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Historias escondidas en una flor

Durante décadas la comunidad uruguayo japonesa dominó el mercado de flores en Uruguay, pero las costumbres cambiaron y este San Valentín encuentra a menos productores aunque con más trabajo
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13 de febrero de 2015 a las 20:14

El amanecer es el único momento en que se puede entrar al invernáculo. Esa es la hora en que se pueden cortar las rosas del establecimiento de Hideo Gastón Mizuki, en Paso de la Arena. El calor todavía no golpea las sienes ni deja el cuerpo ensopado de sudor.

Mizuki, hoy con 48 años, ha sentido ese calor desde niño. Es florista siguiendo la tradición de su padre, Tadao Mizuki, quien llegó a Uruguay en 1958. De él aprendió el oficio. En el gran invernáculo de su terreno de 17 hectáreas, sus rosas producen unas 300 docenas de flores a la semana, y el trabajo es especialmente arduo en verano.

Como todos los inicios de febrero, la actividad llena la vida de los floristas uruguayos. Para el día 2 debieron tener todo pronto para la festividad de Iemanjá. Pero ahora la prioridad son las rosas rojas, por el festejo de San Valentín hoy sábado 14 de febrero.

Estas dos fechas, junto al día de la madre, el de la secretaria y de los difuntos, son los picos de venta de flores en Uruguay.

Para Mizuki son días especiales porque es el único establecimiento de producción de rosas en territorio uruguayo. Son muchas las rosas que se venderán en esta jornada. La relación entre el amor y las flores es antigua. Pero ¿qué historias se esconden detrás de una flor en San Valentín en Uruguay? Hay un origen de esas plantas, manos que las cortaron y vidas de los dueños de esas manos.

Oficio con historia

Como en el vivero de Mizuki, en otros el proceso es el mismo. Las flores salen cortadas del invernadero y van a una cámara de frío a 5 grados centígrados. Allí pueden permanecer conservadas en agua con hipoclorito y azúcar para que esta no se pudra hasta 20 días sin perder su vigor en los pétalos ni su color ni su frescura. Luego van directo al mercado en la cooperativa o a la florería de la familia Mizuki, ubicada en la calle Justicia.

En el mercado mayorista de Cofloral, la cooperativa que fundaron las familias japonesas en 1954, ubicado en la calle Guadalupe casi San Martín, todavía subsisten algunos apellidos de la comunidad, manteniendo la tradición: Imazu, Goto, Matsuzaki, Takeuti, aparecen junto a otros “criollos”, como Da Silva y Tellechea.

En Cofloral también está Eriko Hayashi, de 43 años. Tiene su vivero pasando Colón, una zona donde se afincaron los primeros japoneses y donde hoy vive la segunda generación (llamados nissei) y hasta la tercera. Hayashi vende claveles y crisantemos en la cooperativa.

Hasta finales de la década de 1990, la comunidad japonesa en Uruguay tenía por lejos el mayor porcentaje en la producción de flores del país. En un momento fueron unos 250 productores en actividad.

Las historias de las familias tienden a parecerse. El señor Hayashi llegó a Uruguay desde Nagano, previo paso por Brasil, donde aprendió a plantar verduras, seguramente dentro de la amplia comunidad japonesa de ese país. Conoció a quien sería su esposa y madre de Eriko, también de origen nipón. Con un socio uruguayo compró un campo y comenzó a plantar flores. Y le legó el oficio a su hijo.

En un puesto cercano, Keiko Hikichi, productora de flores, ordena sus ramos. Además hace arreglos para un cementerio privado. En otro de los puestos de la cooperativa, Andrés Hajime, sobrino de Hideo, da una mano con la mercadería. Es tercera generación de urujaponeses. Su madre es quien lleva adelante Japón Flores.

Para los japoneses la tradición pesa y esto es un rasgo en quienes continúan el camino de sus mayores. Pero otros nissei decidieron trazar su propio rumbo, fuera del camino de los pétalos.

Después de la crisis de 2002, muchos nissei uruguayos se fueron a probar suerte a Japón. Los que se quedaron apuntaron hacia otros trabajos y modos de vida.

