El ministro de Ganadería repasó los tres años en su cargo

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“Hace dos años que no tenemos viento de cola y vemos al agro andando”

El ministro de Ganadería repasó para El Observador Agropecuario los tres primeros años de su gestión y no eludió ningún tema de la coyuntura
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28 de febrero de 2013 a las 19:54

A media tarde del martes 19, cuando recibió en su despacho a El Observador Agropecuario, el ministro de Ganadería ya no luce su corbata. Viste una camisa celeste y pantalón oscuro impecables, y su ámbito de trabajo luce con más carpetas que adornos. La laptop en una mesa ratona, sillas en rueda de trabajo, termo y mate agotados, tazas de té y café vacías, y dos pizarras sin espacio para más anotaciones dan marco a una larga charla. Se lo nota distendido como pocas veces lo deja su agenda, que empieza a las seis de la mañana y nunca se sabe a qué hora termina. Pero, esta vez, Tabaré Aguerre está dispuesto a hacer un alto en el camino para repasar hechos y conceptos que dibujan una gestión que mañana cumplirá tres años. Luego de más de tres horas de conversación, de la cual publicamos a continuación una síntesis, toma su saco azul, su matera y apaga la luz de su despacho. Por la calle San José lo espera el chofer.

Una vez contó la anécdota de que a su padre no le gustó nada su elección por la agronomía y le vaticinó que terminaría sentado detrás de un escritorio. Seguramente nunca imaginó que iba a ser este escritorio que ocupa ahora.

Mi padre era de Artigas y se llamaba Tabaré. Estudió odontología y fue un excelente odontólogo. Mi madre también lo fue. Pero fue también un apasionado de la agricultura. Teníamos una casita pasando el parque Roosevelt y en el fondo, a 100 metros de los médanos, había puesto varios camiones de tierra y tenía su quinta y sus frutales. El primer sistema de riego por goteo que conocí lo instaló él con mangueras a las que agujereaba con distinto calibre y distancia, según lo que produjera. Mi padre, que nació en 1924, tenía la concepción de que los que estudiaban agronomía tenían campo. En un momento que estaba muy enfermo, le dijo a mi madre que me había puesto el mismo nombre para que heredara los pacientes, el consultorio y hasta la placa de bronce. Y acuñó la frase: “Y este abombado va a estudiar agronomía y a terminar atrás de algún escritorio”.

Pero usted se mantuvo firme y rumbeó para la agronomía.

Yo tuve mucha suerte en la vida, pero a la suerte hay que ayudarla levantándose a las seis de la mañana. No sé cómo será en el diseño, en la computación o en la aeronáutica, pero en el trabajo vinculado a la agropecuaria el éxito es 5% de inspiración y 95% de transpiración. Las oportunidades que se nos presentaron las tratamos de aprovechar planteando ideas innovadoras en materia de producción, pero también en la organización empresarial. Yo soy un hijo de la educación de mis padres y de la escuela pública, y un hijo económico del Banco República, porque empecé de la nada con un préstamo del banco.

¿Usted empezó como productor arrocero?

Me inicié como un pequeño productor de caña y cuando empecé con el arroz lo hice con un crédito del BROU. Y lo más importante, cuando uno dice que hay que aprovechar las oportunidades, una clave es lograr un buen equipo de gente participando en la producción, en la toma de decisiones, en la delegación de tareas y en el producto final, que es un estímulo adicional al salario. Además, tuve una familia atrás que aguantó muchos sábados y domingos dedicados al trabajo, cosa que espero enmendar cuando llegue el nieto.

¿Sus inicios como productor se pueden comparar con las responsabilidades que asumió hace tres años como ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca?

Son momentos distintos en mi vida. En el primer caso, yo era un hombre de poco más de 30 años que iniciaba una actividad con muchas esperanzas. Cuando asumo como ministro ya habían pasado 20 años, estaba más baqueteado y con experiencia, y había tenido el privilegio de participar en la Asociación Cultivadores de Arroz, donde aprendí mucho. El presidente (José Mujica) me sorprendió con su designación y luego que me dio sus razones y me convenció que yo podía servirle al país, me entusiasmé. Usted me acompañó en el viaje a Rusia y me ha escuchado plantear las políticas que llevamos adelante y son las que planteamos desde el primer día. Nosotros no estamos improvisando nada con respecto a la propuesta original. En algunos proyectos avanzamos mucho, en otros estamos iniciando los procesos y algunos lamentablemente siguen en carpeta. Porque es más fácil imaginar y proponer que ejecutar. Y más en la órbita pública.

