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El regreso de 007
Pocas alianzas entre la literatura y el cine han sido tan provechosas como la que se dio entre las novelas de Ian Fleming y las películas que en la década de 1960 consagraron a Sean Connery como el mejor James Bond de la historia. Muchas de esas cintas clásicas vistas con los ojos de hoy provocan más risa que emoción, pero hubo un tiempo en que la gente hacía cola para ver cada nueva entrega de la saga.
Todo cambió cuando Connery decidió abandonar el rol que lo consagró, dando paso a una serie de actores que fueron desdibujando al personaje. El insulso George Lazenby fue retirado tras una sola película, dando paso a Roger Moore, que hizo lo que pudo a base de simpatía, pero que le restó ese matiz sombrío que le imprimía Connery a su 007. Después vendría la debacle con Timothy Dalton y no son pocos los que detestan al Bond de Pierce Brosnan, canchero pero sin profundidad alguna.
Algo similar sucedió con los libros: muerto Fleming, los herederos quisieron continuar con el negocio y de las 12 novelas originales hoy ya se contabilizan más de 50, en una franquicia tan despareja como curiosa.
El primero que continuó el legado fue Kingsley Amis, padre del reconocido escritor Martin Amis. Más tarde vendrían otros nombres como John Gardner, Raymond Benson, Sebastian Faulks y Jeffery Deaver que no han tenido mayor suceso. Pero así como un día llegó Daniel Craig para devolverle la oscuridad y el prestigio a 007 con la estupenda Casino Royale, ahora William Boyd hace otro tanto con esta Solo, una buena novela que le devuelve toda la dignidad al personaje.
Basta leer las 30 primeras páginas del libro para darse cuenta de que se está ante un escritor muy serio y talentoso, capaz de resumir y graficar el carácter de Bond en un solo capítulo, con un poder de síntesis propio de su oficio de guionista de cine.
Ya la primera línea de la novela “James Bond estaba soñando”, marca la originalidad de un libro escrito con mano maestra que logra, con gran mérito, que el lector visualice cada gesto de este Bond que comienza festejando en estoica soledad su cumpleaños número 45, en una habitación alquilada de un lujoso hotel de Londres.
Después le alcanzan tres pinceladas para presentar a M y su particular manera de ser, y para atrapar al lector con escenas muy logradas, como cuando Bond baja a la famosísima división Q Branch a buscar algunas herramientas extras.
La acción se sitúa en 1969 y transcurre mayormente en África, en un país ficticio donde 007 debe intervenir para detener una guerra civil, aunque luego viaje a Estados Unidos donde continúa la trama, que tiene varias muertes, algunas escenas de cama de muy buen gusto y varias peleas donde Bond se cuestiona su propia brutalidad, lo que le otorga densidad a la historia.
Hay además varios toques de fino humor inglés, como cuando relata que “Cambió 20 dólares por 385 mil sigmas”, y algunos guiños explícitos, como por ejemplo que Bond lea una novela de Graham Greene durante un vuelo.
El autor se ciñe al personaje de Fleming pero agrega lo suyo con delicadeza, sin hacerse nunca excesivamente omnipresente. Desliza frases aquí y allá. Cuando Bond detiene su coche para a orinar en la selva, apunta que: “Ese ejemplar de Homo Sapiens que representaba Bond era una forma de vida más entre las miles que se escuchaban en la noche”.
William Boyd ha puesto en este libro toda su devoción hacia Fleming y todo su cariño hacia ese agente secreto frío pero noble, que todo el mundo quiso ser alguna vez.
