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Juan Salgado: "No le gasto un solo café al Estado"

El presidente de Cutcsa habla de su amistad con Tabaré Vázquez y niega haber intervenido en la compra del avión presidencial
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04 de marzo de 2017 a las 05:00
No duda ni medio segundo. Lanza su respuesta administrando dosis suficientes de seguridad y serenidad, como si ya se hubiera contestado esa pregunta antes en otro tiempo y espacio. Hay un solo hecho que Juan Salgado haría diferente al mirar la película de su vida que lleva 57 años.

La respuesta lo lleva a un día de 1977 cuando, con 17, tomó la decisión de que no seguiría el consejo de su padre de estudiar una carrera universitaria. "Es de lo único que me arrepiento de no haberle hecho caso a mi viejo", recuerda el presidente de Cutcsa en diálogo con El Observador en un sillón de la recepción del hotel Ararat Park Hyatt Moscú.

Había terminado el preparatorio y dos senderos se bifurcaban ante sus ojos. Estudiar para ser contador o seguir el rastro de la familia. Salgado no tenía "constancia" para el estudio y pensó que era tiempo de meterse en el mundo laboral desde temprano porque sabía que su progreso dependían de atributos que lucen en el largo tramo de una maratón: horas de trabajo, compromiso y sacrificio.

"Soy obsesivo del trabajo. A veces pienso si hubiese estudiado quizás las cosas me saldrían más fáciles. Pero lo que yo no logro con la técnica, lo logro con horas de trabajo", se describe Salgado.

Esa imagen de sí mismo que hoy transmite la tenía incorporada el día que le argumentó a su padre porqué no seguiría estudiando y le pidió que le consiguiera trabajo. El alegato resultó lo suficientemente convincente para que su padre le abriera la puerta de una empresa que se volvería una "pasión" con la que nada compite en su vida.

Esos días iniciales están marcados en la memoria de Salgado: el concurso que rindió y salvó en el Palacio Sudamérica y sus primeras tareas como ordenanza administrativo. Pasaron 20 años para que ese joven que entró como mandadero saltara por varias funciones para convertirse en el presidente de una de las empresas más importante del país. Y dos décadas después todavía se mantiene en ese rol, edificando una presencia pública que se despega de sus antecesores en el cargo.

Pero visto como lo pone Salgado, el aura milagrosa de ese ascenso se relativiza y, en cambio, es posible recorrer un trazo que lo llevan a sus primeros días. "Yo nací en el transporte", afirma Salgado disputando la imagen del útero como una barca. En la puerta de su casa en Maroñas paraba el ómnibus al mediodía y mientras su padre descansaba en la pausa de la tarde, él ayudaba a su madre a lavar el vehículo.

Antonio Salgado y Celia Vila llegaron al Uruguay desde España en la década del 50. Antonio comenzó a trabajar en la compañía como conductor de la línea 181 y 183. Luego de algunos años, y con un esfuerzo que sería determinante en la vida de su hijo, compró una cuarta parte del 199 que hacía el trayecto Cementerio del Norte-Parque Rodó. Celia criaba gallina y cerdos, además de plantar frutas y verduras en un terreno de 850 metros.

Fue hijo único de una familia que define como "trabajadora", aunque se apura a aclarar que en su casa nunca pasó hambre y desafía "el culto a la pobreza" que entiende que alguna gente hace. "Sin duda me hice desde abajo. Sin duda valoraba que una vez por semana pusieran una Coca Cola arriba de la mesa. Ahora nunca pasé necesidad, nunca pasé hambre", subraya.

Sus raíces y el entorno en el que creció moldearon una mirada sobre el valor de lo material y lo trabajoso que resulta llegar de un punto a otro. Se le tranca la voz y se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda le primer bicicleta usada que le regalaron con siete años. "Esas cosas son de un Uruguay que yo creo que tenía otros valores", dice enseguida. Y volverá a repetir la palabra "valores" para hablar de un país que ya no existe, sin fracturas sociales y convivencia en el barrio, y para explicar porque es amigo de sus amigos.

El amigo del presidente

El movimiento nervioso comienza en la recepción del Ararat, señal inequívoca que el presidente está por bajar. Los agentes de seguridad se distribuyen en el salón junto al personal de servicio del hotel.

