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Era Heidi y ahora es Thatcher

La gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal y su dureza con los docentes
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20 de marzo de 2017 a las 05:00
Ya se transformó en la protagonista de la política argentina. Para el gobierno macrista representa la "esperanza blanca", capaz de detener la ofensiva peronista. Para la oposición, es la gran figura a derrotar en las contiendas electorales. Para los sindicatos, una interlocutora de sorprendente dureza.

María Eugenia Vidal, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires –primera en 30 años que no es de filiación peronista– está en boca de todos. Durante el año pasado, su nombre apareció, sobre todo, ligado a las noticias sobre la "mafia policial". Sufrió extraños robos de documentación en su oficina, hubo tiros, se encontraron balas en su casa y recibió amenazas telefónicas contra su vida.

Todo ello contribuyó a acentuar su popularidad. Una mujer con aspecto frágil –en la campaña electoral, los peronistas la llamaban Heidi–, madre separada y con hijos pequeños, que transmite una imagen de abnegación, sacrificio personal y exposición a represalias solo puede generar empatía.

Así lo reflejaron las encuestas, que la tienen como la política más popular del país, con 58% de aprobación popular, según datos de la consultora Poliarquía.

Analistas y políticos opositores no dejan de sorprenderse por su astucia, que la lleva a pactar con intendentes peronistas cada vez que es necesario. Ese pragmatismo le permitió, por ejemplo, tener los votos para aprobar el presupuesto y un permiso de endeudamiento en una legislatura donde está en minoría.

Pero, naturalmente, Vidal es también objeto de críticas furibundas. La oposición intentó aprovechar políticamente el hecho de que la gobernadora estaba de vacaciones en México con sus hijos cuando se produjeron graves inundaciones en la provincia.

Estaba fresco el recuerdo de lo que le había ocurrido a Daniel Scioli, su antecesor en el cargo, que pagó un alto costo político, en plena campaña electoral, por viajar a Italia mientras la provincia sufría inundaciones históricas y había miles de evacuados.

Pero Vidal, a diferencia de Scioli –que regresó de inmediato por consejo de sus asesores–, anunció que no suspendería sus vacaciones porque en su gobierno estaba todo previsto para actuar ante situaciones de emergencia.

A juzgar por las encuestas, salió indemne de ese episodio. Y, a medida en que se acercan las elecciones legislativas, se habla de su rol como diseñadora de la estrategia política para la alianza Cambiemos en Buenos Aires. No puede candidatearse pero, descuentan todos, será la verdadera protagonista de la campaña.

Pulseada con gremio docente

Pero la "madre de todas las batallas" para la gobernadora se juega en estos días, en una dura pulseada con los gremios docentes.

Vidal se toma en serio esta partida porque considera que afectará tanto su imagen como su margen de gobernabilidad, una obsesión de todo funcionario no peronista.

La dureza demostrada en las negociaciones sorprendió a todos, al punto que, algo exageradamente, se la empieza a comparar con la mismísima Margaret Thatcher, quien se ganó ese apodo, entre otras cosas, por su inflexibilidad que la llevó a quebrar una huelga minera de más de un año.

Vidal no llegó tan lejos, pero sí es cierto que algunas de sus actitudes ya califican para que se la pueda denominar "gobernadora de hierro".

Para empezar, dejó en claro que la pelea excede una mera discusión salarial: cree que lo que está en juego es el principio de autoridad y, además, atribuyó una intencionalidad político-partidaria a dirigentes del gremio docente. Aunque no lo mencionó, sus dardos estuvieron claramente dirigidos a Roberto Baradel, el líder de los maestros y cara más visible del conflicto.

Vidal se abonó a la tesis de que este sindicalista, que simpatiza con el kirchnerismo, está en realidad tensando el conflicto como parte de una estrategia personal para liderar la CTA, la central sindical de izquierda.

En esta pulseada, la gobernadora decidió provocar una fisura en el gremio docente. Por un lado, confronta políticamente con Baradel, a quien acusa de desestabilizador y de anteponer intereses personales antes que el bienestar de maestros y alumnos.

Vidal se presenta como alguien que busca el objetivo totalmente opuesto al de Baradel.
"Yo no soy candidata, no especulo; mi único interés son los chicos. No me importa si pierdo una elección por esta discusión", enfatizó. Toda una declaración de principios que, además, conlleva un mensaje implícito de sacrificio político personal en aras de un objetivo mayor.

Y, por otra parte, usa el incentivo económico como arma para quebrar al frente sindical (ver recuadro).
En el marco de una pelea que apunta al desgaste de la otra parte, la incógnita es a quién daña más el paso del tiempo sin que haya una resolución.

Cuando el gobernador era Scioli, no cabía duda de quién se perjudicaba. Hubo conflictos todos los años y en una ocasión las clases se iniciaron un mes después de lo que establecía el calendario.
Los maestros se mostraban fuertes porque, además de contar con la simpatía de la opinión pública, también tenían de su lado a buena parte del gobierno kirchnerista.

No era misterio para nadie que había una puja entre la expresidenta Cristina Kirchner y Scioli. Y que los recursos de la nación le eran retaceados al gobernador, que debía recurrir a medidas impopulares para obtener fondos.

En esos momentos, Scioli más se perjudicaba cuanto mayor era el tiempo de demora en la resolución del conflicto. Ahora, en cambio, no está tan claro que esto resulte de la misma manera.

Es evidente que Vidal cuenta con el respaldo pleno del presidente Mauricio Macri. La "mesa chica" del gobierno llegó a la conclusión de que la opinión pública tiene rechazo por la dirigencia sindical y que aprecia una postura firme por parte de los funcionarios.

En la pelea de la gobernadora con los docentes, todo el gobierno siente que se está jugando un partido más importante: definir el futuro de las relaciones políticas en Argentina.

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