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Elena Tejeira: aprender a cada paso

El amor por la gastronomía atraviesa todas las etapas de su vida. Supo ser telefonista, secretaria, chef, profesora de cocina, líder y empresaria. Elena Tejeira, directora de la empresa de catering que lleva su nombre, es un ejemplo de perseverencia, trabajo y pasión
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29 de agosto de 2017 a las 05:00

Por Andrea Sallé Onetto

En mi casa pululan los libros de cocina, los recetarios impresos, los cuadernos con recetas escritas a mano y los papelitos sueltos con tips de cocción, ingredientes y toques especiales. Elementos que mi madre y mi abuela adoran, acumulan y ponen en práctica con amor. En la casa de Elena Tejeira también hay una biblioteca dedicada a la gastronomía, que se posa junto a otras dos, una con libros sobre espiritualidad y crecimiento personal, y otra con temas del rubro empresarial. Las tres resumen el estilo de vida de esta cocinera que se transformó en empresaria casi sin darse cuenta y que se proyecta incluso más allá.

Aquel altillo

Elena Tejeira llegó al mundo de sorpresa. No estaba en los planes de sus padres, pero fue recibida con mucho amor y se convirtió en la nena mimada del hogar. Nació y se crió en el barrio Capurro —cerca de Uruguayana y Bulevar Artigas—, su papá trabajaba en Conaprole y su mamá era ama de casa. El barrio fue su mundo. Fue a la escuela N° 78 Dr. Francisco Forteza, al liceo Bauzá y eran habituales las salidas en familia para ir a ver a los clubes del barrio de fútbol y básquetbol. Elena recuerda su infancia con alegría, a pesar de las etapas difíciles. "No nos faltó ni nos sobró, vivíamos con lo mínimo, en un apartamento muy sencillo. El invierno lo pasábamos casi sin calefacción", cuenta. El apartamento tenía un rincón especial en donde Elena podía jugar a rienda suelta: el altillo, su laboratorio creativo. "Pasaba horas recortando y pegando, haciendo collage. Cortaba moldes y jugaba mucho a vestir a las muñecas. La pasaba brutal todo el día, me expresaba mucho, jugaba muchas horas sola con elementos, telas, texturas, pinturas, pinceles, papeles, revistas viejas. Ese altillo fue lo máximo para mí". El altillo también era el lugar de su mamá, a quien le gustaba coser cosa que Elena veía y replicaba. Con su madre también iba a la feria a hacer las compras y pasaba horas en la cocina, lugar del que siempre la dejó participar. Como buenos hijos de gallegos, para sus padres la cocina y las comidas eran algo sumamente importantes y aunque tenían escasos recursos económicos, la comida era sagrada, deliciosa, gustosa y abundante.

Su madre también le incentivó las facetas artísticas. Elena tomó clases de cerámica, de corte y confección, estudió piano y guitarra, y hasta tuvo un intento de ser bailarina de ballet, sueño que le duró poco. "Mi mamá me llevó a escondidas de mi papá a las clases del ballet del Sodre, hasta que un día él se enteró y le pareció terrible. Era altamente machista y decía que ese no era un buen ambiente para una mujer, así que me sacaron del ballet, cosa que sufrí terriblemente", cuenta un tanto frustrada.

El quiebre

En plena adolescencia, a los 16 años, Elena se dio de frente con la realidad. Cuenta que un domingo se despertó, su mamá lloraba y todos estaban muy tristes: habían ido a "darles el lanzamiento", que implicaba que debían abandonar su casa en 48 horas, de lo contrario los sacaría la policía a la fuerza, con muebles y todo para afuera. "Era una situación familiar terrible, mi mamá y mi papá estaban superquebrados. Ahí empezó a caerme la ficha de un montón de cosas que yo ignoraba, aunque veía que con los años la situación de casa había cambiado sustancialmente. Si bien éramos una familia de nivel socio-económico medio o medio-bajo, y vivíamos con muy poco, era una vida llevadera". Cuando lo analiza en retrospectiva, no ve la situación como algo tan duro, pero en el momento lo sufrió. "Me fui casi con lo puesto, perdí cosas de valor afectivo, no me quedaba nada de mi niñez ni de mi querido altillo. Todo eso se fue a la basura rápidamente porque había que achicar", narra. Luego de desarmar el departamento en 48 horas se mudaron a una casa de un familiar lejano. Fueron por 15 días y se quedaron dos años.

