Evo y Maduro, un solo corazón

Hace pocos años la región se ufanaba de que no quedaba una sola dictadura y que era cosa del pasado la centenaria historia negra latinoamericana de personalismos absolutistas. La alentadora reversión hacia gobiernos legítimos duró poco. Al venezolano Nicolás Maduro y al nicaragüense Daniel Ortega acaba de agregarse Evo Morales en la nómina de presidentes que, aunque electos originalmente por voto popular, recurren a arbitrariedades de cualquier tipo para eternizarse en el poder. El mandamás boliviano no solo esgrimió un descabellado argumento jurídico, avalado por su servil Tribunal Constitucional, sino que denigró la división de poderes, sin la cual el estado de derecho es una quimera.

Morales afirmó hace pocos días que la "independencia de poderes está al servicio del imperio norteamericano" y es "una doctrina norteamericana", aparentemente luego del peculiar descubrimiento de que ese cimiento del estado de derecho en el mundo entero, perfeccionado desde la Carta Magna inglesa en el siglo XIII por Montesquieu y otros autores del siglo XVIII, es creación y propiedad de Estados Unidos. Morales agregó a este disparate la interpretación a su gusto y medida de la Convención Interamericana de Derechos Humanos de 1969, conocida como Pacto de San José de Costa Rica. El obediente tribunal del presidente sostuvo que ese tratado no prohíbe específicamente la reelección indefinida del presidente y lo habilita al ejercicio de presuntos derechos políticos que incluyen perpetuarse en el cargo. Este recurso al Pacto de San José, tan absurdo como oportunista, contradice incluso la Constitución que el propio Morales hizo aprobar en 2009 y que autoriza una única reelección consecutiva.

El resultado es que Bolivia, castigada desde su creación en el siglo XIX por una sucesión constante de golpes de estado y dictaduras de duración variable, enfrenta ahora el cambio a un régimen dictatorial permanente. "No podemos abandonar, nos falta avanzar" hasta "200 años", aseguró hace poco el ministro de Desarrollo, Eugenio Rojas, uno de las principales figuras del régimen, en modesta imitación del Reich de mil años predicho por Hitler. La invocación del Pacto de San José hecho por el Tribunal Constitucional a despecho de la propia Constitución boliviana significa que Morales puede ahora extender indefinidamente la presidencia que ganó hace 11 años con el 54% de los votos, mayoritariamente de las etnias indígenas a que pertenece, y que ahora ilegitimiza con un claro mandoble dictatorial.

Del bloque bolivariano creado en la década de 1990 por Hugo Chávez ha desaparecido el ecuatoriano Rafael Correa. También había hecho aprobar la reelección indefinida pero quedó afuera cuando se le dio vuelta Lenín Moreno, a quien le había confiado temporalmente la presidencia pero que tomó el rumbo razonable de corregir los desaguisados de su antiguo mentor. Quedan Venezuela, Bolivia y Nicaragua. La comunidad democrática internacional, dentro y fuera de América Latina, censura duramente a Maduro y algunos países ya le han impuesto sanciones económicas. Corresponde que se siga igual curso con Evo Morales que, excepto por asesinar sin miramientos a manifestantes opositores, ha ido aún más lejos que el dictador venezolano en hacer trizas todo vestigio de la democracia que prometió cuando fue electo por primera vez.