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Jorge Nasser: "Para vivir de la música, primero te tenés que morir de la música"

Hoy el músico continúa celebrando sus 30 años de carrera con un show en el Auditorio Adela Reta
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18 de mayo de 2016 a las 05:00
La semana pasada Jorge Nasser recibió la distinción de Ciudadano Ilustre de Montevideo, título que comparte con músicos como Popo Romano o referentes de la cultura como Benjamín Nahum. Este hecho tomó al músico por sorpresa, y se enmarca en algo más grande. El año pasado, Nasser comenzó a celebrar sus 30 años de carrera, una cifra redonda que lo obligó a salir al escenario.

El reconocido músico comenzó los festejos con un show realizado el año pasado en el Teatro Solís y continuará hoy, esta vez en el Auditorio Adela Reta. "Aquel fue el que abrió lo de los 30 años, y este es el moño, el cierre", explicó a El Observador. "Este show es como el hermano, pero mejorado, y pienso que la variación de los invitados también lo condiciona y lo lleva al otro lado".

Uno de estos invitados destacados es el Coro Rapsodia, cuyo nombre se hizo conocido tras participar del show de los Rolling Stones en el Estadio Centenario. Alrededor de 30 voces se sumarán a la de Nasser para interpretar temas como Candombe de la Aduana y Amo este lugar. "Esas canciones en sus versiones originales tienen un coro de jóvenes. De hecho, lo que va a pasar es que se van a escuchar los temas como suenan en el disco, por primera vez. En otras canciones es simplemente por el placer de cantar. Porque realmente a mí lo que más me gusta es abrir la boca y cantar".

Pero los 30 también invitan a revisitar y repensar su legado, desde Níquel hasta los últimos discos con su firma.

Antes de su primer disco vivió en Argentina, ¿cómo fue estar cerca de la escena musical de esos años de 1990?
Yo ya llegué a tocar, a meterme en la escena y a encontrar mi lugar. Era una escena bastante jibarizada, más pequeña que la de Buenos Aires, y las diferencias eran importantísimas en ese sentido. Y era bastante prejuiciosa, bastante intolerante. Pero, bueno, un poco también la salida de la dictadura nos había dejado eso: el ambiente que había, las razzias, era un poco crispado. Y esa crispación se trasladaba a lo artístico también. Creo que la banda también zafaba un poco de eso. Al venir de Buenos Aires nos dábamos cuenta de eso y tratábamos de no tener esa actitud. O de relativizarlo un poco, de no ser tan permeables a ese ambiente y de tratar de despegarnos. Níquel a partir de Gusano loco y ni que hablar con el Candombe de la Aduana logra traspasar el gueto del rock y llegar a otros públicos porque teníamos una actitud más positiva.


Sus contemporáneos, Los Estómagos, Los Traidores y hasta Los Tontos tenían esa actitud más crispada.
Sí, en el caso de Los Tontos era más por el lado cómico o paródico, que tenía una cosa un poco agria. O el Cuarteto también, que no era tan contestatario. La palabra "contestatario" aplicada a esa época era raro, porque contestatario era Larbanois & Carrero. El rock era contestatario de lo contestatario. Estamos hablando de diferencias que a la distancia son mínimas. En realidad todos éramos una misma escena en la que tocábamos todos: tocaba Níquel y Gabriel Peluffo estaba en el público, éramos amigos de Los Traidores. Teníamos matices, nada más.