¿Cómo sorteó ese obstáculo?

Con una lógica de hierro. Uruguay no tiene los mejores suelos agrícolas del mundo ni las mejores pasturas, ni tiene el mejor balance entre todas esas cosas, pero puede transformarse en un país desarrollado teniendo como palanca a un sector agropecuario moderno, competitivo, con diversificación de mercados, con inversiones que generan innovaciones que mejoran la competitividad. Con capacitación y educación en los recursos humanos que están inmersos en ese proceso productivo, justamente para aumentar la productividad del trabajo y de los procesos. Tratando de hacernos un lugar en el mundo que nos debe identificar como un proveedor confiable de alimentos de calidad, inocuidad, trazabilidad y sanidad certificados. El viejo concepto de que un país no puede desarrollarse a partir de su producción primaria nos plantea la interrogante de por qué Nueva Zelanda sí y Uruguay no. ¿Cuáles son las industrias en Nueva Zelanda? Son las que se han desarrollado al servicio de aquella producción más eficiente, competitiva y desarrollada, que es la agropecuaria.

¿Por qué sostiene que los propios uruguayos no saben que poseen un país agropecuario?

Por distintas razones tenemos una sociedad que conoce poco del campo y tenemos un campo que históricamente ha tenido un discurso reivindicativo, que la sociedad urbana interpreta como quejoso. Son muchas décadas de reivindicaciones del sector basadas en tres premisas básicas: un alto tipo de cambio, una baja carga tributaria y una desregulación del mercado de trabajo para afectar el salario. Y tenemos que acostumbrarnos que para transformarnos de verdad en un país desarrollado, como sector agropecuario tenemos que enfrentar el desafío de construir –entre lo público y lo privado– competitividad. Que a veces está en manos del sector público y a veces del privado. El sector agropecuario aumentó la productividad total de los factores. Eso está medido. Ahora Uruguay está enfrentando algunos problemas de competitividad por precios. Si bien es cierto que tenemos los valores históricamente altos en términos absolutos de los bienes agropecuarios, también es cierto que los principales insumos –el petróleo y los fertilizantes– han subido igual o más en algunos años que nuestros principales bienes de exportación. De todas maneras el balance es positivo, y uno lo ve. El dinamismo que tiene el sector agropecuario es producto de que las cosas van bien, pero es cierto que el año pasado no anduvieron tan bien como el anterior.

¿Y del tipo de cambio que opina?

Que estamos en un problema producto del crecimiento masivo de nuestras exportaciones y del ingreso de inversión. Todo lo bueno que es recibir inversión extranjera implica un ingreso de muchos dólares. Y también porque en un país que ha tenido un crecimiento importante e inusitado de la economía, con una mejora apreciable de la calidad de vida medida en términos de ingresos de amplias capas de la sociedad, generó un comportamiento de la inflación que no es el deseado y que tiene como herramienta principal de control la tasa de interés que fija el Banco Central, un efecto negativo sobre el tipo de cambio. Por esa misma razón, en lo que va de febrero y en enero, el gobierno compró más dólares que todo el año pasado para tratar de mantener el dólar. Decimos que tenemos un déficit fiscal de 2,8%, pero casi un punto -0,8%- se debe al esfuerzo fiscal para tratar de comprar los dólares. Estamos en un momento de crecimiento con amenazas inflacionarias, con un dólar que cae –en el mundo también cae– y el gobierno definió un tipo de cambio flexible. Hoy el dólar es una mercadería más. Como productor arrocero vivo en carne propia un dólar a $ 19, pero son los ajustes que nuestra economía debe hacer. La única forma de hacerlo de manera genuina es seguir creciendo. Y para seguir creciendo hay que continuar generando condiciones para la inversión y apertura de nuevos mercados. Estamos complicados en la competitividad/precios, pero estamos bien en la competitividad estructural, es decir, tenemos mercados que nuestros competidores no tienen y diferenciamos nuestros productos. Se han invertido US$ 6.200 millones para promover inversiones desde 2008 hasta ahora, de los cuales US$ 2.400 millones fueron inversión promovida en el agronegocio. Todo ello con renuncia fiscal para tratar de dinamizar inversiones que generan más productividad, más empleo y diversificación.

