Uruguay es considerado el país menos religioso del continente latinoamericano.
Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Columnista

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El vínculo de la política con la religión en Uruguay

Laicos critican a evangélicos, evangélicos a católicos y la sociedad toda se seculariza; en esta tormenta se agitan valores como el de la familia
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14 de marzo de 2016 a las 05:00
El año pasado los dirigentes políticos que son evangélicos practicantes anunciaron públicamente que para ellos la "ley de Dios" está por encima de la Constitución. Pero cuando el diputado nacionalista Gerardo Amarilla lo repitió hace algunas semanas antes de asumir la presidencia de la cámara baja, sus declaraciones levantaron polvareda en un país que es el menos religioso del continente y en el que religión y política han mantenido una relación tirante o de buena vecindad según la oportunidad y el momento histórico.

"Para un hombre de derecho, como soy yo, la Constitución es la norma máxima y a ella me atengo, pero hay posición fijada por expertos en que hay aspectos que están por encima de la Constitución", dijo Amarilla a El Observador.

El legislador por el departamento de Rivera expresó que la Constitución "reconoce el derecho a la vida pero la vida existe desde antes de la Constitución". Para poner un ejemplo de en qué caso él considera que la ley de Dios está por encima de la ley de los hombres, manifestó que si se votara la pena de muerte la rechazaría y militaría contra ella, ya que en un estado de derecho no hay otra forma de oponerse a lo que uno no está de acuerdo.

El diario El País informó que hay 16 funcionarios, entre legisladores, ediles y otros cargos, que son practicantes evangélicos. Amarilla dijo que no conforman, ni pretenden conformar, una bancada, como existe en Brasil, ya que en Uruguay "hay un sistema de partidos fuertes y no estaría bien que hubiese bancadas por sectores como notariales, agrarios u otros".

En la referida nota de El País del año 2015 se daba cuenta de una reunión a la que asistieron los dirigentes políticos que integran iglesias evangélicas. Allí se comprometieron a respetar la Constitución y las leyes "siempre y cuando no contradigan la palabra de Dios", y dijeron que acatarán los dictados de sus conciencias "informados por la palabra de Dios, por encima de toda lealtad personal o partidaria".

"¡La Biblia es la Constitución del universo!", dijo uno de los oradores, José González, riverense al igual que Amarilla y radicado en Estados Unidos. En aquel país los pastores evangélicos que se dedicaron a la política representan a los sectores más conservadores y de derecha de la política estadounidense.

Amarilla indicó que históricamente se debió al vínculo de esas iglesias con sectores económicos poderosos, pero que en Uruguay está cambiando. Se definió como liberal en lo económico y conservador en los factores sociales, como la reivindicación de la familia.

La familia sagrada


La posición de estos sectores religiosos respecto a la familia es uno de los aspectos más neurálgicos en los vaivenes del discurso de los sectores laicos.

De hecho, en 1919 José Batlle y Ordóñez impulsó y logró la aprobación de una ley que secularizó varios feriados religiosos y definió el 25 de diciembre –la Navidad de los cristianos– como el Día de la Familia.
La familia estaba entonces entre los argumentos de quienes reivindicaban ya no la laicidad sino el "laicismo", una expresión "extrema de la laicidad" que reduce lo religioso "a la vida privada", dijo Amarilla.

Lo de reducir lo religioso al ámbito privado es precisamente lo que choca con el estilo de buena parte de las iglesias evangelistas. De hecho, fuentes allegadas a la Iglesia católica –que se mantuvo al margen de este debate– dijeron que la misma postura de Amarilla y su deseo de anunciar su forma de actuar van de la mano con este estilo de exteriorizar lo espiritual. Los católicos ven en esta característica una forma de competirle fieles en el mercado de la fe.

Expertos e historiadores atribuyen el laicismo a gobernantes como José Batlle y Ordóñez, que expresó un radical anticlericalismo. Pero tanto colorados como blancos y frenteamplistas tienen formas particulares de ver el asunto de la religión (ver recuadros en página 3).

