Opinión > MIGUEL ARREGUI

Entre las oportunidades y el furor

Otro Día de la Mujer sirvió para señalar cuánto han avanzado pero cuánta discriminación y violencia subsiste
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11 de marzo de 2017 a las 05:00
Un soldado de un regimiento de Glasgow, Escocia, que permaneció algunos meses en Montevideo en 1807, durante las invasiones inglesas, describió algunos hábitos de los hombres de las clases bajas de la ciudad y su vínculo con las mujeres: "Son valerosos, pero indolentes hasta el exceso... Los he visto permanecer extendidos durante un día entero, contemplando el Río, y a sus mujeres traerles sus alimentos y si no estaban conformes con su cantidad, llegar hasta golpearlas furiosamente. Éste es el único esfuerzo que siempre hacen con prontitud: descargar su furor sobre sus mujeres".

Dos siglos después las cosas están mejor pero no lo suficiente. En los últimos tiempos más de 20 mujeres son asesinadas cada año en Uruguay por razones de género, lo que es una tasa relativamente alta en una comparación internacional.

Este miércoles, en la avenida 18 de Julio, en Montevideo, decenas de miles de mujeres, orgullosas de sí, marcharon durante una movilización global contra la violencia y la discriminación por razones de género.

La paulatina independencia adquirida por las mujeres uruguayas en el último siglo contribuyó a poner de manifiesto una gran variedad de abusos. Ahora se realizan más de 20.000 denuncias por maltratos cada año. Según la ONU, en todo el mundo un 35% de las mujeres han sido víctimas de violencia física o sexual a lo largo de su vida.

Las mujeres han ganado más espacios en lo que vulgarmente se conoce como "Occidente" (Europa occidental y central, buena parte de América, Oceanía, Israel y ciertos países asiáticos como Japón y Corea del Sur).

En otras regiones, como el mundo islámico o en la mayor parte de África, las mujeres ni siquiera se atreven a manifestar. Un acto por el día de la mujer en una universidad turca terminó este miércoles con agresiones verbales y físicas de una patota fundamentalista al grito de "Dios es grande".

Pero consolarse con los grandes avances en el Occidente liberal sería de tontos. Nada más difícil de erradicar que un prejuicio. Michel Temer, presidente de Brasil, no tuvo mejor idea que celebrar la jornada diciendo: "Nadie es más capaz de indicar los desajustes, por ejemplo, de los precios de los supermercados que la mujer".

Una encuesta divulgada ese mismo día señaló que una de cada tres mujeres brasileñas mayores de 16 años fue víctima de violencia física, verbal o psicológica el último año (hay enormes diferencias entre el norte, más violento, y el sur).

Y más de la mitad de los 25 países con más feminicidios en el mundo están en América Latina, empezando por El Salvador, Honduras, Jamaica y Guatemala. En Eurasia, mientras tanto, sobresale Rusia con largueza (Vladimir Putin promulgó el 7 de febrero una ley que despenaliza la violencia doméstica en un país en el que 7.500 mujeres murieron en 2015 a mano de sus parejas).

Buena parte de los espacios conquistados por las mujeres fueron de la mano con su incorporación masiva al mercado laboral fuera de casa. En Uruguay ese fenómeno se aceleró en la década de 1960, cuando más del 20% de las mujeres se agregaron a la población económica activa (PEA). En el siglo XXI ya superan el 55%. Pero son las más afectadas por el desempleo, especialmente las más jóvenes y menos educadas. También ganan menos que los hombres en promedio, y ocupan muy pocos puestos de jerarquía.

Algunas esferas de actividad tienen una fuerte tasa de feminización: enseñanza, justicia, salud, comercio, administración; pero no se refleja en las cúpulas, como tampoco en los liderazgos políticos o empresariales.

Indices internacionales que comparan oportunidades económicas, poder político, acceso a la salud y cosas por el estilo entre hombres y mujeres señalan que Uruguay anda más abajo del puesto 50º entre 150 o 180 países rankeados, aunque está mucho mejor que sus vecinos.

La discriminación, aunque más moderada, también es propia de los países que están en la vanguardia socio-económica. Así, por ejemplo, una encuesta mostró que en Canadá una mujer recibe en promedio el 87% del salario de un hombre, y que éstos retienen las actividades más calificadas y mejor pagadas.

No es tan simple como adjudicar derechos; o confundir las palabras con los hechos. La "discriminación positiva" que trata de favorecer a las mujeres a veces puede consolidar la desigualdad.

Algunos de los programas de asistencia más usuales en América Latina, que transfieren dinero a las mujeres con hijos a cambio de ciertas condiciones, "perpetúan una organización basada en el trabajo no remunerado de las mujeres", sostuvo un informe de Cepal. "Esa es una de las causas de la desigualdad económica de género".

Los derechos reales, en última instancia, responden a una mezcla de necesidad, convicción y evolución cultural, y se mueven con parsimonia.

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