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El problema de los huevos de pascua

Pasada la Semana Santa y antes que los supermercados comiencen las promociones del Día de la Madre, quedan en sus góndolas los vestigios del costado más comercial de la festividad cristiana
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07 de abril de 2015 a las 17:48

Desde hace unos años, los huevos de pascua descansan acompañados de conejos de chocolate, como parte de una tradición que vaya uno a saber dónde y cuándo comenzó con certeza. Uno de los mayores problemas de la Pascua es explicarles a los niños la relación entre los huevos y los conejos, algo que ni el mismísimo Charles Darwin lograría con soltura.

Se supone, según esa tradición que nadie sabe bien cuál es, que los conejos son quienes traen los huevos. La razón por la cual se eligió a este tipo de mamíferos lagomorfos y no a cualquier otro animal, como algún tipo de ave, lo que sería más adecuado, es debido a su proverbial fertilidad.

En todo caso, podrían haber elegido a mi prima Paola, que cada vez que la veo está embarazada, y según dicen algunos parientes, también se ha embarazado sin que yo la vea.

Si logró usted explicarle a su hijo por qué los conejos están asociados a los huevos, seguramente haya tenido que obsequiarle ambas golosinas el domingo. Lo más económico es decirle que los conejos no tienen nada que ver con el asunto y que se conforme con el huevo. Puede que lo acepte, ya que siempre es lindo recibir uno de regalo.

De hecho, el huevo de Pascua regalado marca la diferencia entre un niño y un adulto. El primer domingo de Pascua en el cual a uno nadie le regala uno, es cuando se ha transformado definitivamente en adulto. Por más que hayamos cumplido la mayoría de edad, siempre es posible que recibamos regalos en nuestros cumpleaños, Reyes, Navidad y fiestas por el estilo.

Pero cuando los huevos de Pascua dejan de ser obligatorios y pasan a ser ocasionales, es porque somos grandes. La primera semana en que no esperamos seis días para recibir uno, quiere decir que hemos crecido.

De hecho, hay gente, como los dueños de almacenes y supermercados, que se angustian cuando tienen huevos ese domingo, porque significa que no han podido venderlos todos. Y no hay nada peor que quedarse con un clavo de huevos de pascua, porque solo se pueden vender en cierta época del año y, en la mayoría de los casos, vencen antes de la siguiente pascua. Hay quienes los ofrecen a mitad de precio, pero a nadie que ostente un mínimo de orgullo se le ocurre regalar un huevo de chocolate pasadas la fecha adecuada. Y no debe existir nada más humillante que recibir uno en octubre.

Pero si hay algo de bochornoso y degradante con respecto a los huevos de pascua, sin duda es el huevo de gelatina. Es el “quiero y no puedo” de las pascuas. Es lo que un Fusca a una Ferrari, con todo el respeto que José Mujica me inspira.

Para empezar, no tiene sorpresitas. Sacudir un huevo de Pascua y sentir que no tiene nada dentro, puede a un niño causarle un trauma que más adelante le cueste una fortuna en terapia.

Es cierto que la calidad de las sorpresitas ha decaído con los años. En muchos casos se limita a un par de bombones con el mismo gusto del chocolate que compone la corteza, lo que no tiene ninguna gracia. Es como comer pan relleno de pan. Pero no deja de ser una sorpresa que siempre se recibe con alegría, a diferencia del bar de la esquina de la casa de quien esto escribe, donde venden unas empanadas cuyo relleno también se ignora, pero jamás sorprende gratamente.

El huevo de gelatina es aceptable en algunos casos. Hay gente que no puede comer chocolate o que decididamente no le gusta, o abuelas con demasiados nietos que no pueden comprar uno de verdad para cada uno, como es el caso de la madre de mi prima Paola. Pero en el resto de las situaciones, se trata de un regalo poco feliz.

Como sucede con todos los productos, si alguien los elabora es porque existen quienes los compran, pero los fabricantes de huevos de gelatina deberían intentar levantar el nivel de sus clientes.

Este año, sabiéndome adulto hace ya un tiempo, no esperaba recibir huevos de ningún tipo, pero me tocó. Efectivamente, era de gelatina. Mi vida no es la misma desde el domingo; siento que me quieren menos.

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