Opinión > ANÁLISIS/ NELSON FERNÁNDEZ

El vecino imperial siempre permeable al lobby

No importa quién gobierne Brasil que siempre hay brotes de proteccionismo
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14 de octubre de 2017 a las 20:00
No importa si está gobernado por la derecha, por la socialdemocracia, por dictadores militares o por socialistas revolucionarios; Brasil es Brasil; y como socio para el Uruguay, siempre ha sido poco confiable.

Para el imperio pobre, con sus galas de otras épocas guardadas en el vestidor, Uruguay es el país pequeño, el "enano llorón", una molestia que le recuerda una derrota parcial de aquel tiempo de pérdida de la Cisplatina con independencia rioplatense.

Aquel "algodón entre dos cristales" descripto así por el influyente diplomático británico que intercedió en la guerra argentino-brasileña, obligaba a cuidados extremos en la relaciones del cono sur americano, lo que de alguna manera ha sido molesto para el país grande de la región. Y Brasil no es afín a esos cuidados delicados.

Independiente de qué partido gobierne o de cuál sea su orientación, los grupos empresariales brasileños están habituados a un proteccionismo concedido por el sistema político, y ante situaciones de fragilidad económica, las corporaciones saben que siempre habrá un gobernante dispuesto a abrirle un paraguas.

No hay sorpresa con el demagógico anuncio del ministro de Agricultura, Pecuaria y Abastecimiento (MAPA) de Brasil, Blairo Maggi, que tuvo un gesto con los productores lácteos de su país, los que repiten lo de siempre: proteccionismo.

Estos productores lograron atención de los legisladores que integran el "frente parlamentario de la agropecuaria", una coordinación de lobby que se presenta como "bancada ruralista" y eso se trasladó al Poder Ejecutivo, con un argumento absurdo (posible triangulación de productos de Argentina, como si fuera cierto, o como si ese país no integrara el acuerdo de libre comercio regional).

Es lo de siempre, que viene desde antes incluso de la creación del débil Mercosur . El anuncio de trabas a importación de productos lácteos uruguayos generó reacciones curiosas en Montevideo, porque algunos militantes de izquierda reprochaban en redes sociales la alegría que para gente de derecha en Uruguay pudo significar la caída de Dilma Rousseff y del Partido de los Trabajadores: "¿Y ahora qué dicen?".

Era igual que antes, cuando dirigentes de los partidos fundacionales reprochaban a la izquierda que la amistad entre Mujica y Lula no daba resultados positivos para una integración en serio.

Más allá de afinidades ideológicas, el gobierno de Vázquez sintió alivio con la caída del kirchnerismo en Argentina y la eliminación de barreras absurdas al turismo y el comercio de bienes. Pero eso no significa que esté todo bien con Argentina.

Y con Brasil nunca es sorpresa el rebrote proteccionista. Es que entre los países no hay amistad.
Así ha pasado con el "Tratado de Amistad, Cooperación y Comercio", firmado en Rivera en junio de 1975, con el "Protocolo de Expansión Comercial" (PEC) de agosto de 1980 o con el tratado modificatorio de éste, de mayo de 1982. Así fue en el siglo XIX también.

Hace exactamente 160 años, Uruguay y Brasil acordaban un "tratado de comercio con tendencia al libre cambio", bajo la expectativa de tener un mejor resultado que el acuerdo que habían logrado unos años antes.

El diplomático brasileño Paulino José Soares de Sousa, Visconde de Uruguay, defendía el acuerdo con el argumento de los beneficios complementarios: "El Estado Oriental produce un excedente de carnes que nos son necesarias para llenar el vacío que en nuestro consumo deja nuestra producción de aquel género. El Brasil produce azúcar, yerba mate, café, tabaco, aguardiente, que consume y no produce el Estado Oriental".

Aquel negociador argumentaba sobre lo que consideraba inevitable: "Las relaciones comerciales de los dos países están determinadas por su proximidad, y por la conmixtión de la población de la frontera, de su industria, relaciones e intereses".

Pero ni era tan inevitable, ni era todo tan lineal. El acuerdo comenzó a ejecutarse en diciembre de 1858 y un año después todo empeoró porque la diplomacia imperial equiparaba ese tratado, al anterior sobre permuta de tierras. El gobierno de Gabriel Pereira quiso salvarlo pero no tuvo respaldo político, ya que el Parlamento desconfiaba de Brasil y sus maniobras.

El gobierno siguiente, de Bernardo Berro, retiró el proyecto sobre el "tratado de permuta" y el Imperio del Brasil decidió dar por caducado el tratado de comercio de 1851. Y chau libre comercio.
Así han sido las relaciones vecinales, fundamentalmente con Brasil, que nunca perdió los sueños imperiales, ni cuando estuvo gobernado por un partido obrero.

El nuevo diferendo desnudó otros problemas, como deformaciones en la información.
¿El anuncio de bloquear ingreso de productos se tradujo en bloqueo a camiones? ¿Uno o dos? ¿Impidieron el ingreso o lo demoraron, como ocurre periódicamente por lentitud propia de burócratas aduaneros o sanitarios?

Nadie informó de qué empresa era el camión parado, aunque se dijo que iba lleno de quesos.
Se reprodujo el dato de que Uruguay paraba decenas de camiones como represalia, sin aclarar en base a qué disposición o con qué fundamento. ¿Eran 60 camiones parados? ¿No apareció ni una foto justo ahora que todos usan el celular para tomar imágenes del choque de auto más tonto?

¿Será posible que un jerarca de gobierno se exponga al "abuso de funciones" dando una orden verbal y que otro funcionario ejecute una medida tan drástica sin tener una instrucción firmada?

¿Qué es lo que realmente pasó y qué parte es "puro humo"? La amenaza, y la restricción a licencias de importación son cuestiones graves, por lo que importa tener información correcta y acciones coordinadas. El diferendo sigue pero ya dejó varias lecciones.

Mientras, la bancada oficialista demora el acuerdo con Chile y el presidente Tabaré Vázquez insiste con que lo mejor es tener relaciones comerciales con muchos y no con pocos, y que para eso se precisa más tratados. Como el que está trancado.

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