Opinión > OPINIÓN / ÁLVARO DIEZ DE MEDINA

Frenteamplismo sin remordimientos

El rostro de Fernández Huidobro que presenta el libro de Urruzola ya desde su buena portada es el mismo del ya inocultable desatino al que ha quedado reducido el Frente Amplio desde sus gestiones
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22 de abril de 2017 a las 05:00
Si tuviera que darle a Ud. un consejo, le sugeriría comenzar la lectura de "Eleuterio Fernández Huidobro. Sin remordimientos ..." (María Urruzola, Planeta, 2017) por su epílogo, titulado "A confesión de parte" (pág. 257).
 
Allí, la autora resume su experiencia personal frente al personaje abordado, y arroja luz sobre las características de su trabajo: una cabalgata sobre la palabra y la imagen pública de Eleuterio Fernández, sobre sus textos, alocuciones y trayectoria, que se decanta en analizar su ambigua y proteica relación con las Fuerzas Armadas, o con los sectores de las Fuerzas Armadas sobre los que concentrara su atención.
 
Sustituya, mientras lee el texto, al personaje EFH por el Frente Amplio devenido en sistema de gobierno, y encontrará, de inmediato, el singular paralelismo entre ambos.
Lo primero que sorprende a Urruzola es la disparidad entre la imagen épica y soberbia que EFH amañadamente construyera de sí mismo a partir de un legado que hoy se resume en cenizas y fracasos: esa visión alucinógena, deliberadamente legendaria, que EFH descubría en el espejo, y lo llevaba a sentirse, sin debate, como "la punta del ovillo".
Una visión, claro, fundada en su mitificada victimización, así convertida en título de dominio sobre esa sociedad en la que se terminara por encaramar, campeando por sus respetos.
 
Urruzola, por cierto, no ve este resonante paralelismo.
 
Atribuye, más bien, a una laxitud intelectual del biografiado su lento devenir en un arcaico y gris muñidor electoral, y anota, de paso, su rendición final ante una línea política propugnada por Rodney Arismendi: no otro, por cierto, ha sido el destino de la coalición política a la que, al cabo, uno y otro dieran forma y sentido.
 
Pero no hay forma de revertir el juego de espejos. En EFH está encerrado el inmenso océano del fracaso frenteamplista: la permanente improvisación basada en supuestos teóricos mal fundados; la insondable incapacidad de ejecución; el oportunismo inconsecuente; la obcecada perplejidad frente al desafío de los hechos. La fabulación que nace del auto-engaño. La venalidad intelectual.
 
Está bien claro que EFH no es santo de la devoción de la autora. El tramo de la obra que más comentarios ha suscitado, y más reacciones suscitará, es aquel que trata de rastrear a las tempranas horas de la sedición tupamara la progresiva obsesión del biografiado por los temas militares, la proyección castrense de sus fantasías y su conmixtión con los enemigos más opacos que lo enfrentaran.
 
La tesis de la autora no es, por cierto, novedosa: ya varios analistas, a partir de 1986, han presentado los pormenores de la denominada "tregua armada" de mediados de 1972.
El análisis que Urruzola hace de este tramo es, sin embargo, superficial, y termina por postular dos conceptos antitéticos: que tal "tregua" no existió, pero fue, al tiempo, la semilla del desdoroso Eleuterio Fernández que hiciera del Ministerio de Defensa su pensión y clínica personales.
Los pormenores que trae a colación Urruzola al tratar la "tregua" tampoco llegan a satisfacer por entero la curiosidad del lector.
 
Conocemos, a través de sus páginas, el elocuentemente pormenorizado testimonio que Mauricio Rosencof brindara a sus captores en 1973, pero nada se nos dice de los no menos reveladores de otros prisioneros, como el mismo Fernández Huidobro, José Mujica, Adolfo Wassen, Julio Marenales, Mario Pírez Budes, Donato Marrero, Rodolfo Wolf y Henry Engler.
 
Los corrillos tupamaros hace años hacen circular distintas versiones en este sentido, como la que la autora incluye ahora, en cuanto a que habría sido Lucía Topolansky quien hiciera posible la captura, en 1972, de Mujica.
 
