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El pensamiento de Francisco

La sensibilidad hacia los más vulnerables de Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires ha llevado a ciertos comentaristas a desempolvar el viejo cliché del Papa “conservador en la doctrina y progresista en lo social”. Es un error.
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29 de marzo de 2013 a las 10:46

La sensibilidad hacia los más vulnerables manifestada por Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires ha llevado a ciertos comentaristas a desempolvar el viejo cliché del Papa “conservador en la doctrina y progresista en lo social”.

Pero la doctrina que algunos catalogan de “conservadora” es precisamente la que convirtió el cuidado de los pobres en algo normal en nuestros días.

En una ocasión, un polemista ingenioso acusó al conservador estadounidense William F. Buckley (1925-2008) de tener “una de las mentes más lúcidas del siglo XIII”. Y Buckley respondió: “No merezco este elogio”.

Buckley no era un progresista; su contrincante, sí.

Aquel polemista, explica Peter Kreeft, era la clase de persona que utiliza el término “medieval” para referirse no solo al milenio que va aproximadamente del año 500 al 1500, sino a un inmenso y oscuro período de la historia: el que se interpone entre dos edades brillantes del progreso humano: el paganismo precristiano (sobre todo, griego y romano) y el nuevo paganismo de la Ilustración.

Desde este planteamiento, el Papa Francisco tenía asegurada la caída en desgracia entre quienes ven la religión como un atraso. Sin embargo, un dato clave le está salvando –por ahora– de la inquisición mediática: el nuevo Papa se ha distinguido por su amor a los pobres. Y esto, para quienes presumen de haber alcanzado el puesto más alto en la escala del progreso, es un punto a favor.

“Es una lástima”, podrían pensar. “Sin el lastre de su cristianismo, Bergoglio sería uno de los nuestros”.

Pero ya en su primera misa como pontífice, el Papa quiso dejar claro que el cristiano necesita vivir de Cristo para manifestar su amor a los pobres: “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona.

Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor”.

No hay ninguna paradoja en ser “conservador” en la doctrina y “progresista” en lo social. Es lo más normal: querer conservar los grandes tesoros que se han recibido y, a la vez, tener una mentalidad dispuesta a cambiar las situaciones injustas. Pero esa mentalidad favorable al cambio no nace en el cristiano del “esnobismo de la cronología”, que denunció C. S. Lewis, sino de las exigencias de verdad y justicia.

La cultura de la caridad
El último libro de Mike Aquilina, Yours Is the Church (1), permite comprender algunas aportaciones que la Iglesia católica ha hecho a la humanidad. Uno de los capítulos explica cómo el cristianismo forjó una “nueva cultura de la caridad” en el mundo pagano.

El conjunto de enseñanzas contenidas en el mensaje cristiano hizo saltar por los aires los esquemas mentales de griegos y romanos, a la vez que inspiró las pequeñas y grandes obras de misericordia cristianas.

En el mundo pagano existía el amor entre los esposos, de los padres por los hijos, del ciudadano a su ciudad… Pero la idea del amor universal era algo bastante novedoso.

“La gente tenía que probar su valía; no merecía respeto por el hecho de ser humano. Un mendigo era un fracaso. Un esclavo, un ser inferior por naturaleza. Los miembros de la aristocracia eran mejores que los demás”, explica Aquilina, vicepresidente del St. Paul Center for Biblical Theology.

“Y entonces aparecieron los cristianos proclamando una idea absurda: ¡bienaventurados los pobres en el espíritu! Y empezaron a cuidar de los pobres. Incluso de los pobres paganos. ¿De qué iba todo esto?”.

Los romanos adinerados donaban edificios y organizaban a sus expensas diversiones para el pueblo. Pero, según explica Aquilina, la vistosa filantropía romana formaba parte de las reglas del juego: era una forma de subir en la escala social. En otras palabras: importaba el prestigio propio, no los pobres.

Frente a este uso social, todos los cristianos –no solo los ricos– aprendieron de su Maestro: “Tú, por el contrario, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, para que tu limosna quede en lo oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” (Mt 6, 3-4).

Y frente a la idea pagana de que las familias aristocráticas son mejores que las demás, el Evangelio respondió que “muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros” (Mc 10, 31). Y Santiago, en su epístola, recordó con palabras durísimas que la acepción de personas por razón de su nivel social es una clara incongruencia con la fe cristiana (cfr. St 2, 1-13).

San Basilio y Juliano, compañeros de estudios
La doctrina cristiana urgió a los pastores de la Iglesia a aliviar los sufrimientos de la población. Un ejemplo elocuente es san Basilio el Grande (siglo IV). Contado entre los ocho mayores Padres y Doctores de la Iglesia universal por su defensa de la fe, levantó a las afueras de Cesarea un inmenso complejo con un comedor para mendigos; una escuela de formación para gente sin trabajo; un albergue para peregrinos; una enfermería para ancianos e inválidos; un hospicio para desahuciados…

El emperador Juliano, compañero de estudios de san Basilio en la Escuela de Atenas, renegó del cristianismo e intentó reanimar la declinante religión pagana. Juliano, conocido como el Apóstata, se oponía al cristianismo, pero admiraba las obras de caridad que la Iglesia realizaba y a las que atribuía su éxito.

Comentando los avances que hacía su nueva “religión” neopagana escribe: “¿Por qué no prestamos atención a los recursos por los que esta herejía [o sea, el cristianismo] ha crecido: la humanidad con los extraños; el cuidado al enterrar a los muertos; y su pretendida santidad de vida? Creo que nosotros deberíamos imitar estas cosas”.

Juliano se puso manos a la obra para incorporar la “caridad” a su religión. Por un lado, impuso un listado de deberes a los sacerdotes paganos. Por otro, se aseguró de que el Estado cubriera tanto las necesidades de los pobres como las de sus sacerdotes. Se ve que Juliano, dice Aquilina, tenía pocas esperanzas de que surgiera de forma espontánea la generosidad en su iglesia.

La religión neopagana de Juliano no prosperó. Pero la doctrina cristiana se ha convertido hoy en un seguro de vida para los más vulnerables, también para los que están por nacer. Lo decía la columnista del Washington Post Kathleen Parker, pocos días antes de saberse quién sería el nuevo Papa.

En respuesta a quienes dicen que la Iglesia tiene que modernizarse en cuestiones doctrinales, advertía: “Con independencia de cuál sea la opinión de cada cual sobre el catolicismo (yo no soy católica), lo cierto es que la Iglesia se mantiene como un baluarte contra la secularización de Occidente y la creciente mentalidad pro-choice.

¿Es realmente deseable, para empezar, que el líder de la Iglesia católica apoye la destrucción de la vida humana en el seno materno?”.

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