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Fue a la cárcel por matar a dos trabajadores y vivió “un calvario”

Conocé la historia de Imelda Schelotto que en 2011 atropelló a tres operarios del Sunca que trabajaban en una obra
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17 de agosto de 2012 a las 22:28

En la noche del 11 de agosto de 2010, la corredora de seguros Imelda Schelotto protagonizó un accidente en el que atropelló a tres obreros del Sunca que trabajaban bajo una lluvia torrencial en la construcción del Diamantis Plaza, en la esquina de Rivera y Solano López. Tras constatarse la muerte de dos de ellos, fue detenida y juzgada. De la noche a la mañana terminó en prisión, donde asegura que vivió “un calvario” de un año y medio. Según relató a El Observador, allí vio como sus compañeras mataban a patadas a otra reclusa, recibió amenazas por “ponerse del lado de los que tienen plata”, debió pagar peajes para sobrevivir y contrajo un cáncer que la ayudó a salir de la cárcel. No volvió a conducir y pasar por el lugar del accidente le genera escalofríos.


¿Recuerda cómo fue el accidente?
Ese día había pasado cinco veces por el lugar. No había ninguna señalización, sólo un cartel de hierro, oxidado. Yo había salido de la parroquia de la calle Michigan y Rivera, e iba para mi casa en el Buceo. Llovía a cántaros y venía muy atenta al tránsito por eso. Cuando llego a esa esquina el cartel estaba un poco más corrido hacia la calle. Lo esquivo y al esquivarlo voy hacia la mano contraria. Como venía un ómnibus ingreso rápidamente a mi senda sin tener nada más que la visión que me daba mi parabrisas. El auto coletea porque había quedado resaca del portland en el piso. Resulta que ahí había trabajadores agachados con palas y los toqué con el auto. Los toqué, no los pise ni los arrollé, como dijeron. Si hubiera habido valizas no hubiera ocurrido nada. Esa desgracia hizo que dos personas fallecieran y yo fuera a la cárcel, donde uno no va a pagar una pena sino a cumplir un castigo. Es un calvario la cárcel, en mi caso inmerecido. El Sunca me apoyó en todo. Esa situación se dio por negligencia de la empresa constructora.

¿Si sólo los tocó por qué cree que fallecieron?
Por la posición en la que estaban. Estaban agachados; entonces sufrieron traumatismo craneano. El forense no especificó en la pericia, pero los toqué en zonas sensibles; por eso murieron.

¿Qué hizo usted luego de tocarlos con el auto?
Me bajé del coche y cuando vi que lo que había tocado eran personas me quise morir. Un taximetrista se me acercó y me dijo que ya había gente llamando ambulancias, y que yo llamara a mi familia. Me recomendó que me quedara de la acera de enfrente y no me dejara ver. Nadie me había visto porque llovía muy fuerte. Los trabajadores al ver que atropellé a sus compañeros agarraron a patadas el auto. Los primeros en llegar fueron los patrulleros. Me subieron al auto como medida de protección. Luego llegaron las ambulancias. Constataron el fallecimiento de las dos personas y un lesionado grave, que en pocos días se encontró bien y sin secuelas. Llegó mi hermano y me encontró en estado de shock. Lloraba a mares, diciéndole a mi hermano “mirá lo que hice, mirá lo que hice”.

¿Cómo fue enfrentarse a la policía y a la Justicia?
Me dejaron incomunicada, me llevaron a la seccional donde quedé incomunicada, sentada en una silla hasta las 8 de la mañana del día siguiente en que me llevan al juzgado. Tuve que ver para creer el lugar en el que esperan personas que pueden ser cupables o inocentes. Ni los cerdos están en un lugar como ese. Son recintos de hormigón en un estado calamitoso, con escrituras del año 1985. En un lugar donde entran cinco personas éramos 15. Hay un olor a pichí horrible, porque la gente pide para ir al baño pero te sacan cuando quieren; también hay personas en estado etílico o bajo efecto de las drogas.

