Opinión > Personaje de la semana

Ella es un símbolo

La ministra no gestó la parálisis del sistema público de enseñanza pero lo personifica. Por Miguel Arregui
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15 de octubre de 2016 a las 05:00
La diputada nacionalista Graciela Bianchi y la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, son dos mujeres muy combativas y algo deslenguadas, aunque coincidan en modales propios de maestras de escuela.

El miércoles Bianchi interpeló a Muñoz en la Cámara de Diputados pues cree que no da la talla para el cargo. Algunos esperaban un choque de trenes pero solo fue una batalla más en torno a la enseñanza pública, un campo de combate extraordinariamente politizado y sañudo en el que se derrama sangre desde hace al menos medio siglo.

Muñoz, quien es médica, fue secretaria general de la Intendencia de Montevideo entre 1995 y 2004, en las dos administraciones de Mariano Arana. En 2005, cuando Tabaré Vázquez asumió su primera presidencia, la designó ministra de Salud Pública. En ese período se creó el Sistema Nacional Integrado de Salud. En la campaña electoral de 2014,

Vázquez prometió "cambiar el ADN de la enseñanza" y destinarle el 6% del PBI, una cifra muy alta. Enseguida del triunfo designó a Muñoz como ministra de Educación y Cultura pues la creía competente para lidiar con grandes conflictos, como los que anunciaron de inmediato los sindicatos del área.

Pero Vázquez y Muñoz retrocedieron ante las primeras contrariedades, como el conflicto generalizado de agosto de 2015, cuando decretaron y levantaron la esencialidad de la enseñanza al comprobar su soledad política. Tampoco podrán jugar mucho con el presupuesto debido al ajuste fiscal.

Muñoz ha mostrado más soltura para echar a funcionarios de jerarquía, desde el director de la Biblioteca Nacional, Carlos Liscano, hasta el director nacional de Educación, Juan Pedro Mir. Este había concluido que no había voluntad política coherente para rehacer el sistema público de enseñanza.

"Más que cambio de ADN, y lo digo bajito, si las cosas siguen así vamos a hacer una transfusión", sostuvo Mir en una reunión de su sector político. "No creo que hagamos un cambio de ADN porque no están dadas las condiciones políticas en el gobierno de la educación". Uno de los obstáculos sería el presidente del Codicen, Wilson Netto, quien responde al MPP y tiene el respaldo del expresidente José Mujica.

Luego, en solidaridad con Mir, renunció el subsecretario de Educación y Cultura, Fernando Figueira, un sociólogo especializado en enseñanza. "No creo que la educación se pueda reformar desde adentro", había dicho Filgueira en 2013 al diario El País. "El sistema educativo público puede hacer algunas reformas puntuales, pero la reforma integral la tiene que hacer el sistema político".

Y el mes pasado cayó el sociólogo Jorge Papadópulos, director general de Secretaría, el número tres del ministerio, un amigo de Filgueira a quien –en un gesto guarango– despidió vía WhatsApp. Papadópulos venía realizando una serie de observaciones administrativas.

La gota final fueron unos viáticos para viajes que involucraban a Glenda Rondán, otra jerarca amiga de Muñoz (y secretaria de Julio Sanguinetti hasta 1983, cuando denunció haber sido víctima de un extraño secuestro).

Muñoz podría decir, como Margaret Thatcher, que no le debe nada al movimiento feminista, pero ha desalojado a los hombres de todos los altos cargos de su ministerio. En su descargo podría argumentar que la descentralización del sistema y el reparto en feudos son tan paralizantes que ningún gran cambio se hará sin un fuerte consenso político, que no se ve venir por ningún lado.

La enseñanza pública, en particular la secundaria, obtiene resultados mediocres con más dinero que nunca. Está apresada por una mezcla de confusión ideológica, cuotificación política, compartimentos estancos, burocratización, familias omisas, corporativismos de toda clase y una constelación de sindicatos politizados hasta la náusea.

El poder de vetos de los sindicatos es tan grande, y la situación tan extravagante, que Mujica llegó a afirmar que "hay que juntarse y hacer mierda a esos gremios, no queda otra". (En Una oveja negra al poder, de Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz.)

Maestros y profesores, esas heroicas legiones que contribuyeron a hacer de Uruguay una sociedad relativamente integrada y mesocrática, ahora parecen a la defensiva y desconcertadas.

Quien puede envía sus hijos a la enseñanza privada, que no siempre es mejor pero sí al menos más disciplinada.

La decadencia del sistema público de enseñanza ahonda la partición de la sociedad uruguaya en dos pedazos irreconocibles. La educación (que es un concepto más amplio que la mera enseñanza) es la mayor generadora de futuros ricos y pobres.

María Julia no creó el problema pero lo simboliza. Su actitud arrogante no coincide con las vergüenzas del sistema, y con la parálisis política que asegura que no habrá cambio alguno.

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