Hollande apela al nacionalismo y hace crecer el clima de guerra

Dos semanas después de los atentados que mataron a 129 personas en París, el gobierno francés dedicó la jornada de ayer a un homenaje de las víctimas y a una reivindicación del orgullo nacional. El mandatario François Hollande hizo una demostración de patriotismo cercano al chauvinismo que puede volvérsele en contra.

El acto fue en el Palacio de los Inválidos y ante unos 2.000 invitados, entre los que había muchos familiares de los que murieron en los ataques perpetrados por el Estado Islámico el 13 de noviembre en París. El tono era sobrio y solemne. Empezó y terminó con La Marsellesa, el himno nacional.

En una pantalla fueron apareciendo los rostros de los fallecidos, mientras el locutor los nombraba de a uno. La escenografía se completaba con banderas azul, blanco y rojo de Francia.

El violonchelo de Edgar Moreau que interpretó a Bach puso fin al minuto de silencio y dio comienzo al discurso de Hollande.

Desde los atentados el presidente se ha mostrado firme, tanto en sus declaraciones como en los hechos, pues aumentó la cantidad de bombardeos al Estado Islámico en Siria e Irak al tiempo que busca sumar aliados para una coalición que lo enfrente.

Ayer dio un paso más en su retórica y prometió que Francia "hará todo lo posible para destruir al ejército de fanáticos que cometió esos crímenes".

Sin nombrar en ningún momento al Estado Islámico (EI), el presidente identificó al "enemigo" como "el fanatismo que quiere someter al hombre a un orden inhumano, al oscurantismo".

"Los venceremos todos juntos, con nuestras fuerzas, nuestras armas, que son las instituciones, el derecho", aseguró Hollande.

Unas pocas familias de los fallecidos se negaron a concurrir al evento, alegando que se deben establecer más medidas a favor de la seguridad. En el país rige el estado de exepción votado por el Parlamento. Esto habilita los allanamientos sin necesidad de orden judicial y da poderes especiales al presidente en la lucha contra el enemigo.

Azul, blanco y rojo

La crisis llegó en un mal momento para Hollande. Ahora su popularidad es de 32 %, pero antes de los ataques era de 10 puntos menos. El líder no logra agrupar a la gente en torno a sus ideas, pero intenta consolidar al menos el sentimiento de unidad ante el terrorismo.

En esta línea es que su gobierno impulsó a que todos los franceses vivieran el día de ayer como el del "orgullo francés". Pidieron que todos colocaran una bandera tricolor en la ventana de su casa y dieron facilidades para que todos pudieran conseguir una. Llamaron, además, a hacerse una selfie con el estandarte y compartirla en las redes sociales con la etiqueta "Orgullosos de ser franceses".

"Francia no cambiará. Si necesitamos un motivo para seguir en pie, para luchar por nuestros principios, para defender los valores de nuestra República, lo encontraremos en su recuerdo", reafirmó Hollande ayer.

Francia "no cederá ni al miedo ni al odio", aseguró.

Como siempre, este tipo de campañas generan apoyos y rechazos. Un sondeo de Le Figaro reveló que el 49 % no colocaría su bandera en el balcón. Las razones alegadas iban desde la supuesta hipocresía de un gobierno que apela al nacionalismo solo en momentos de crisis, hasta la acusación de oportunismo por parte del presidente. Otros sostenían que no era momento de avivar los ánimos en contra de los terroristas.

Lanzallamas en el incendio

Esta última postura, la del miedo a que la reacción gala haga más terrible la respuesta radical, recibió nuevos insumos en el homenaje, pues Hollande no disimuló su combatividad.

Por el contrario, el presidente denunció a la "horda de asesinos" que actuaron "en nombre de una causa demente y de un Dios traicionado", y calificó los ataques como "acto de guerra organizado desde lejos y fríamente ejecutado".

Una de las voces críticas que más fuerte se oyen por el momento es la de Dominique de Villepin, canciller y primer ministro durante la Presidencia de Jacques Chirac. En un artículo de opinión publicado en Liberation, advirtió que las acciones de Hollande no hacen que el país sea más fuerte, sino más vulnerable.

"En este contexto, responder al ataque con la guerra es apagar un incendio con un lanzallamas. Después de 20 años de fracasos de las Operaciones de Paz de las Naciones Unidas, después de 10 años de intervenciones militares occidentales desastrosas, la clave es inventar una nueva manera de intervención pacífica, articulando de un modo nuevo las armas militares y los elementos diplomáticos, al servicio de objetivos precisos y con medios de coordinación eficaces. Nada de eso existe hoy en día", cuestionó el autor.

Su teoría es que, al ingresar de modo tan directo en la guerra contra el EI, se hace precisamente el juego de ese grupo que quiere sembrar terror en todo el mundo, al tiempo que el país se expone a recibir castigos mayores.

"Aceptar la guerra es aceptar huir hacia adelante", comentó el excanciller, en referencia a que se pospone un problema mientras se insiste en hacerlo más grave. "Hay que aprender de la experiencia", acotó, y explicó cómo después del 11 de setiembre de 2001 Francia se alineó con un Estados Unidos golpeado y se involucró en los fracasos de Afganistán e Irak.

Y culminó entonces el antiguo primer ministro: "Estados Unidos debilitó mucho a Al Qaeda. Pero lo logró al precio del surgimiento del EI, que agrupó a antiguos combatientes de Al Qaeda con anteriores baasistas, en medio de la humillación de los sunitas de Irak. No se trata solo de una página de la historia, sino también de una advertencia para Francia. Tengamos la fuerza de no volver a cometer errores que harán aún más grande el círculo del horror".