Su padre, quien había sido el sustento de la casa entró en un declive emocional y cayó en depresión, por lo que su mamá se puso la casa al hombro y salió a trabajar. "Para mí fue un ejemplo muy importante en la vida, una mujer que casi a los 50 años sale a trabajar por primera vez y saca a la familia adelante. Mi hermano trabajaba de cadete también en una empresa para ayudar en casa y yo fui la última a la que le cayó la ficha. Fue instantáneo, me sucedió eso y a la semana ya había conseguido empleo a través de unos conocidos, yo tenía 16 años recién cumplidos". Así, de golpe y sin anestesia, ingresó al mercado laboral como telefonista en un taller mecánico y de representación de venta de ómnibus y camiones, un mundo del que no se sentía parte en absoluto. Estaba cursando quinto año de liceo y para no dejar los estudios, se pasó al horario nocturno del Bauzá, donde todos la mimaban por ser la más chica del grupo.

"Después me di cuenta de lo fantástico que fue que me pasara todo eso que me hizo tan fuerte", señala. En ese primer empleo había un fondo de auxilio para el personal, al que aportaba todos los meses para ganar antigüedad, entre los beneficios a los que podía acceder estaba la garantía de alquiler, que Elena consiguió para que sus padres pudieran alquilar un apartamento. "Logré mudar a mis papás, ayudarlos para el alquiler durante muchos años y que tuvieran su casita, su independencia". A los 19 años se casó y se mudó a un apartamento interior en el barrio Bella Vista, donde vivió cuatro años. "Lo pagamos con un esfuerzo brutal, en cuotas. No quería volver a alquilar, había quedado muy marcada, así que mis suegros nos ayudaron y de alguna manera salimos adelante", cuenta.

Sin miedo a nada

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Su trabajo como telefonista no la saciaba, quería llegar a algo más, así que se postuló a un llamado para un cargo para el que no estaba capacitada, pero que consiguió igual, según le dijeron, porque valoraron su actitud de superación. La empresa era una multinacional que trabajaba con licitaciones de proyectos de telecomunicaciones, funcionaba como un centro logístico y de administración, y apostaba a la capacitación de sus empleados, por lo que Elena pudo ir creciendo. Empezó como asistente, realizó tareas contables y terminó como secretaria del gerente. Allí trabajaba entre planos, camiones, ingenieros, arquitectos, timings y mucha organización, cosas que está convencida le sirvieron para su desarrollo empresarial posterior. "Con todo en la vida vas acumulando experiencia y conocimiento que tarde o temprano te va a servir para otras cosas".

Cuando tenía 27 años y dos niñas pequeñas, la empresa perdió una licitación muy grande y ella se quedó sin trabajo, así que para ayudar con la economía del hogar comenzó a hacer lo que siempre le había gustado hacer: cocinar. Se inscribió en el curso de cocina de la UTU y realizó algunos puntuales de decoración en azúcar, para los que tenía buena manualidad. Comenzó a hacer muchas tortas infantiles y descubrió que su mundo venía por ahí. "Cada vez que iba a clases de cocina me transportaba. Recuerdo que aún siendo amateur me quedaba en la cocina hasta tarde en la noche y me fascinaba comprar utensilios y herramientas". Así, lenta y naturalmente, su hobby se fue convirtiendo en su profesión.

Imparable

El crecimiento que tuvo no fue algo premeditado, sino que se fue dando solo. De la venta de alfajores, pasó a las tortas infantiles, de ahí a las de boda y a las mesas dulces para salones, hasta que cuando quiso acordar, ya estaba haciendo pequeños servicios de catering. "Empecé a desarrollar la destreza del volumen, de la logística, de las entregas y una visión de cómo lograr abrirme puertas, cómo hacer vínculos. Rápidamente se hizo una red importante y empezaron a llegar pequeños caterings".

