El show familiar de Márama y Rombai

Al pensar en un Velódromo lleno en un show conjunto de Márama y Rombai uno se podría imaginar un vasto grupo de jóvenes entre 15 y 30 años. Los mismos que los ven en los boliches o los contratan para las fiestas de 15. Los que los escuchan en Spotify y los siguen en las redes. Sin embargo esa imagen no podía ser más errónea. El público que llenó el Velódromo el sábado y los selló como un nuevo gran fenómeno del pop uruguayo fueron niños. Y de repente la escena se pudo entender mucho más.

Tanto Márama como Rombai se ubicaron con su cumbia pop en el mismo lugar que ocupan las boybands y girlgroups de antes y ahora: son un producto familiar, liviano, romántico y divertido.

Muchas de las vistas que se acumulan ambos grupos en sus videos en YouTube –que vale aclarar fue el medio que los hizo famosos– deben ser de personas como una chica de alrededor de 13 años que con su amiga se agolpaba contra la valla cada vez que alguno de los cantantes caminaba por la pasarela; de un niño de no más de 6 años que subido en una silla emitió alaridos desesperados cuando los grupos cerraron la noche; probablemente también de padres, que bailaron de a dos sin importar si la canción era nueva o uno de sus conocidos hits; de todo el Velódromo que se sabía las letras de principio a fin.

La vista de este público por amplia mayoría infantil fue la primera sorpresa la de la noche.La segunda fue ver la gran diferencia entre ambos grupos.

La noche abrió con Márama, luego de largos minutos interrumpidos por gritos aclamando a su líder, Agustín Casanova. Sobre él es que se apoya la popularidad del grupo. Con un carisma contagioso se ganó de inmediato a su público, mientras que su voz y simpatía mantuvo a la presentación en lo alto y demostró que están preparados para deslumbrar a públicos de gran cuantía. No faltó su puñado de hits –coronado con Nena– y además de demostrar que su repertorio no se reduce solo a cumbia, sino también incluyen baladas y fusiones con reggae, adelantaron temas de su disco que acaba de salir, Todo comenzó bailando.

Fue un poco diferente la experiencia con Rombai. No es fácil pararse frente a 11.000 personas. No lo fue para Camila Rajchman, que ni bien sonaron los primeros acordes de Locuras contigo tuvo que dejar que su corista se hiciera cargo de la voz por el susto que terminó en llanto hacia el final de la canción.

Ya con los nervios superados, su presentación subió un poco la apuesta en producción: un grupo de bailarines, pelotas de goma entre el público, efectos en el escenario. Sin embargo, su show se hizo más largo, tal vez por la extensión de los intervalos de charla o por la demasiada similitud de sus canciones (muchas comparten una misma formula: un comienzo con escasa instrumentación, ritmo en aumento hasta que llega la explosión del estribillo).

Fer Vázquez como frontman carece del mismo carisma natural de Casanova y su misma ductilidad en materia de baile, pero trata de compensar con su romanticismo. Con una versión acústica de Yo también dejó en manifiesto que no le iría mal tampoco inclinándose más hacia el pop.

Con Noche loca, canción que comparten ambos grupos, finalizaron el espectáculo dejando una fiesta sobre el escenario, con papelitos, pelotas, trencitos y bailarines. Fue un nivel de locura que decididamente no es la misma que muestran en su video, sino una locura más preadolescente, desbordada en sus reacciones pero medida por la figura de autoridad de los padres presentes.

Haber llegado al Velódromo sin duda es un mérito que pocos artistas locales (de todos los géneros) pueden lograr. Y por supuesto, dada la corta edad de estos grupos, aún tienen un largo camino para transitar y mejorar, si el objetivo no es ser un mero fenómeno pasajero y transformarse en artistas.