Por Óscar Botinelli
La sociedad uruguaya, en lo político electoral, está atravesado por un muro invisible, infranqueable, o al menos muy difícil de franquear. No hay túneles que comuniquen a la izquierda con el área tradicional y permitan el desplazamiento de ida y vuelta. A lo sumo hay un actor sentado en el pretil, el Partido Independiente, que se balancea y algo capta de un lado y del otro.
La Encuesta Nacional Factum del mes de marzo arroja un dato relevante: el Frente Amplio sufre la mayor caída de su historia (13 puntos porcentuales) y retrotrae su intención de voto al nivel de 1996. Lo golpea un retroceso de dos décadas, cuando todavía estaba lejos de llegar al gobierno y ni siquiera había resultado nunca ser el el primer partido a nivel nacional. El golpe es mayor si se compara este 1° trimestre de 2016 (al cerrarse el primer año de la segunda administración Vázquez) con el 1° trimestre de 2011 (al cerrarse el primer año de la administración Mujica). En ese entonces -periodo Mujica- el Frente Amplio registraba una intención de voto del 44%; por tanto una caída normal en tiempos interelectorales, de tan solo 4 puntos. Ahora está no solo 13 puntos respecto a la elección pasada y a la de 2009, sino que está 9 puntos por debajo del nivel que registraba el FA a la misma altura del gobierno anterior. El golpe es claro. No permite vaticinar nada, solo comprobar el humor de los uruguayos a esta altura, cuando recién comienza este gobierno.
Pero lo realmente significativo es que de esta estampida no hay un solo punto porcentual que lo capturen los partidos tradicionales. Los frenteamplistas, o votantes frenteamplistas, descreen en una cantidad significativa del Frente Amplio pero no cruzan la frontera. Se distribuyen en la periferia del Frente Amplio o se van hacia una actitud refractaria o a la indecisión. Es decir, 4 puntos porcentuales van a su periferia: Unidad Popular hacia la izquierda, Partido Independiente hacia el centro, Partido Ecologista (difícil de clasificar y opción que hay que tomar con pinzas y puede operar como una alternativa a decir ninguno). Seis puntos van hacia el voto en blanco, el voto anulado o a expresar que no se vota a ninguno. Y finalmente quedan 3 como indecisos, que es lo más fácil de recuperar, porque no implica con claridad ni enojo ni cambio de adhesión.
A la inversa. El Partido Nacional pierde 6 puntos y recupera 1 del Partido Colorado, lo que son movimientos nada dramáticos en un periodo interelectoral. Pero el Partido Colorado pierde 7 puntos de un total de 13, más de la mitad, lo cual sí es dramático. De esos 13 puntos que se van de uno u otro partido tradicional, ninguno lo captura la izquierda, ninguno atraviesa el muro: 1 va de uno a otro partido tradicional; 1 va hacia el centro, hacia el Partido Independiente sentado en el pretil; 5 van hacia una actitud refractaria (voto en blanco, anulado, ninguno) y 6 se manifiestan indecisos.
(El resto de la columna puede leerse en la edición impresa de El Observador del domingo 3 de abril de 2016)
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