Y a los que opinan que hay un excesivo gasto público, que provoca un déficit fiscal y complica las cuentas públicas, ¿qué les dice usted?

Evidentemente hubo un aumento del gasto público. Hubo un aumento del gasto público social. Uruguay tenía una deuda con miles y miles de uruguayos que por distintas razones estaban en la postergación y hubo que atenderlos. Se están haciendo inversiones en infraestructura. El país tenía problemas en el suministro de energía y hoy apunta a resolverlo. Y también se aumentó el gasto público estructural, donde tenemos algunos problemas de eficiencia: no solo hay que gastar más, sino que hay que gastar mejor. Toda la propuesta de reforma del Estado, vinculada al nuevo estatuto del funcionario público, la nueva forma de gestionar los ministerios que impulsa la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, tiene que ver con mejorar la calidad del gasto. Siempre es más fácil decir que hacer, pero yo confío que en unos años se habrá concretado. Sin embargo, la pregunta que nos tenemos que hacer los uruguayos es cómo estamos. Si estamos mejor o peor. Cómo hemos evolucionado desde 1998, cuando devaluó Brasil, a la actualidad. Nunca hay que olvidar la cantidad de uruguayos que dejaron de ser productores porque tuvieron que vender la tierra para solucionar los problemas del endeudamiento. Cuando analizamos los datos comparativos del Censo Agropecuario 2010 con el 2012, cuántos con los que vendieron ahora que la tierra vale mucho y decidieron dedicarse a otra cosa y cuántos vendieron como producto de la crisis anterior. Es bueno mirar siete u ocho años para atrás y preguntarnos cómo estamos ahora y cómo estábamos antes.

Una de sus primeras decisiones como ministro fue convocar a las gremiales ruralistas a su despacho. ¿Cómo piensa que le ha ido con esa apuesta?

Yo no evalúo. No concibo conducir las políticas públicas sin un contacto con el sector privado, que no quiere decir cogobernar, sino tratar de hacer diagnósticos en conjunto y escuchar a quienes están en la producción. Puedo recibir críticas, pero estoy convencido que llevar a la práctica las políticas públicas que le dan futuro a la agropecuaria nacional requiere de un contacto permanente con los sectores productivos. Y hemos tratado de actuar con rapidez, como ocurrió cuando se anunciaba la sequía en 2010, que convocamos a las gremiales y anunciamos un paquete de medidas. Si usted me dice si eso ha sido bien reconocido, yo le diría que no. Nadie ha salido a reconocer que se practicaron una serie de instrumentos de subsidio y beneficio fiscal que significó renunciar a US$ 2 millones en las arcas públicas, equivalentes en el valor de las raciones, para estimular la adopción de una práctica de manejo que es la suplementación de las vacas en condición corporal limitada o el destete precoz. Nunca nadie dijo que eso se hizo. O la renuncia fiscal para promover la incorporación del agua en los predios o un llamado ampliatorio de US$ 12 millones no previsto para proyectos de agua para la producción animal, que se amplió para productores de hasta 1.250 hectáreas.

Pero la mayoría de las gremiales se pronunció en contra del Impuesto a la Concentración de los Inmuebles Rurales (ICIR).

Estamos ahora con este problema de que la Suprema Corte de Justicia lo declaró inconstitucional y hay que buscar un mecanismo tributario para cumplir el mismo efecto, pero en toda esa discusión nadie dijo que aprobó la devolución del pago del 1% municipal a la venta de semovientes, que fue una larga reivindicación del sector ganadero y que representa unos US$ 24 millones por año. Por eso yo dije en el Prado 2010 que el que rompe paga. En el momento que tengamos diseñado un mecanismo para cobrarle a cada sector por el uso de las rutas y caminos derogaremos esa medida. Y se derogó anticipadamente, porque iba a ser cuando entrara en vigencia el ICIR. Todo el mundo habla de los US$ 60 millones del ICIR, que iban a recaer en 1.200 productores, pero de los otros 25.000 productores ganaderos que reciben el 1% como crédito fiscal se habla poco. Yo no estoy para pasar facturas, estoy para tratar de generar credibilidad y proponer hacia dónde deben ir las políticas públicas mirando el Uruguay 30 años para adelante.