Es 16 de febrero y en pocas horas Tabaré Vázquez se estará reuniendo con el presidente de Rusia, Vladimir Putin. El descenso de los números marca progresivamente el momento en el que las dos puertas del ascensor se abrirán en dirección opuesta. Todos miran. Pero en el momento en el que el presidente sale son pocos los que se pueden acercar. Un hombre de traje gris impecable asiste al mandatario a ponerse su sobretodo y le arregla con cuidado señorial la solapa. El presidente lo presentó en esa gira ante las autoridades de otros países como su asesor, aunque ninguno siente que ese vínculo los defina.

"Me presenta así porque el protocolo así lo indica. Pero ni él siente que yo soy asesor de él, ni yo siento que sea asesor. Yo siento que tengo una gran amistad y un gran respeto, y que voy a tratar de ayudarlo mientras que esté en la Presidencia en todo aquello que él quiera", señala Salgado.

¿Recuerda cómo fue la vez que conoció a Vázquez?, es la pregunta que le hace El Observador. No puede identificar en su memoria un momento preciso pero sobre el lugar no le admiten dos pensamientos: "Fue en la Española. El vínculo viene por la Española", contesta.

La amistad que Vázquez y Salgado mantenían con Óscar Magurno los llevó a unirse en un vínculo que desde hace años tiene vida propia y que el presidente de Cutcsa desmitifica. "Hoy se hacen muchos mitos. Lo que hay es una amistad. Realmente hay una amistad familiar: yo con la familia de él, él con mi familia", dice antes de reforzar: "una entrañable amistad".

Pero ese lazo que se consolidó en las paredes de la Española estaba destinado a existir desde mucho antes que estrecharan sus manos por primera vez ante la mirada de Magurno. Los amigos sienten que tienen una historia en común que empezó a forjarse en la Calle del Progreso, la principal avenida de Ourense, el pueblo galiciano del cual proviene el padre de Salgado y uno de los abuelos de Vázquez.

Los progenitores de Salgado y Vázquez caminaron la ruta del progreso en búsqueda de Montevideo, donde se instalaron, formaron familias y contribuyeron para la construcción del país desde el barrio. Los une esa cultura del sacrificio y una palabra que ponen "sobre todas las cosas": lealtad.

-¿Qué es la lealtad?
-La lealtad es algo que está por sobre todas las cosas. La lealtad es el culto al respeto y el cumplimiento de la palabra.

Ese lazo sagrado fue el que llevó a que Vázquez nombrara a Salgado como asesor presidencial para su segunda mandato, con la condición impuesta por el empresario de que ese servicio no implicara ningún cargo rentado.

"No le cuesto nada al Estado. Yo no le gasto un solo café al Estado. Por eso tengo la libertad de que si tengo que hacer contactos (comerciales) por los trolebuses en esta gira, los puedo hacer", afirma. "No le cuesto nada al Estado. Yo no le gasto un solo café al Estado. Por eso tengo la libertad de que si tengo que hacer contactos (comerciales) por los trolebuses en esta gira, los puedo hacer", afirma.

Vázquez y Salgado no se ven periódicamente. Algunas semanas se juntan más de un día y ha pasado un mes entero en el que no tuvieron contacto debido a las actividades que tiene cada uno.

-¿En qué temas lo aconseja?
-Él y yo no nos aconsejamos, ninguno de los dos. Porque nos respetamos. Cuando se da de hablar de un tema de actualidad cada uno da su opinión. Por supuesto que yo trato de ser muy cuidadoso. Nunca pierdo el punto de vista que él es presidente de la República.

-¿Pero eso debe ser difícil no?
Es muy difícil. Pero se da. Tratamos de hablar de todas las cosas y cada uno da su opinión. Yo estoy libre y me siento libre –y creo que además tengo que ser así–. No estoy condicionado para cuidarme de lo que digo y lo que no le digo. Tengo mi opinión y con el respeto debido se la doy. Pero cuando esos temas rozan la actividad que yo desempeño lisa y llanamente no lo hablamos. Yo tuve situaciones con todas las administraciones de la Intendencia (de Montevideo). Y he tenido duras. Me acusaron de crear alarma pública y cuando tengo que decir que en tránsito no se ha hecho nada, lo digo claramente...He pasado hasta de estar en una lucha en los medios (con jerarcas de la intendencia) y estar (con Vázquez) pasando un fin de semana juntos y no hablar ni una sola palabra. Hay que manejarlo muy bien eso. Yo sé que es difícil que mucha gente lo entienda. ¿Pero saben porque lo tienen que entender? Porque es la base de la amistad que tenemos. Si no, no sería amistad.