Lo conservador y lo progresista


A juicio de la socióloga Ana Laura de Giorgi, la izquierda cambió su visión acerca de valores como la familia. En una investigación sobre la izquierda de la década de 1960, dijo que por entonces "la familia no era un objetivo a alcanzar para los tupamaros, en la medida en que tenían que dedicar todas sus fuerzas a la revolución. La familia para los comunistas, en cambio, sí tenía un lugar mucho más importante, pero no como fin en sí mismo, sino como un medio para hacer crecer al partido, el que era llamado, a su vez, la gran familia".

Bernardo Kligsberg, funcionario de Naciones Unidas, experto en pobreza y seguridad y afín a las posturas de la izquierda latinoamericana, se ha venido quejando de que los sectores progresistas abandonaron en manos de grupos conservadores la defensa de la familia.

"Los impactos regresivos de las políticas ortodoxas sobre las familias influyeron mucho en que, en toda la región, de una cuarta parte a una tercera parte de los hogares se convirtiera en hogares con una madre pobre sola como su jefa. La Cepal ha estimado que la pobreza, que alcanza actualmente al 31,4% de los latinoamericanos, sería 10% mayor sin su aporte. Pero la familia quedó desmembrada", dijo en un trabajo para la ONU.

En Uruguay, según un informe de Observatorio de la Familia de la Universidad de Montevideo, el porcentaje de jefas de hogar aumentó 12% entre 1990-2008, en un país con las cifras de divorcios más altas del mundo (unos 15 mil al año contra 12 mil casamientos) y las adhesiones religiosas más bajas de la región. Según el Latinobarómetro, Uruguay está último en la medición del grado de catolicismo de sus habitantes: en 1996 el 60% se decía católico y el 18% agnóstico, pero para 2013 esas cifras estaban en 41% y 38% respectivamente.

"El crecimiento económico ha traído consigo la secularización. Ese fenómeno no se produce en otros países de la región", dijo el informe.

Jacobinos y ONG


El antropólogo Nicolás Guigou ha sostenido que los uruguayos "estamos mucho más dispuestos a aceptar el jacobinismo (expresión de antirreligosidad) de Estado, que, por ejemplo, la influencia de diferentes concepciones religiosas en las elites políticas, la importancia de partidos políticos con una relevante impronta religiosa dentro de la escena nacional, la influencia de concepciones religiosas en la gestación de movimientos sociales, y un largo etcétera".

Al analizar esta afirmación, el sociólogo Esteban Larrosa –director en Uruguay del grupo de radios evangélicas RTM– aludió a un comunicado emitido en octubre del año pasado por un grupo de ONG que cuestionó la presencia de diputados evangélicos en el Parlamento. A juicio de estas ONG, esos legisladores "relegan su rol de representantes (...) dan la espalda a los ciudadanos y a la democracia" y "violentan la ley al declarar que sus creencias metafísicas están por encima de esta".

"Una visión de este tipo, como la que han manifestado estas autoridades, constituye claramente una gravísima y notoria afrenta a los más caros valores republicanos y laicos. Y es un precedente extremadamente peligroso que lleva, en última instancia, a la fragmentación del espacio público", dijo el comunicado.

Ante esto, Larrosa escribió en un blog: "Es paradójico leer estas declaraciones de parte de algunas de las organizaciones firmantes que por un lado predican la diversidad, la inclusión y la tolerancia en amplia cantidad de prácticas referente a las políticas y legislación de derechos de las minorías, la sexualidad, el matrimonio, la educación y un largo etcétera, mientras que al mismo tiempo aplican el látigo sobre toda expresión que quiera reflejar al cristianismo en la vida pública del país."


