paran bien cerca del círculo central para obligar al atacante a retroceder. Esto provoca que la pelota se mueva en una franja de campo muy menguada y que los pases largos y las gambetas se vean también muy disminuidos.
Esto sin contar los errores arbitrales que terminan anulando un gol válido, otorgando otro viciado de nulidad y, lo que es peor, acertando para invalidar, por un pelito, un gol que fue un golazo.
Hay quienes defienden la ley del orsai argumentando que alimenta las discusiones después de un partido. Discusiones que, consideran, son la sal del fútbol. Uno sospecha que esta gente nunca pisó una cancha y que, para ellos, el movimiento de la pelota no es más que otra razón para practicar una fatigosa dialéctica sin sentido.
Cuando uno se acostumbra a jugar de “pescador” en la canchita del barrio y es trasplantado a un escenario más o menos profesional, se siente preso en un laboratorio en el que debe andar con cuidado para no romper nada.
Un juez y dos líneas lo están cuidando permanentemente para que no se quede solo cerca del arco. Incluso lo retan si usted se pegó un pique de aquellos, y hacen causa común con el defensor de turno que, con dos pasitos dados hacia adelante, lo dejó pagando.
La ley de orsai es, básicamente, una porquería que obliga a los jugadores a andar midiendo sus pasos en el juego más libre de todos. Off side debe ser traducido, literalmente, como “fuera de lugar”. Nunca tan bien aplicado el término.
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