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Himno a la pose

Todo se combinó para que Vogue fuera el tema del año en 1990 y uno de los hits más importantes de Madonna
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02 de marzo de 2015 a las 19:19

Una imaginativa película policial basada en un cómic de culto, las ambiciones actorales de la estrella pop del momento, el DJ de las fiestas de una subcultura gay emergente, el romance entre la estrella pop y el director de la película, un logrado videoclip a cargo de un realizador de renombre: todos estos elementos se combinaron para que Vogue fuera el tema del año en 1990 y uno de los hits más importantes de Madonna

Era 1990 y Madonna venía llevándose el mundo por delante. En pocos años se había mostrado provocativa, divertida y exitosa como cantante pop y bailarina con un dudoso gusto para vestirse.

Era 1990 y Warren Beatty lanzaba la película sobre el icónico detective de cómic Dick Tracy, que acometería como director, productor y protagonista, con un elenco en el que reunía a medio Hollywood.

Era 1990 y Madonna empezaba a dejar atrás su imagen de gurisa atrevida pero algo ingenua, de muchacha impulsiva, desinhibida y un poco desbundada.

Era 1990 y Nelson Mandela salía en libertad después de 27 años, los peruanos volvían a elegir a Fujimori, Octavio Paz ganaba el premio Nobel de Literatura y Alemania levantaba la copa en el mundial de Italia con un penal discutido.

Era 1990 y una Madonna más sofisticada que nunca escalaba los ranking y, con Vogue, se llevaba puesta a la canción número uno del momento, una balada de Prince interpretada por una irlandesa de pelo muy cortito y voz encantadora: Nothing Compares 2 You, por Sinead O’Connor.

¿Cómo llegamos a esto?

Lo que no se sabe bien es si Madonna y Warren Beatty se conocieron en el rodaje de Dick Tracy o antes. Es probable que haya sido antes. Teniendo en cuenta que el currículum actoral de Madonna no era una maravilla –de hecho había dado un poco de vergüenza ajena en fiascos como ¿Quién es esa chica? – y que en el casting para interpretar a Breathless Mahoney quedaran por el camino intérpretes más calificadas –y atractivas–, como Kim Basinger, Sharon Stone y Michelle Pfeiffer, gana cuerpo la teoría del favoritismo. De que la que se quedó con el papel era la mujer del jefe.

Es que Madonna no era ninguna idiota, y rápidamente había aprendido a meterse en el bolsillo al mundo del espectáculo. Literalmente en el bolsillo, si se considera que desde su debut en 1983 había vendido 70 millones de discos y la prensa del espectáculo la consideraba la artista musical de la década. La unanimidad, lo de reina del pop, llegaría poco después.

Juntos por conveniencia

En 1989 la cantante acababa de divorciarse de un actor ascendente pero calificado como problemático y que había sido violento con ella: un tal Sean Penn.

Cuando se conoció lo de Warren Beatty, todo el mundo comentaba que se estaban usando mutuamente por una cuestión de promoción, lo que incluía filtrar jugosos e irresistibles detalles de alcoba. Si en la época hubiera habido Twitter y Facebook, los medios berretas se hubieran cansado de anunciar que “Madonna y Warren Beatty calientan las redes”.

Lo dijo el propio hermano de Madonna, Christopher Ciccone: “Mi hermana era consciente de que ser la novia de Warren era maravilloso para su mitología, para su estatus en Hollywood”.

La notoriedad de Dick Tracy –ocho nominaciones al Óscar que se tradujeron en tres premios– estuvo acompañada de la imagen poderosa de Madonna y Warren Beatty juntos, dos símbolos sexuales que fundían al público de distintas generaciones.

El disco de la banda de sonido de la película, I’m Breathless, se cerraba con Vogue. La canción, compuesta junto a Shep Pettibone –productor de confianza de Madonna–, no tenía nada que ver con la película. Iba a ser el lado B de Keep It Together, último simple del disco Like a Prayer (1989), pero en el sello Sire decidieron que era demasiado bueno.

