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"En primera plana": minuciosa disección de un pecado

El filme nominado a Mejor película presenta un polémico caso con exceso de ascetismo
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06 de febrero de 2016 a las 05:00
Aunque los casos noticiosos que plasman las películas sean radicalmente diferentes, los periodistas suelen ser retratados con la virtud de un salvador resiliente o, en el extremo opuesto, con la ferocidad de un cínico sanguinario. Entre esa falta de grises, En primera plana resalta como uno de los pocos filmes sobre periodismo que triunfa en su verosimilitud, con profesionales de carne y hueso que no viven gritando "paren las rotativas".

Ambientado en Boston, en 2001, el filme pone su foco sobre el grupo de periodistas Spotlight, del Boston Globe, que reveló los abusos sexuales a niños perpetrados por sacerdotes de la ciudad. Basándose en la historia real y en los testimonios de los profesionales, las etapas del descubrimiento se perfilan con la precisión de un cronista: lo que parecía ser un crimen aislado pronto se revela como una conducta reiterada y, finalmente, como un ocultamiento institucionalizado.

Sin un protagonismo marcado, la película divide su atención entre los diferentes periodistas de Spotlight, interpretados por Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAddams y Brian d'Arcy James, cada uno con su propio perfil y un trasfondo personal que apenas se atisba.

Lo que los une es una crianza católica y una profunda familiaridad con la ciudad que habitan, por lo cual es necesaria la mirada fresca de un foráneo, el editor encarnado por Liev Schrieber, "soltero, judío y que odia el béisbol", para que un caso al que solo se le había dedicado una columna se convierta en una gran revelación.
Intentando plasmar el mismo realismo que la profesión les pide a los periodistas, el reflejo que proyecta En primera plana se asemeja demasiado al de un procedimiento policial estándar. En la película, como si se siguiera a un detective que día a día intenta elucidar las pistas con las que se topa, nunca se vive el suspenso de un hecho único o significativo. En ese procedimiento, con delicadeza y costumbre, los periodistas acosan a abogados, sonsacan testimonios y descubren patrones, pero en ninguno de los pasos parece alcanzarlos el dolor o el trauma de las víctimas.

El filme, que no recurre a la ramplonería de flashbacks sensacionalistas ni del llanto fácil, tampoco opta por mostrar el impacto del caso sobre quienes desenvuelven la madeja: en los periodistas, la investigación diaria, de largo aliento, parece haber mitigado la indignación. Aunque existen algunos momentos de reacción, mayoritariamente por parte de Ruffalo, el golpe viene de las estadísticas, de ese 6% de sacerdotes abusadores que resuena y del resabio agridulce de una horrenda verdad revelada.

Con una fotografía igual de ascética, que no estetiza ni romantiza, ​En primera plana vuelve a la realidad tanto su recurso como su arte, intentando darle al caso el respeto que se merece. No obstante, sin ahondar en los sentimientos de personajes, víctimas o victimarios, la lucha que se libra aparenta ser solo inherente a la labor periodística, con interrogantes que apenas parecen aplicarse a la emoción humana: ¿cuáles son las limitaciones propias y cuáles son las impuestas? ¿Hasta que punto uno ve? ¿Cuándo se cierran los ojos?

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