¿Cómo fue el primer día en la cárcel?
Gracias a un contacto con las autoridades del Ministerio del Interior conseguimos un lugar mejor dentro de Cabildo, con gente de mejor nivel cultural. Era una pieza con cinco camas. Al llegar me ofrecieron bañarme. Me saqué toda la ropa –hasta los zapatos– y la metí en una bolsa. Mi hija me llevó a la cárcel un bolso con todo lo que podía precisar. Y debo decir que el primer día dormí toda la noche. Lo tomas o lo dejas: cuando me fui a acostar, mi hermano (fallecido cuando ella tenía 15 años) estaba en la cama. Mi hermano me dio el consuelo, me pasó su brazo y me dijo que descansara que él me iba a cuidar.

¿Qué hacía durante el día?
A las 6 estábamos en pie, nos higienizamos y a las ocho menos diez teníamos que estar en el lugar de trabajo. Yo trabajaba en la bloquera, cargaba carretillas de pedregullo, de arena, de portland como un obrero común de la construcción. Yo elegí ese trabajo. Al principio trabajé en los telares (una vez por semana va gente de Manos del Uruguay a llevarse los telares) pero allí se trabaja con Novopren y tinner y a mí me hacía mal inhalar eso. También hice limpieza. Te van variando las tareas pero si hacés las cosas bien te dan tarea.

Usted dice que la cárcel fue un calvario ¿qué le pasó?
A los tres meses de estar en Cabildo presa me patoteó un grupo de presas que manda ahí adentro. Entran a mi pieza y me preguntan si quiero salir por si sola o me sacan ellas. Me levanto corriendo y le digo a la jefa de la patota “Pato, ¿qué pasa?”. “Qué te vas de este lugar, que te vas o que te vamos”, me respondió. Le dio la orden a las otras reclusas; ellas empiezan a agarrar todas mis cosas y me las tiran al patio, al barro. Yo salgo fugazmente al patio donde hay una cámara y le hago señales. Además Dios quiso que tuviera una tarjeta de teléfono. Lamo a mi mamá y le digo “llamá para la cárcel y decí que me están patoteando”. Vino el grupo GEO y me sacaron de ahí. Se quedaron con todo lo mío. A ellas no les pasa nada.
¿Alguna vez la lastimaron? Vi cosas espantosas y alguna vez me amenazaron. A las mujeres que matan niños las tienen que poner en lugares apartados porque las asesinan. Sabían que había llegado una muchacha que había sido cómplice (de su pareja) en la muerte de su hijo. Cuando va pasando con tres policías que la custodiaban, cerca de 30 mujeres se arriman, se la quitan y la matan a patadas. Yo veía una multitud pateando algo. La policía se hace a un lado, piden ayuda, viene el grupo GEO y se lleva a la muchacha, que era una masa de carne ensangrentada. Queda todo sucio. Aprendí ahí que la sangre tiene olor.

¿Qué pasó con las reclusas que la mataron?
Nada. Todo siguió como si no hubiera pasado nada aunque quedó todo registrado en la cámara. Sólo hicieron limpiar a algunas de las presas el lugar.

¿Cómo fue la amenaza?
Ahí hay que aprender a mirar el noticiero al revés. Ellas están del lado del que entra a rapiñar, y además los conocen; aunque aparezcan encapuchados saben quienes son. En una oportunidad yo comenté por qué le dispararon a un almacenero si ya les dio el dinero. Ahí me amenazaron y me dijeron “que sea la última vez que estás del lado del que tiene dinero”. Fui aprendiendo a ser ciega, sordomuda. Y a decir “no me di cuenta”, “no vi nada”. Fue lo que me permitió seguir viviendo.

Se habla de que en las cárceles se paga peaje. ¿Es verdad?
Si. Cobran peaje. Por lo general, sus familiares también están presos; entonces no las visita nadie, y les cobran a quienes tienen visitas. Todo lo que me traían a mi, tenía que venir por partida doble, lo que hace meterse en gastos. En el caso de mi esposo tuvo que pedir dos préstamos para comprar cosas que yo pedía de adentro de la cárcel, porque además si no las llevás fuiste.

¿La reclusión en el CNR fue mejor?
Si bien el lugar es mejor, la miseria humana es la misma. La convivencia es más jorobada. Están esperando que termines la visita para sacarte lo que te dejaron. Mi hija tuvo que racionalizar las visitas porque terminaban siendo un perjuicio para mí. Hay muchísimo consumo de droga. La Policía agudizaba el maltrato verbal hacia mí para que no me diferenciara del resto. Lo hacían para protegerme, pero yo igual vivía llorando.