¿Y cómo ve el Uruguay 30 años para adelante?

Veo la necesidad imperiosa de tener criterios ambientales que hagan sustentable nuestra agricultura; los planes de uso y manejo de suelos no como un mecanismo de prohibición, sino para aprovechar el presente sin transformarlo en un enemigo del futuro, para que nuestros hijos y nietos tengan la posibilidad de seguir produciendo.

El principal enemigo de los planes de uso y manejo son los precios, con un cultivo como la soja a US$ 500 la tonelada y el que sigue a US$ 300 o menos.

Sí, es el desafío más grande. Por eso tiene que haber una política pública. Porque como empresario privado estoy obligado a sobrevivir en el corto plazo, pero se corre el riesgo de que por ello se comprometa el largo plazo. Y la propiedad privada, que nadie discute, no es irrestricta ni ilimitada. Si usted quiere hacer un edificio de 50 pisos en la rambla, alguien le va a decir que no por distintas razones. Los suelos se rompen por un uso continuo o una rotación inadecuada. La solución no es producir menos, sino producir más. Eso es lo bueno. Tenemos problemas con el carbono y otros nutrientes, y habrá que ver qué pasa con el potasio y el azufre, que por ahora se resuelven con plata. Lo que no se resuelve con plata es el suelo que se va porque se pierde el carbono, se pierde materia orgánica y con ello se pierde estructura del suelo. Y ese suelo, que está en una rotación donde pasa muchos meses expuesto a la lluvia, termina en la cañada cuando llueven 150 milímetros. Y eso no tiene solución porque ese recurso no vuelve más. Parafraseando aquel viejo filósofo de la ciencia del suelo de comienzos del siglo XIX, Edward H. Faulkner, que decía en su libro La insensatez del agricultor, que “el hombre tiene la tierra en préstamo de sus nietos”.

¿Qué más ve en ese Uruguay de 30 años para adelante?

Veo un Uruguay con acuerdos comerciales, con una mayor cantidad de valor agregado por la vía de la diferenciación. Cuando miro el Uruguay 20 años para adelante veo entre 500 mil y un millón de hectáreas de agricultura que hoy es de secano bajo riego. Veo transformado a un país que espera la lluvia en otro que la administra y, en muchas áreas, de su territorio aplica el riego. Veo a un país que vende genética al mundo, además de carne. Que vende, además de leche, queso o manteca, productos elaborados a partir de eso. Veo algunas agroindustrias con una proyección de expansión en la región y el mundo, a partir de un hecho muy sencillo: la empresa más grande de este país es una cooperativa de leche. Esa es la plataforma privada desde la cual Uruguay puede pensar en desarrollarse hacia afuera, exportando productos, pero también servicios, tecnología, gestión y el know how de una cadena láctea. Y veo a una industria nacional enganchada con una industria agropecuaria. Que nadie se confunda: la solución es producir más, pero no en más área sino en la misma hacerlo de forma más intensiva. Estamos convencidos que la competitividad se construye con innovación en genética, en cultivos, en maquinaria, en protección de los cultivos, en organización institucional, en comercialización, en diferenciación y certificación de productos y definición de buenas prácticas que nos permitan no vender un commodity. Eso no quiere decir que Uruguay tenga que ser una estancia en la que vivan 50 mil productores.

¿Y cuál es la meta en materia de producción ganadera?

Llegar a 3,2 millones de cabezas faenadas, que requieren llegar a un 75% de parición y reducir la edad promedio de entore a dos años y medio. Y hay múltiples ejemplos en el país que están demostrando que se puede hacer. Y si Uruguay llega a los 3,2 millones de terneros el impacto que tiene el crecimiento de un millón de animales en la faena derrama sobre la economía el equivalente a que el ingreso per cápita de la población pase de US$ 14.000 a US$ 17.000.

¿Comparte la opinión de que este año por distintos factores como la suba de costos y la prolongación de la crisis europea será un año bisagra entre la bonanza que había y un cierto freno al crecimiento?