El primero fue para un colegio que cumplía 10 años y aunque tenía compañeros de la UTU que la ayudaban, no tenía equipamiento, ni infraestructura, todo lo hacía desde su casa donde tenía freezers hasta en el living "Mi pobre casa era una locura, empresa-casa, todo a la vez". Para ese entonces ya vivía en Malvín y trabajar en su casa le permitió conjugar la maternidad con su vocación pero también la llevó a momentos de caos total y estrés extremo.

El rápido crecimiento y la falta de experiencia, hicieron que de golpe se enfrentara a liderar personal, tratar con clientes, vender, crear, comprar. "Tuve que desarrollar un montón de destrezas para las cuales no estaba preparada, lo fui aprendiendo medio a los ponchazos", relata.

Uno de sus primeros grandes desafíos fue un servicio para el Ministerio de Relaciones Exteriores, para el cual no se sentía suficientemente preparada. "Habían invitado a Hugo García Robles para que fuera a testear mi trabajo, porque yo había empezado a recibir muy buena crítica y prensa. De la inseguridad que tenía en ese momento pasé unos nervios y un estrés que no te puedo explicar", rememora, ahora tranquila. El crítico culinario García Robles fue en persona a la cocina a saludarla y felicitarla por el evento.

El gran salto cualitativo lo pegó cuando hizo un servicio para 200 personas y a partir de allí se animó a asumir compromisos más grandes, sobre todo en el ambiente corporativo. "Empecé a darme cuenta de que tenía mucha capacidad para organizar, para la parte logística, los traslados, la cadena de frío, cómo organizarme en el evento, cómo armar los equipos, la cantidad de gente y de comida, cómo organizar puntos de cocción". En ese momento, la formación gastronómica no contemplaba estos aspectos de organización y Elena los fue adquiriendo con la experiencia. "Para mí la UTU fue fantástica y tuve profesores increíbles, de hecho, ellos fueron los que más me impulsaron a que me dedicara a esto; pero la habilidad de hacer caterings para tanta gente la vas aprendiendo un poco a prueba y error. Y no podés tener un error en el evento, porque si lo tenés, sería el último, obviamente".

Asentarse en un lugar

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En esa época de intensa actividad había días que Elena trabajaba entre 12 y 14 horas sin parar, al calor de la cocina y generalmente de pie. A pesar del trabajo constante, siguió capacitándose, incluso iba a cursos en Buenos Aires con chefs como Ramiro Rodríguez Pardo, Francis Mallmann, Alicia Berger y Ada Concaro; en paralelo fue adentrándose en el mundo de la dirección de empresas, el marketing, el liderazgo, la comunicación y el gerenciamiento. De a poco entendió que tenía que cambiar su rol dentro de la empresa, asumir un papel de dirección y liderazgo, y delegar la cocina.

La empresa creció a tal punto que fue necesario construir una planta, que se encuentra actualmente junto con las oficinas en la barra de Carrasco, frente a la rambla. Elena va todos los días y su oficina está en un punto estratégico que le permite ver la cocina y estar en constante conocimiento del estado de situación. Pero su rol no se limita a supervisar, sino que participa activamente en la innovación y la creación de los platos y proyectos. "Creo que eso no lo puedo perder nunca, la marca Elena Tejeira tiene una esencia y un estilo de diseño que lo tiene que mantener por siempre, porque creo que eso es lo que nos da la diferencia, y en eso me encanta trabajar". Participa de la coordinación del trabajo que se hará durante el día, del armado de los equipos, de la supervisión de productos y de que todo esté como debe estar. "Me encanta delegar pero también estar en conocimiento, eso me da paz, tranquilidad".