Los colorados y la Iglesia


La influencia anticlerical de José Batlle y Ordóñez marcó el rumbo del país en esa materia. Pero los colorados adecuaron sus posiciones en torno a la religión. El historiador Gerardo Caetano recuerda en un trabajo académico (Laicidad y política en el Uruguay contemporáneo) que "en ocasión del debate de 1987 por la permanencia en la vía pública de la cruz que presidió la celebración del papa Juan Pablo II en su primera visita a Uruguay, el entonces senador Jorge Batlle defendió un concepto de 'laicidad positiva' contraria a las viejas concepciones que a su juicio la volvían 'un instrumento de carácter negador de la fuerza espiritual'".

En tanto, la primera visita oficial de un mandatario uruguayo al Vaticano, el 26 de mayo de 1996, la protagonizó el expresidente colorado Julio Sanguinetti.

No obstante, en estos días Sanguinetti, desde el sitio El Correo de los Viernes, criticó la propuesta de erigir una estatua de la Virgen María en la Aduana de Oribe, en la rambla de Montevideo.

"El cardenal (Daniel) Sturla, que trata de recuperar (y lo comprendemos) el brío algo disminuido de la Iglesia católica, se equivoca cuando va más allá. Incluso acusa de 'anticlericalismo' a quienes discrepan con su propuesta, sin advertir que justamente él está cayendo en un 'clericalismo' que hiere la concepción republicana de nuestra democracia", sostuvo Sanguinetti, quien diferenció esta iniciativa con la cruz por la venida del papa ya que ello representa un "hito histórico".

Los blancos y la religión


En su investigación, Caetano señala que donde "las posiciones sobre estos temas evidenciaron menos modificaciones (...) fue sin dudas en el Partido Nacional. Aun con matices, dentro de la colectividad nacionalista persistió un posicionamiento cercano al discurso católico, con fuertes sintonías con las posiciones defendidas por la Iglesia católica (en especial en lo que tiene que ver con temas morales) y con las valoraciones más globales sobre formas más libres y flexibles de relacionamiento entre religión y política". El historiador recuerda "los actos religiosos protagonizados por el expresidente Luis Alberto Lacalle al comienzo y al final de su mandato (1990-1995), así como invocaciones religiosas y expresiones de fe católica protagonizadas por dirigentes nacionalistas al asumir sus cargos durante la administración iniciada en 1990".

Cuando perdió su última elección Lacalle dijo en su discurso al reconocer la derrota: "Los triunfos humanos son efímeros. Pero ahora me doy cuenta de que todo lo que he padecido, que no ha sido poco, que todo lo que hemos puesto, que todo lo que somos, no era nada más que la preparación que la Providencia (...) nos puso delante para lo que viene mañana".

La izquierda y ¿el opio de los pueblos?


En la izquierda se produjo un cambio sensible en relación a su vínculo con la religión como a la reivindicación de valores como la familia.

Desde su primer mandato Tabaré Vázquez estableció un estrecho vínculo con el arzobispo Nicolás Cotugno, fogoneado por su posición contraria al aborto, aunque el mandatario advertía que esta postura tenía una base científica.

Tras la muerte de Juan Pablo II en 2005, la presencia de la esposa y un hijo de Vázquez en el Vaticano (visita que fue "no oficial", dijo a El Observador un miembro de la familia Vázquez, que pagó los pasajes de su bolsillo) generaron una severa reacción precisamente de las iglesias evangélicas que ahora están en el confesionario social.

La Federación de Iglesias Evangélicas del Uruguay (FIEU) se quejaba de la "excesiva" cercanía entre el gobierno de Vázquez y la Iglesia católica y el riesgo del retorno a un "Estado confesional".

Hubo sectores del Frente Amplio que antaño consideraban la religión como "el opio de los pueblos" y un dirigente frentista y católico practicante dijo creer que en los últimos años la izquierda tuvo una actitud de prescindencia del tema. No obstante, la participación con una lista del FA de la mae Susana Andrade y su grupo umbandista Atabaque parecen un reflejo de cierta flexibilización en la actitud del conglomerado.

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