¿Usted es una persona creyente? ¿Por qué cree que le pasó esto?
Sí. Esto ocurrió porque los hombres no hacen las cosas bien. Dios es un Dios amoroso y bondadoso que nos quiere a todos. La gente lo primero que hace es mandar a pasear a Dios. Dios no quiere mi sufrimiento. Y yo estoy segura que el tumor cancerígeno me lo puso Dios para sacarme de ese lugar y tenía que ser algo bien embromado para salir.

¿Cómo se lo descubrió?
Cuando llevaba un mes y cuatro meses me lo detecté. Yo no se nada de medicina pero me toqué y en una zona del vientre flaccida encontré una dureza. El médico de ASSE de la cárcel me dijo que era un carcinoma de unos 10 centímetros que estaba agarrado a algún órgano. Estaba sujeto al bazo y pesaba un kilo y medio. A pesar de que el médico me indicó pase a cirujano de carácter urgente pasó un mes y medio y nadie me llevó. Hasta que mi esposo se empezó a mover. Tenía que ser operada en el Saint Bois, donde se opera a los presos, pero el consiguió que en el Casmu aceptaran operarme armando un protocolo especial para tratar a un preso. Un médico le escribió a la directora de la cárcel que el día tal a la hora tenía que estar en el Casmu. Finalmente accedió y me llevaron.

¿Qué pasó en ese mes y medio? ¿Usted dejó de trabajar, le hicieron algún tratamiento?
Yo seguí trabajando hasta que un día me llevan a hacer los estudios y confirman que era de características malignas y estaba encapsulado en el bazo, de un kilo y medio y el baso pesa 300 gramos, por lo que tenía una dilatación a punto de reventar y si reventaba no me salvaban la vida ni cinco ambulancias. Al día siguiente de los estudios el forense recomendó al juez prisión domiciliaria.

¿Como fue la vuelta a la vida después de la cárcel?
Cuando me dieron la libertad me fui 7 días a un hotel en Punta del Este con mi esposo, pero tuve que volver al trabajo porque mi socio estaba agotado por tener que quedar solo casi dos años al frente del negocio. Pero no me fue fácil: pasé por estados de pánico.

¿Volvió a manejar?
No. No me retiraron la licencia de conducir. No me quedó miedo y manejo muy bien. Mi marido, que es chofer profesional, lo dice. Pero voy a volver a conducir cuando exista un lugar de reclusión digno para mujeres que tienen accidentes (ver recuadro).

¿Regresó al lugar del accidente?
Pasé una vez y me dieron ganas de salir del auto y agarrar a patadas a todos. Empecé a golpear el vidrio del auto con intención de romperlo. Ahora hay cientos de balizas en esa esquina. Tuvieron que morir dos personas y vivir yo lo que viví para que se adoptaran esas medidas.

Propondrá un lugar especial de reclusión

lll Ahora que recuperó la libertad y se curó del cáncer que contrajo en la cárcel, Imelda Schelotto encabezará una campaña con el propósito de lograr que las conductoras de vehículos que matan a personas en accidentes de tránsito sean recluidos en lugares especiales y no en cárceles comunes. Con ese objetivo el jueves 23, junto a su esposo, Ernesto Mancini, concurrirá al Parlamento para reunirse con la diputada Verónica Alonso, quien preside la bancada bicameral femenina.
“La razón de todo esto es bregar para que la mujer que tenga un accidente de tránsito y deba cumplir pena no sea llevada a una cárcel común sumado al gran dolor de haber matado sin intención a dos seres humanos buscando un lugar alternativo para cumplir la pena”, dijo en un comunicado que envió ayer.
Schelotto puso como ejemplo del lugar donde podrían ser recluidas estas mujeres a la Guardia Republicana, donde cumple prisión la ex jueza Anabella Damasco, procesada por siete delitos de peculado. En ese establecimiento hay un celdario para 15 mujeres, dijo. “Cuando exista esa posibilidad volveré a manejar”, dijo.

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