Opinión > Hecho de la Semana / Miguel Arregui

Fuga hacia adelante

El libre comercio con China cambiaría a Uruguay como una revolución y provocaría reacciones por izquierda y derecha
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22 de octubre de 2016 a las 05:00
Un tratado de libre comercio (TLC) de Uruguay con China, que el gobierno pretende negociar rápidamente, sería un cambio mucho más drástico que el ingreso al Mercosur en 1991. La integración regional, que hasta ahora resultó más un cuento que una realidad, es un mandato histórico del que Uruguay no podrá escapar. Pero un compromiso completo con China, la potencia comercial más pujante del mundo, induciría cambios rápidos y radicales: un auge material y una reacción conservadora de igual magnitud.

China ya es un gran prestamista para América Latina, y un fuerte inversor en infraestructura: ferrocarriles, puertos, carreteras, centrales eléctricas. Un arancel externo cero para los bienes de ese origen, en vez del 35% que impone el Mercosur, atestaría a Uruguay de electrónica, juguetes, herramientas, vestimenta y automóviles baratos. A la vez, los productos uruguayos mejorarían su cotización por no pagar aranceles y accederían a una demanda casi ilimitada. China ya es el principal comprador de carnes, soja y celulosa. Los empleos que se perderían en ciertas áreas, como químicos o vestimenta, se ganarían con la expansión de las agroindustrias. Empresas públicas como ANCAP deberían asociarse con privados para bajar sus costos y no desaparecer.

La clave está en la complementariedad entre ambas economías, pues hablar de "asimetrías" es ridículo: la economía china es entre 170 y 250 veces más grande que la de Uruguay. Si Uruguay hubiese colocado en China los US$ 12.000 millones de exportaciones de bienes y servicios que produjo en 2015, ese país demoraría apenas poco más de 24 horas en consumirlos.

La osadía es tan completa que recuerda a los orígenes de la Unión Europea, cuando algunos de los estados que habían desatado dos guerras mundiales liberaron el comercio entre sí de los dos bienes más competitivos: el carbón y el acero. Después de eso, lo demás fue sencillo.
¿Cómo impedirían Brasil y Argentina la inundación de productos chinos a partir de la cabeza de puente uruguaya? Deberían reconstruir las fronteras internas, que en realidad nunca se derribaron del todo. Es impensable que Tabaré Vázquez no haya sondeado antes a Michel Temer y Mauricio Macri. No puede darse el lujo de repetir la experiencia de 2005-2007, cuando un TLC con Estados Unidos fue vetado por Lula, Néstor Kirchner y un sector del Frente Amplio.

Líderes de China y Uruguay han hablado estos días de las virtudes de la economía abierta. Suena extraño en boca de dirigentes del Partido Comunista que lideró Mao. Pero China ya olvidó los procesos locos del tipo Gran Salto Adelante o Revolución Cultural. Lleva casi cuatro décadas ensayando el camino del capitalismo autoritario: un régimen de partido único con empresarios agresivos y mano de obra barata y disciplinada, ruta parecida a la que siguieron antes Japón y los "tigres asiáticos" (Taiwán, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong). Y detrás de China vienen nuevos tigres, como India, Indonesia, Tailandia o Vietnam. El péndulo se desplazó hacia el Pacífico.

Para Uruguay, en tanto, una apertura más allá del Mercosur sería una suerte de regreso a los orígenes, al país completamente abierto a los flujos migratorios, al comercio exterior, a los capitales y a las ideas que prosperó después de la Guerra Grande.
Vázquez, Astori y compañía son valientes, van rápido y ponen hechos consumados sobre la mesa, para ahorrarse querellas y bloqueos. Las diferencias y miedos saldrán a luz en el Parlamento, cuando se discuta el acuerdo firmado con Chile (país que desde 2005 tiene un TLC con China).

Los problemas recién empiezan con una parte de la izquierda, que suele ir más lenta que el mundo. Comunistas, radicales y parte de los socialistas no creen en el libre comercio, pues se gestaron en torno al estatismo burocrático y el proteccionismo. La ruta que han tomado Vázquez y Astori tiene mucho más que ver con Adam Smith que con Lenin o Raúl Prebisch. Y si es posible un TLC con China, la segunda economía mundial, ¿por qué no lo es con la primera: Estados Unidos?

Cuando Uruguay se asoció al Mercosur en 1991, el Frente Amplio expresó su "apoyo crítico", una fórmula confusa que permite subirse si sale bien y tomar distancia si sale mal. Entonces en el Plenario Nacional hubo respaldo sincero de Líber Seregni o Danilo Astori, pero ambigüedad en los comunistas y un decidido rechazo del MPP, el PVP y otros grupos.
Ellos vieron al"imperialismo norteamericano" detrás del Mercosur e instaron a esperar por el "ideal de una integración socialista". La misma vaguedad timorata mostraron algunos sectores antiliberales del Partido Nacional.

Un matrimonio con China también provocaría una gran reacción conservadora y nacionalista al estilo de la que expresan Donald Trump, la extrema derecha europea o algunos de los promotores del brexit.

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