Hace dos años, una noche de abril, íbamos con un poeta mexicano por una carretera texana rumbo a Austin, a recoger a Ida Vitale y Enrique Fierro, residentes por entonces en esa ciudad, quienes al otro día iban a hacer una lectura de su obra en una universidad donde habían sido invitados y en la cual yo había sido intermediario de la invitación.
Tomamos una ruta paralela a la carretera principal, pues por ahí no había tanto tránsito. Todo iba bien, hasta que en medio de la nada, se rompió el auto. Estuvimos ahí por más de una hora, tratando de buscar la causa del problema, hasta que de pronto, en la oscuridad, vimos a un vehículo grande aproximarse.
Lo primero que me vino a la cabeza fue una escena de The Texas Chain Saw Massacre (La masacre de Texas). La camioneta se detuvo a pocos metros de nosotros y bajó un hombre cargando algo grande en la mano. ¿Será una motosierra como la que carga el personaje de la película de Tobe Hopper?, pensé. No era una motosierra, sino una enorme escopeta.
El hombre, de voluminosa estatura, saludó con amabilidad y dijo que cargaba el arma porque venía de cazar. Dijo a continuación saber algo de motores. Y sí, algo sabía, pues hizo al motor funcionar nuevamente.
Sin decir mucho más, se subió a su enorme camioneta y se perdió en la distancia. Aguilar y yo sentimos gran alivio, no solo porque nuestro auto funcionaba nuevamente, sino por haber superado ilesos la situación, sin nadie que nos terminara persiguiendo con una motosierra en la mano, tal como ambos imaginamos.
Ha muerto, días atrás, Tobe Hopper (1943-2017), maestro del cine de suspenso, director de una de las cinco mejores películas de horror que se han filmado, como la recién citada. Fue un inventor de situaciones de pánico con repercusiones, en las que la verosimilitud nunca sale comprometida ni el miedo devaluado.
Con The Texas Chain Saw Massacre inventó una manera de producir miedo, un miedo siniestro, a partir de personajes y realidades ya existentes, que pueden surgir en cualquier momento en algún camino perdido de ese estado lleno de petróleo y de escenas diarias propensas a ser parte del más escalofriante horror, el que puede experimentarse el día menos pensado.
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