Le he planteado el lunes pasado este tema al presidente y al vicepresidente de la República al final del Gabinete Productivo. Si nosotros miramos la foto, el sector agropecuario, como un todo, está bien, pero está peor que el año pasado. No quiere decir que esté perdiendo: está peor que en 2012 porque en general los precios agrícolas bajaron en 2012 en promedio un 7% respecto a 2011 y el tipo de cambio está más complicado. La relación entre la evolución del precio de los productos y los precios de los insumos tuvieron una diferencia importante: petróleo y fertilizantes subieron más que novillo, soja o trigo. De manera que, sin estar mal, lo que para mí es preocupante es la tendencia. No estamos con un problema inmediato pero tenemos que ser concientes y atender a nuestra pérdida de competitividad vía precios. Que la hemos compensado por la mejora de nuestra competitividad estructural: hemos mejorado en mercados, y si se nos complica uno tenemos otros.

Usted contó que aceptó el cargo luego de mirarse en el espejo y cuestionarse que había llegado el momento de poner en práctica sus convicciones de toda la vida. A tres años de aquel momento, ¿qué le dice ese espejo?

Lo del espejo fue “cómo me voy a mirar en él si digo que no”. Siento la satisfacción de haber afrontado el desafío. Por un lado, siento el desgaste de tres años de administración, que es el desgaste de las expectativas, ¿no? Alguien puede decir que hay un montón de cosas que se dijeron y que no se hicieron. Es verdad. Por otro lado, siento la fuerza de un equipo que constituimos en el MGAP –y en el resto de la institucionalidad– que juega de memoria, donde las grandes líneas están claras. Y siento la preocupación de que terminado el tercer año de gobierno se empieza a precipitar la campaña electoral. La campaña electoral ya empezó, con una oposición muy activa y con las diferencias internas en el Frente Amplio, que no se las puede ocultar y que han estado expuestas públicamente en los últimos días. Afortunadamente con un golpe de timón de la conducción que nos permitió seguir trabajando como un equipo. Si usted me pregunta cómo veo el futuro le digo que con algo de incertidumbre. Queda un poco más de año y medio para las elecciones nacionales y cuando uno está en un cargo político tiene que rendir cuentas y nosotros estamos muy confiados en mostrar lo que se ha hecho. Nos parece que tenemos que preocuparnos más por seguir haciendo que por mostrar lo que hicimos y me preocupa que la campaña política –externa e interna– nos haga perder energía en la ejecución.

Pero usted ha trabajado para dejar una obra.

Uno trabaja con ese propósito, pero hay cosas que yo estoy haciendo porque antes hubo otros –del FA y de otros partidos– que hicieron cosas que se transformaron en políticas de Estado. Y los públicos y privados que hemos enfrentados durante los últimos ocho o nueve años las mejores condiciones comerciales, tenemos la obligación de dejar algo mejor de lo que había. Y lo hemos hecho con esfuerzo. Yo desmitifico la teoría del viento de cola: hace dos años que no tenemos viento de cola y vemos al agro andando.

Yo me refería a algunas obras como el riego, que pueden cambiar el rumbo del país: duplicar la producción agropecuaria en 15 años cosechando el agua.

No tengo dudas. Es ponerle un segundo piso al Uruguay. Y para hacerlo hay que resolver el problema de las sequías, que es el que con más frecuencia limita la función de producción de la agricultura y la ganadería. No hay que pensar en el simplismo que toda la falta de agua se resuelve con riego y almacenamiento. No todos los suelos ni todos los cultivos se pueden regar, pero con tierra que vale US$ 4.000 la hectárea y un ternero que vale US$ 500 y con una tonelada de carne que vale US$ 4.000 hasta para la ganadería empieza a ser rentable tener alguna reserva estratégica con riego. El proceso está en marcha. Hemos pasado de tener 20 pivots de riego en el país a tener 260 pivots en los últimos cuatro años. Ese proceso no lo para nadie.

Así que estos tres años en el cargo es un buen momento para hacer un balance.

Sí. Y para tomarse un tiempo para decidir si seguimos o damos un paso al costado. En función de las perspectivas de poder seguir concretando realizaciones o no.

¿Eso sigue dependiendo de usted y de la voluntad del presidente Mujica?

Como siempre. Y cuando no haya un clima de confianza, respeto y credibilidad en la gente le diré al presidente: “Yo a usted ya no le aporto nada y no estoy para satisfacer mis apetencias personales”. Si hubiera pensado en lo individual estaría atendiendo mejor mi chacra y mi familia.

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