En I’m Breathless lo colocaron al final del disco pero lo lanzaron como sencillo. Y fue un acierto promocional, tanto para la película como para el propio disco. Vendió 7 millones de copias y el simple fue el más vendido de 1990 con 6 millones de placas. La canción fue número uno en 30 países.

Madonna tiene su propia versión. Le dijo a la revista Rolling Stone en 2009 que compuso Vogue porque Warren Beatty le pidió, después de terminado el rodaje de Dick Tracy, que escribiera una canción que encajara con el punto de vista de su personaje, Breathless Mahoney. “Ella estaba obsesionada con los bares clandestinos y las estrellas de cine y cosas así, así que la idea de la letra vino por ahí. Coincidentemente, yo estaba yendo al boliche Sound Factory en Nueva York, donde un grupo empezaba con un nuevo estilo de baile que llamaban voguing, que incluía poses en medio de las coreografías. Y Shep Pettibone, que coprodujo Vogue conmigo, era DJ ahí. Así fue que se armó la canción”.

La nueva Madonna

Vogue fue un punto de inflexión en la transformación de la Madonna de los años de 1980 a la Madonna de los años de 1990, por más que el cambio ha sido una constante en su carrera. Más allá de ser una canción que celebraba la música y el baile, Vogue se dirigía a la autoestima, y en ese sentido tenía una intención liberadora.

Hacía alusión explícitamente a esa tendencia del under gay de Nueva York. El voguing, o voguear, era un estilo de baile que consistía en seguir coreografías más o menos elaboradas, más o menos improvisadas, e interrumpirlas para hacer una pose.

El término proviene, evidentemente, de la famosa revista de moda. Y, más allá de parodiar las poses de las modelos de tapa, también se expresaba cierta voluntad de tributo a figuras admiradas por los bailarines, con gestos de las manos y movimientos corporales. Como la capoeira o el breakdance, había algo de duelo en las performances de vogueo que se llevaban a cabo en clubes under de Nueva York donde convivían la cultura gay y la música dance.

Fue en esa transición de la Madonna de los años de 1980 a la Madonna de los años de 1990, cuando –con 30 años cumplidos– la artista llevó adelante el tramo de su carrera más eróticamente transgresor y, a la vez, popular.

El Vaticano la calificó de satánica mientras ella simulaba masturbarse con una cruz sobre el escenario, montaba escenas de sadomasoquismo en los recitales y mandaba a los canales de música videos con escenas de homosexualidad.

Su acercamiento al voguing –popularizando una tendencia hasta entonces alternativa– solidificó su imagen de heroína de una cultura gay subterránea que se empeñaba en superar la represión social y su propia doble moral, que le imponía mantener cerradas las puertas de los closets.

Para Madonna, que venía de una seguidilla tremenda de éxitos de fórmula, Vogue exploraba un camino musical distinto. Era una canción más elegante y menos explícita que –por ejemplo– Like a Prayer; musicalmente más sofisticada y vanguardista que La Isla Bonita o ¿Who’s That Girl?.

Uno de los versos se dedica a nombrar estrellas de la época más clásica del cine estadounidense, como Greta Garbo, Marlene Dietrich, Jean Harlow, Gene Kelly, Fred Astaire, Lana Turner y Bette Davis.

Madonna empezaba a ser seriamente cool y lograba que su vocación transgresora comenzara a ser efectiva y transformadora, trascendiendo el simple escándalo ocasional. Esta convicción y madurez, más allá del encanto bailable que siempre había demostrado, generaba un respeto cada vez mayor incluso entre los críticos más recelosos. Madonna estaba despegada, y recién empezaba a demostrarlo.

En el libro Madonna: Like an Icon, la autora Lucy O’Brien describió la influencia que tuvo la canción, por su exposición mundial y por haberse colocado a la vanguardia de la emergente moda dance. “La cultura de discoteca, la música house y tecno ganaban en popularidad y Vogue encarnó ese nuevo hedonismo: positivo, alegre y totalmente inclusivo”.

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