La reciente compra de un avión por parte del gobierno instaló la polémica entre la red de vínculos de amistades entre Vázquez, Salgado y el empresario Carlos Bustin de la firma Floridian SA (Autolider) representante de Mercedes Benz, quien es el vendedor de la nave.

El senador colorado, Pedro Bordaberry afirmó durante la interpelación al ministro de Defensa, Jorge Menéndez, el 23 de febrero que se está "ante una compra ilegítima" que le genera "sospechas de corrupción" en tanto que "estuvo dirigida para beneficiar a una persona".

Bordaberry dijo que desde que Salgado dirige Cutcsa, los ómnibus pasaron de ser Leyland a Mercedes Benz y detalló que en la actualidad 950 de los 1.090 ómnibus de la compañía son de la marca alemana.

Una semana antes de la interpelación, El Observador consultó a Salgado sobre el tema, quien dijo que el vínculo entre Cutcsa y Mercedes Benz existe desde 1977 cuando el expresidente Celso Azcarate compró coches de esa marca. También señaló que, como presidente de Cutcsa, él compraba ómnibus Mercedes Benz desde el tiempo en que Omar Ambrois era dueño de la compañía.

"No tengo absolutamente nada que ver. Ni siquiera me enteré en el momento del interés que había. Pasó por otro lado. Por alguien que quería vender, alguien que quería comprar y acá es difícil no conocernos todos. Por supuesto que conozco a Bustin como conozco al resto de los representantes porque esa es mi obligación. Pero no sé ni las condiciones, ni cómo fue, ni cómo se conversó ni intervine nunca en la más mínima conversación", afirmó Salgado.

Poder no, responsabilidad

Aunque esté muy cerca del presidente y presida una de las empresas más importantes del país, Salgado no se ve a sí mismo como un hombre con poder. En cambio elige hablar de la "responsabilidad" que siente desde hace más de dos décadas cuando asumió la presidencia de Cutcsa: por sus cuatro mil dueños, los trabajadores y usuarios.

Algún día dejará la dirigencia de la empresa porque no cree en quienes permanecen "atornillados" en el cargo. Aún no sabe cuando pero lo único que espera es que quien lo reemplace llegue con la misma pasión para poner "el plus" que hace falta.

Salgado mira para atrás y se gratifica que pudo cumplir el sueño de un matrimonio que inmigró desde lo más profundo de Galicia. Piensa en los momentos que se perdió con alguno de sus cuatro hijos por estar tan apegado al trabajo y hace un reconocimiento para su esposa, quien fue "la guía" de su familia.

Salgado lo haría todo igual, salvo esa decisión que tomó un día de 1977.

El peso de la palabra y la dirigencia del fútbol

La vida lo puso a prueba el día de octubre de 1996 en el que asumió la presidencia de Cutcsa. Sus primeros años en la dirección de la empresa fueron de los momentos más angustiantes que vivió: la compañía tenía un horizonte de un mes de vida.

A la crisis del transporte y la crisis institucional de Cutcsa se le sumó el declive económico del Uruguay. "Lo único que podía ofrecer era la palabra", recuerda Salgado, en alusión a los compromisos que asumió en esos años con los trabajadores de la empresa. "Yo cultivé y ejercité mucho la palabra", agrega.

Ese respeto por la palabra también lo llevó a embarcarse en un proyecto en el que no estaba convencido. "Por darle la palabra a un amigo terminé en una fórmula", cuenta en referencia a la dupla que integró con Edgardo Novick para la presidencia de Peñarol. A esa candidatura renunciaron luego de recibir amenazas.

Salgado no volvería a ser dirigente de fútbol porque cree que esa clase cambió demasiado. No olvida el "posgrado de la vida" que tomó cuando fue el vicepresidente del contador José Pedro Damiani durante dos años. "Te decía una frase y te estaba mostrando una imagen", afirma. Pero cree que esos dirigentes que defendían los intereses de su club, sin olvidar los de todo el fútbol, son una especie en extinción. "En el fútbol el tema de la palabra hoy es complicado".

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