Por ejemplo, el actual presidente de la Asociación Japonesa del Uruguay (AJU), Takeru Daniel Haruta, es mayordomo de la embajada de Japón. Por su parte, Mie Sumi puso un puesto de sushi en Parque Rodó. Los padres de ambos eran productores de flores. A propósito, la súbita moda del sushi y otros platos propios de la comida clásica japonesa tomó por sorpresa a la comunidad urujaponesa.

El ejemplo de Tsubota

En 1908 llegó a Montevideo el primer ciudadano japonés del que se tiene registro: era el señor Tsubota, que se estableció con un comercio en la calle Colón. En décadas posteriores, llegaron a estas costas otros japoneses que se establecieron básicamente en el barrio de Colón y sobre el eje de la ruta 5 en Canelones.

Según el censo de 2011, se registraron 186 personas con nacionalidad japonesa en Uruguay. El 80% se dedica al rubro floricultura, según Haruta, en una investigación sobre residentes asiáticos en Uruguay realizada por estudiantes de la Universidad de Montevideo.

La época dorada de las flores se terminó a finales de la década de 1990 y la crisis de 2002 fue el golpe de gracia para varios nissei que, ante la malaria económica, decidieron probar suerte en su patria natal.

A pesar de que muchos nissei uruguayos son ciudadanos japoneses, el hecho de haber nacido en el exterior los coloca en un rango diferente para una cultura y una sociedad que defiende con extremo celo sus orígenes y su ascendencia. “Si voy a Japón no soy japonés”, confiesa Hideo recorriendo su establecimiento de Paso de la Arena, donde recibió a El Observador.

Aparte de lo económico, el paso del tiempo y el cambio de costumbres han jugado en contra de la continuidad de la tradición de productores florales.

Cada vez menos gente regala flores, costumbre que se ve como ligada al pasado, y el público concurre menos a los cementerios, que son otra gran fuente de venta de flores.

También sucede que los nissei o las terceras generaciones perdieron la ligazón con lo japonés o no lo sienten como un legado a seguir y, de alguna manera, se dejan permear por lo uruguayo. Buscan empleos públicos o se diversifican hacia otros sectores donde el trabajo es menos sacrificado que la producción de flores. Todo el panorama produce la merma. Hoy son 33 los productores de origen japonés que continúan activos en el negocio de las flores en Uruguay.

“Somos los 33 orientales tratando de cruzar este río revuelto”, dice Hideo, con una sonrisa.

Por un lado, la disminución de productores genera pérdidas en lo cultural en la comunidad y también en el país, pero, al mismo tiempo, provoca mayores ganancias entre los productores, porque baja la competencia.

Doblemente oriental

Hideo siente las dos nacionalidades en su interior. Se reconoce japonés en la forma de trabajar y de encarar las dificultades de la vida. “Lo siento también en la constancia. A nosotros se nos voló todo en 2005 con el temporal y salimos adelante. Te levantás y salís”, dice Hideo, que a pesar de esto no habla japonés y de grande y por poco tiempo practicó yudo en la AJU.

Se considera uruguayo por una identidad que reside en el paladar: “Tomo mate, como asados y también me junto con amigos a hablar de otros”, reconoce con otra sonrisa.

Irremediablemente la identidad nacional pasa por el fútbol. Hideo es hincha de Peñarol y en el Colegio Maturana jugó al fútbol y fue compañero de clase de Fabián Coito, el entrenador de la selección sub 20.

Pero la identidad también se construye con símbolos. Junto a la amplia estufa del living de la casa de los Mizuki hay un par de esquíes apoyados. Pertenecieron al padre de Hideo, Tadao Mizuki, fallecidos hace cuatro años. Tadao había nacido en la región de Aomori, en el norte de la isla de Honshu, donde nieva cinco meses al año. En los años posteriores a la guerra, el esquí era una forma de superviviencia en la región. Lejos de la nieve natal, en Uruguay, Tadao acostumbraba viajar a Bariloche a esquiar, quizá con la intención de recobrar el primer espíritu hogareño. Pero eso ya es pasado. El tiempo no se detiene y el presente se impone en la familia Mizuki.

Este agitado San Valentín encuentra a la esposa de Hideo embarazada de siete meses. Ella es uruguaya, descendiente de gallegos. En dos meses, otro Mizuki llegará al mundo entre las hileras de flores de Paso de la Arena. Es un niña y se llamará Oriana Akari, que significa ‘luz’ en japonés. Solo el futuro sabe si seguirá la tradición familiar.

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