Por Ina Godoy / Producción Agustina Amorós
Daniella Urrutia caminaba desde el estudio donde trabajaba, en Parque Batlle, hacia la Facultad de Arquitectura, donde cursaba las últimas materias, cuando vio el cartel de venta en una tranquila esquina del céntrico barrio montevideano. Se trataba de una típica construcción de principios del siglo XX, con una farmacia.
La adquirió y en 1998 se hizo la reforma. De la construcción original solo quedó el muro exterior, que separa la casa de la vereda, y el techo. Urrutia dividió el cuadrado casi perfecto del terreno en cuatro cuadrantes: interior, exterior, bajo y alto. La división entre el espacio interior y el exterior se resolvió con un muro de vidrio que los mantiene vinculados. Por su parte, el espacio vertical de la casa se resolvió en cuatro niveles. En la planta principal, al mismo nivel de la vereda, están el living y una parte del patio. Un nivel más abajo se ubicó la cocina, el comedor, un pequeño baño y la otra parte del patio. Estos espacios sociales están visualmente integrados pero funcionalmente diferenciados.
Hacia arriba, se extendió el descanso de la escalera y se dispuso un escritorio y una pequeña terraza. Por último, el área más íntima de la casa quedó en el cuarto nivel, con dos habitaciones y dos baños, todo con los beneficios de la orientación norte.
Un pequeño mural pintado a mano sobrevive como un rastro de la construcción original en el muro que separa la casa de la vereda.
El living es el ambiente que recibe al ingresar a la casa. Equipado con sillones y ratona vintage, un armario de madera empotrado para la televisión, libros y objetos; y una joya rescatada de una volqueta: la silla Cesca de Marcel Breuer. Tiene una ventana en forma de raja apaisada con orientación oeste y la estufa a leña en el centro. Es el lugar preferido de la familia durante las horas de sol.
Conectado visualmente con el living pero diferenciado en cuanto a su función, en un nivel más abajo se ubicó el comedor, que recibe los beneficios del sol al atardecer, que entra desde el oeste por la ventana en forma de raja del living. Es el lugar elegido por las noches.
En el mismo nivel del comedor, la cocina y un pequeño baño social se plantearon contenidos en un cubo de menor altura, que los diferencia pero los mantiene integrados.
El descanso de la escalera se extendió y se instaló un escritorio que está a medio camino de todo, entre los ambientes inferiores más sociales y la privacidad de los ambientes superiores.
En el cuarto y último nivel de la casa se plantearon dos cuartos y dos baños. Los ventanales corredizos de aluminio y vidrio de la pared norte tienen vista a la copa de los árboles de la calle. En el cuarto principal, el mobiliario es americano, con mesas de noche integradas al respaldo y lámparas de metal esmaltado y cromado, fabricación nacional de los años de 1950.
El baño se revistió con porcelanato y en un ángulo de la pared se colocó un espejo sin marco en forma de L. En la entrada se dispuso un placar con puertas de placa de madera calada, que aporta una cálida textura.
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