La cita con
Tomás de Mattos fue en el bar de Rondeau y Uruguay, una mañana en la que él llegaría desde Tacuarembó, como hacía siempre para cumplir sus compromisos como abogado y escritor. Podría asegurar que lo primero que hizo, luego de saludarnos, fue encender un cigarrillo, el primero de unos cuantos que fumó. Sereno y cálido, como era él.
Fue a mediados de enero de 2003, cuando ya su última
novela La Puerta de la Misericordia iba camino a la segunda edición, a muy poco tiempo de aparecer la primera. Una parte de esa charla se transformó en una entrevista dominical en El Observador (publicada el 26 de enero de 2003); el resto fue una conversación entre viejos amigos, como los que se reunían en torno a un tablero de ajedrez en Banda Oriental.
"Hay que escribir, escribir siempre", me dijo, al contarme la idea de que toda esa generación –inmediatamente anterior a la mía– y la siguiente podía embarcarse en hacer una revista cultural. "Claro, tú tienes que seguir en el diario, porque de algo hay que vivir. Y yo seguir en lo mío", en alusión a la abogacía.
En ese deseo reveló las aguas en las que navegó siempre: escribir, siempre escribir. Aunque tuviera que vivir de la abogacía porque muy pocos pueden vivir solo de la escritura. Y hubo un itinerario creativo que empezó con su primer relato, una composición libre en la que contó la muerte de Mesala, el adversario romano de Ben Hur. Había visto un domingo la película en Tacuarembó y a la profesora de español del liceo le gustó.
Luego siguió escribiendo relatos y no tardaron en llegar las novelas: ¡Bernabé, Bernabé!, sobre el exterminio de los últimos indígenas en el país, le abrió la puerta del éxito. Otros harán la reseña exhaustiva. Yo me quedo con La Puerta de la Misericordia, en cuyo prólogo escribió Tomás: "Acaso la vida eterna exista y se la pueda explorar y gozar aquí, en esta
tierra, que se estremece con las contracciones y los gemidos del parto de los hijos del Hombre".
Y también con la primera frase del relato "Cueste lo que cueste" (Cuentos de la tercera orilla, Banda Oriental, 2002), cuando presume: "Está visto que a uno no se lo recuerda por lo que más lo enorgullezca". Que no es su caso.