"Es como el cartel de la droga. Los traficantes están muy bien organizados y cuando se declaran en huelga todo se bloquea", añade la periodista de la televisión nacional ORTB, Abiath Oumarou. "Son gente muy rica, mueven la economía y tienen mucho poder. Como periodista es peligroso relacionarte con ellos. Tienes que hablar y negociar", afirma. "Mientras preparaba mi tesis me quitaron la cámara y, en una ocasión, me dispararon", advierte Oumarou.
Ante este entramado, las autoridades aduaneras, los gendarmes y la Policía no pueden hacer gran cosa. "No es fácil seguir a los traficantes porque van por el bosque y por los senderos. Algunos vierten los depósitos y lo queman todo antes de que podamos revisar la mercancía", explica Brice Sourou, jefe de los gendarmes de los departamentos de Ouémé y Plateau.
Aunque la actividad es ilegal y las autoridades deben perseguirla, Sourou reconoce que en ocasiones la consienten. "Muchas veces fingimos no ver nada. La solución es cerrar los ojos y dejar que actúen", explica. Es una realidad que todos los benineses conocen. La periodista Oumarou afirma que "es imposible que el tráfico ilegal de combustible pase inadvertido. En otros lugares estas cosas pasan pero se esconden; aquí, en cambio, ocurren ante los ojos de todos y las autoridades son cómplices".
Las autoridades beninesas se declaran impotentes para lidiar con un problema que implica a gran parte de la población y va más allá de las fronteras del país. "Nos reunimos con los traficantes y les amenazamos con bloquear la actividad", explica el gendarme Brice. Pero, en la práctica, los contrabandistas no temen las represalias policiales, ya que tienen la certeza de que gran parte de la población depende de su actividad y que las más altas esferas políticas están implicadas.
El tráfico de essence (nafta en francés) financia las campañas políticas y muchos diputados han llegado a sus cargos gracias a los beneficios de este negocio. Es uno de los motivos por los cuales los benineses creen que es imposible acabar con esta actividad. "Los contrabandistas tenemos una gran popularidad y los políticos lo saben", sentencia Assogba. "En 2006 creamos una organización para apoyar al candidato de la oposición y salió elegido".
Este negocio soluciona por un lado el gran problema de la falta de estaciones en el país. Los benineses pueden llenar los tanques de sus vehículos cómodamente y sin gastar tanto dinero. Por el otro, emplea a muchas personas que no tienen alternativas laborales o quieren complementar su sueldo con esta actividad. Los benineses que se dedican a este negocio ganan mejor que la media de la población. Sus ingresos mensuales superan las 50 mil CFA (aproximadamente 83 dólares), mientras que el salario mínimo en el país es inferior a 35 mil CFA (aproximadamente 58 dólares).
No hay nadie que no tenga un amigo o un conocido que forme parte de la red. Centenares de familias pueden comer y mantenerse gracias a esta actividad. Y para muchos jóvenes es la única alternativa laboral para afrontar el desempleo.
En la capital, Porto Novo, y sus alrededores es donde se han instalado más puestos de venta ilegal, ya que está muy cerca de la frontera con Nigeria y es donde confluyen todas las rutas del tráfico de esta sustancia. Las mesas con botellas de cristal de distintos tamaños, los bidones y las pizarras con el precio del combustible son elementos indisociables del paisaje beninés.
En uno de estos puestos trabaja Michel Bonuffette, estudiante de Antropología Social en la Universidad de Cotonú. Michel se ha visto obligado a trabajar durante unos meses más para poder pagarse los estudios. "Tuve que dejar de estudiar porque no tenía dinero para seguir con la carrera", explica. Su sueño es hacer un doctorado en Antropología y ser profesor en la universidad.
Además de los jóvenes, en Benín muchas mujeres venden combustible para mantener a sus familias. "Gano 1.000 CFA al día y con esto compro comida y ropa para mis tres hijos", explica Gisèle Gnansounou, que vende essence en una carretera muy transitada de Cotonú. Gisèle es viuda y hace 12 años que se dedica a esta actividad.
Hay benineses con algún tipo de discapacidad física que también han encontrado en este negocio la oportunidad de trabajar. "En mi país no hay recursos ni personas que nos puedan ayudar ni financiar y por eso muchos nos dedicamos a esto", explica Bérénice Sagbohem, vendedora de combustible en Sèmè.
Los niños y niñas también forman parte de la cadena y ayudan a sus padres en la distribución y la venta. "Hay menores y embarazadas que venden nafta en la carretera. La población es la que sufre por respirar el combustible", explica Martin Assogba, presidente de la ONG Alcrer, que lucha activamente contra el tráfico ilegal de esta sustancia en Benín.
Para que Benín supere esta etapa de dependencia de un negocio que no deja avanzar al país, hará falta lidiar con muchos aspectos que dificultan la supresión de esta actividad. Muchos benineses coinciden en que es fundamental ofrecer alternativas laborales a la población y activar un plan para erradicar la alarmante tasa de desempleo juvenil.
Tanto la periodista Abiath Oumarou como el economista Bio Soulé creen que además es esencial que el Estado elabore una estrategia para instalar progresivamente estaciones por todo el país, empezando por las zonas más pobladas, y defina tasas e impuestos. Para que estos planes se concreten el gobierno tendría que negociar con los contrabandistas, pero siempre que se ha intentado regular el negocio se han declarado huelgas y el precio del combustible se ha disparado.
Akanda Arinloye, exalcalde de Sakété, advierte que es una cuestión regional y "hace falta que Benín, Nigeria y los países vecinos lleguen a acuerdos". Arinloye concluye que "es indispensable un trabajo de concientización conjunto de la clase política, de los contrabandistas y de los diversos actores sociales. Dibujar un Benín más próspero está en manos de todos".
La asociación de traficantes tiene una estructura de poderes muy jerarquizada y está registrada legalmente aunque esté vinculada a una actividad ilegal. Por encima de todos está el presidente, Joseph Midodjoho, alias Oloyè. Hay 12 jefes de departamento en Benín que controlan 77 localidades, con un responsable en cada una. En un nivel inferior están los representantes de los distritos y los barrios. Los vendedores de nafta en la calle están en el último escalón de la pirámide.
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