La empresa ya cuenta con 30 años de vida y está en pleno proceso de transformación, buscando nuevas estrategias para proyectarse al futuro. "No cualquier empresa en este país se sostiene tanto tiempo. Eso habla de una perseverancia y una lucha constante. Estamos felices y confiados de que se van a hacer cambios importantes y en eso estamos trabajando", dice orgullosa y agrega, "Se ríen de mí porque ya estoy proyectando los próximos 30 años, aunque algunos digan que ya no voy a estar. Justamente, mi sueño es ese, que mi empresa trascienda a Elena, va a haber una continuidad".

Cuerda para rato

Elena Tejeira se describe como una mujer altamente optimista, sumamente agradecida con la vida y feliz. "Me gusta mi vida y todo lo que me ha pasado. Creo que cada cosa que he vivido me ha dejado algo, como ser perseverante, trabajadora. Me encanta sacarle chispas a la vida, vivir cada minuto con intensidad". En ese afán de aprovechar cada segundo, se levanta bien temprano de la mañana (a las 5 am) y se da un tiempo para sus actividades, como la meditación, el estudio del kabbalah o salir a hacer ejercicio.

La idea de jubilarse no se le pasa por la cabeza. Trata de cuidarse físicamente y de comer sano para poder seguir ideando el futuro y hacer todo lo que le queda por hacer. "Tendría que quedarme por acá unos 50 años más", dice entre risas. Y entre esos planes está el de escribir un libro de cocina, pero no el típico de recetas, sino uno con la impronta de Elena Tejeira, con su historia y su personalidad. "No es algo que pueda escribir hoy en medio de tanto ruido, es algo para lo que quiero volver a 'mi altillo', y eso va a pasar cuando pueda bajar un par de cambios y conectarme con lo más artístico. No me voy a ir de este mundo sin escribir ese libro, te lo puedo asegurar", dice y yo le creo.

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Predicar con el ejemplo

Desde hace un año, Elena es la presidenta de la Organización de Mujeres Empresarias del Uruguay (OMEU). "Siempre me encantó poder hacer algo por los demás, y OMEU se enraba muchísimo con la kabbalah que practico. Es un articulador entre las personas que necesitan y las entidades que brindan apoyo a las mujeres".

Actualmente está trabajando, junto al resto del equipo, para mejorar y relanzar el programa Más Emprendedoras, que se enfoca en potenciar, fortalecer y acelerar emprendimientos que ya están en funcionamiento. "Creo que el desarrollo futuro del mundo, y por supuesto de nuestro país, viene de la mano del fortalecimiento de las mujeres en el mundo laboral, que todavía no han podido desplegar todo su potencial. La mujer necesita apoyo, las barreras existen, es difícil", sentencia.

Tiempo para uno mismo

Un día Elena fue como invitada a un Bar Mitzvah y se conmovió con las palabras que el rabino dijo al homenajeado. "Me movieron todo absolutamente, se me llenaron los ojos de lágrimas porque para mí eran las palabras de mi mamá que era archicatólica. Todo lo que él le estaba transmitiendo al niño, eran las mismas herramientas y valores con las que me formó mi madre". Según le contó luego el rabino, su mensaje provenía de la kabbalah, una escuela dentro del pensamiento judío que trasciende a la propia religión. Ese fue su primer encuentro con esta disciplina, que viene estudiando desde hace un par de años a distancia, a través de un centro de Estados Unidos.

"El mundo se transformaría si nos diéramos cuenta de que no somos solo carne y hueso, sino que habita un alma adentro nuestro y que somos todos la misma alma", plantea. Estudiar kabbalah le dio una perspectiva distinta de la vida y de su entorno, le enseñó a prestar más atención a su interior que al afuera y a no valorar las cosas por su materialidad. Esa nueva postura también influyó en su forma de encarar la empresa y de plantearse los objetivos. "No vas a ser feliz cuando logres tal o cual cosa, sos feliz con lo que te toca hoy. Capaz que lo que te toca no es fácil, pero de alguna manera es algo que tenés que vivir. Quizá es un desafío, un tránsito amargo pero que viene por algo y te va a hacer crecer", reflexiona con propiedad.

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