Este tema luce, empero, como de menguante interés para la autora, quien no parece haber tomado a su respecto más recaudo que el de entrevistar a Jorge Zabalza, echando al olvido otros testimonios posibles, como los del mismo Marenales, o el de Héctor Amodio, hoy involuntario residente en Uruguay.
 
Si sumamos a estas omisiones el tratamiento desactualizado de temas como los asesinatos del 18 de mayo de 1972 (definitivamente analizados por Leonardo Haberkorn en otra línea que la repetida por Urruzola), así como el mito de los "grupos de ultraderecha" de la década de 1960 (apenas fundamentado en el trabajo de Magdalena Broquetas), no cabe sino concluir que es poco lo que el lector sacará de provecho en relación a estas cuestiones.
 
La pieza, por tanto, de resistencia del trabajo es el comentado capítulo 8, referido a las supuestas actividades delictivas que, con aprobación de EFH y José Mujica, se habrían puesto en ejecución a fin de financiar la campaña electoral del MPP en 2008.
 
No estamos, nuevamente, frente a una revelación. Tanto Adolfo Garcé, como Federico Leicht (dando voz a Zabalza) ya habían abierto esta puerta: "polibandas" o "superbandas" que guardaban vinculación directa con la estructura formal del MLN, tras el regreso del país a la democracia en 1985, financiando su ascensión al cielo del poder.
Los ángulos de novedad en este tema están aún abiertos al historiador. Nadie ha relatado, por ejemplo, las actividades delictivas del MLN en el exilio: su participación en asaltos y secuestros en Chile y Argentina entre 1973 y 1977; su participación en secuestros en Italia y Suecia, con posterioridad a la instalación de gobiernos militares en la región.
Nadie ha explorado el grado de conflictividad interno de la organización tras el regreso del estado de derecho en 1985, y su vinculación con la nunca explicada muerte de Rony Scarzela en 1993. Y nadie ha puesto, en realidad, punto final en 1998 a la sucesión de delitos que Urruzola atribuye a la "estructura de seguridad" del MLN.
 
La novedad de su trabajo está, pues, en la entrevista que lograra con uno de los partícipes del pujo más reciente de actividad delictiva de la organización, a quien llama "Beto" (el que arroja el delirio de un botín estimado en US$ 20 millones), así como en su análisis del asalto al local de pagos del BPS de Parque Posadas en 1998, y el subsiguiente y revelador tratamiento periodístico dispensado por EFH al tema desde las páginas del semanario "Mate Amargo".
 
Más débil resulta la última novedad de la obra, relativa al desplazamiento de la jueza Mariana Mota, supuestamente causado por su actuación en lo atinente al siniestro que afectara al avión de la empresa Air Class en 2012.
 
La lectura de Urruzola en este tema descansa en atribuir al caso una relevancia desmedida, bajo una luz característicamente conspiratoria, al tiempo que soslaya los múltiples encuentros de la jueza con la polémica, así como sus consiguientes conflictos con la Suprema Corte.
 
La obra, estrictamente periodística , de Urruzola tiene, en definitiva, la virtud de una interpelación.
Si asumimos como cierta la tesis aquí propuesta en el sentido de que el rostro de EFH que nos presenta ya desde su buena portada es el mismo del ya inocultable desatino al que ha quedado reducido el régimen frenteamplista, es bueno el momento para reflexionar sobre las características de una sociedad que, en un recodo de su historia, juzgó justo y bueno poner su vida, sus sueños y los de su familia, así como los valores en los que se quiere ver reflejada, en manos de personas que, enfrentadas a una rapiña, comentan: "tanto si buscó fondos para una organización revolucionaria, si los buscó para ayudar a individuos que están en la miseria, o si buscó una solución personal para salir del paso, tiene mi solidaridad y respeto" (Mario Rossi, pág. 142).
 
¿Cómo cree Ud. que seremos juzgados cuando se nos busque en el fondo de ese abismo moral en el que Uruguay sucumbiera a partir de 2000?
 
El libro de Urruzola no le dará, por cierto, respuesta a esta pregunta. Lo que no impide, claro, que Ud. se la siga formulando.
 

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