¿Cómo fue crecer en popularidad hasta llenar teatros de Verano, que para el momento era una rareza?
Fue una construcción sin quererlo. Fueron las canciones. Por más que vos quieras algo, si la gente no te da bola no pasa nada. Tenés que conectar en algún punto con la gente para que sienta la necesidad de ir al teatro de Verano, o a dos teatros de Verano, como cuando hicimos Níquel sinfónico. Hubo una leyenda urbana de que en los 1990 el rock decayó, y eso no fue así. Lo que cayeron fueron los festivales masivos, pero cada banda fue construyendo su propio público. En ese momento nos tocó protagonizar esa cosa de masividad, empezar a aparecer en tele y a encarar desafíos que hasta ese momento el rock no se había planteado. En ese momento también el Cuarteto de Nos tuvo una canción que tuvo muchísimo éxito y vendieron muchos discos. Los Buitres también, tenían su porte y eran un grupo que tocaba. Después apareció toda la movida del Congo Bongo y La Abuela Coca, que empezaron a llevar gente. Y, sobre el final de los 1990, el Peyote Asesino comenzó su movida. No fue orgánico. No había alguien que tejiera eso junto, o que se hicieran toques juntos. También se formaron No Te Va Gustar y La Vela Puerca, y vino Manu Chao. Sin esos 1990 no hubiéramos tenido este presente.

Su rock también era diferente en cuanto a la temática: eran fundamentalmente montevideanos.
En mi caso, como autor quería conectar con la ciudad, con la realidad y con la gente, y fue eso un poco lo que trajo a lo de Ciudadano Ilustre: empezar a pintar la ciudad. A mí siempre me gustó lo popular. Yo había tocado con Jaime Roos, yo ya sabía lo que era la bohemia del estaño, de la murga, del Canario Luna. A mí eso me importaba, yo no era un roquero inmaculado, no contaminado por el candombe. Todo lo contrario. Ya era un tipo que estaba superfusionado y me parecía que esas cosas funcionaban juntas.
Hoy ya no se discute más de este tema, pero en su momento hubo que dar pelea y de alguna forma confrontar con gente que no compartía esa visión, que le parecía que era intoxicar una pureza del género. Y yo creo que en el arte las mejores cosas salen de lo más impuro. La pureza no es un adjetivo que haga crecer al arte, que lo haga renovarse.

¿Ese "dar pelea" también pasaba a nivel del público? ¿Sentían que a veces la audiencia estaba de espaldas a lo que la banda hacía?
No el público, porque público no nos faltó nunca, pero sí un poquito dentro del núcleo duro del rock. El que al principio le pareció bien Níquel y después le pareció que se vendió. Eso es muy común. Creo que esa actitud de ser una banda abierta generaba una intolerancia grande. Y que fuera colorida cuando la idea era vestirse de negro, a los otros les rompía los huevos. Decían que no era rock. Se resistían a aceptar el cambio y eso generaba que hubiera gente que no le gustaba. El no gustar era tan importante como el gustar. Y que no te gustara Níquel era como un motivo de reunión (risas).

Con el paso del tiempo, ¿cómo ve su trayectoria?
Siempre hay un momento en el que inmediatamente muchas cosas son rechazadas porque viene algo nuevo y lo viejo ya no sirve. El tiempo va decantando y va dejando lo que resiste. Por eso estoy tan contento con estos shows, porque de cierta forma hablan de vigencia, de que pasaron tres décadas y logré atravesarlas con cañonazos, heridas y abolladuras, pero se logró. Y además crear una familia a partir de la música, que para mí era importante, demostrar que se podía vivir de la música. Para vivir de la música primero te tenés que morir de la música. Hasta el año 92, 93, yo me morí de la música. Un año antes de que saliera mi primer disco decidí no trabajar, y como no era bueno dando clases trataba de vivir de los shows. Fue muy duro. Pero por más que te vaya bien es una incertidumbre existencial.


¿Tuvo incertidumbre al abandonar el rock y lanzarse hacia la milonga?
Y sí, me dio recontramiedo. Pero a veces el miedo o te paraliza o te vuelve loco para poder salir adelante. Y a mí me parece que me pasó lo segundo. Laburé como un loco. Se transformó en un negocio familiar, me ayudaron mucho mi mujer, que era mi manager, y mi hijo Francisco. Tuvimos suerte, porque en un punto las canciones, que finalmente son la llave de todas las puertas, tuvieron aceptación. Si las canciones no hubieran funcionado ni significado cosas, no estaríamos acá hablando. Sería un viejo loco que grabó unos temas en los 1980 y 1990 y con el que no pasó un carajo.

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