Un manifestante enmascarado durante las protestas en las calles venezolanas en julio de este año
Gabriel Pereyra

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Jóvenes baleados y desangrados

América, la latina, parece condenada a revivir una y otra vez su pasado
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14 de agosto de 2017 a las 05:00

Uno y otro día grupos de obreros pero sobre todo de jóvenes, algunos de ellos estudiantes, llegan audazmente hasta el límite de las vallas impuestas por las fuerzas del orden, armadas con garrotes, carros lanza agua y, lo peor, escopetas que hace tiempo dejaron de disparar munición no letal. Los balines hacen estragos en la piel, la carne, los órganos internos.

Jóvenes baleados, heridos, mutilados por una Policía que responde a un gobierno democrático, al menos emergido de las urnas, cuyo presidente levanta cada vez más la voz y dice que no dará un paso atrás.

Estas democracias imperfectas que llegan a estas situaciones límites que son como el huevo y la gallina: la situación económica, la escasez y la hiperinflación agravan la crisis. Como consecuencia de ello -entre otras cosas- se generan manifestaciones que son las que agravan la crisis.

Crisis política, económica, institucional. Por momentos el Parlamento parece un decorado. En las seccionales se tortura gente como en una dictadura; en las calles se detiene gente como en una dictadura; la Policía dispara a matar como en una dictadura. Pero es una democracia porque el hombre fuerte que está al frente del país surgió de las urnas. En realidad el elegido era otro, pero al final, las vueltas del destino terminaron sentándolo a él, que era un segundón, en el sillón de mando.

Ya no hay quien en el país se sume a las protestas y la oposición busca pronunciamientos fuera de fronteras, donde hay amigos, enemigos, y displicentes.

Los caballos arremeten contra la multitud que no cede, y vuelve uno y otro día. Las bestias arrasan con todo a su paso. Los caballos también.

Las balas comienzan a hacer estragos y cae un joven ensangrentado. Se desangra. En el hospital, donde otros jóvenes, anónimas víctimas de la represión son atendidos, hacen lo que pueden, pero dos días después muere.

Se llama, se llamaba, Líber Arce. Tenía 28 años. Hoy, 14 de agosto, se cumplen 49 años de su muerte. Si esta historia le despierta cualquier similitud con alguna otra realidad paralela, quizás ello se deba a alguna sombra que vaga por su conciencia.


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