Ricardo Peirano

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La Argentina que no fue

Espert analiza las causas de la decadencia de su país, que a principios del siglo XX se ubicaba quinto en ingreso per cápita entre las naciones del mundo y fue cayendo para situarse en el lugar 55
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23 de julio de 2017 a las 05:00
El destacado economista argentino José Luis Espert vino a Uruguay esta semana a presentar su último libro La Argentina devorada. En apenas dos meses vendió más de 20 mil ejemplares, un verdadero éxito en el vecino país, especialmente para un libro básicamente económico pero dotado con un sólido análisis histórico, político y sociológico. Todo lo cual hace que sea una lectura amena y atractiva para un público no especializado en materia económica.

Espert analiza las causas de la decadencia de su país, que a principios del siglo XX se ubicaba en quinto lugar en ingreso per cápita entre las naciones del mundo, y que luego, por malas políticas económicas y un descaecimiento institucional signado por golpes de Estado y por la falta de respeto al estado de derecho aún durante gobiernos democráticamente elegidos, fue cayendo en forma progresiva para situarse ahora en el lugar 55 según ese mismo indicador. Es decir, un curioso ejemplo del paso del desarrollo al subdesarrollo, algo que difícilmente encuentre parangón en la historia mundial de los últimos dos siglos. Y máxime cuando Argentina llegó a la posición de privilegio en 1920 con apenas 30 o 40 años de crecimiento sostenido hacia fines del siglo XIX.

Desde entonces, el país fue "barranca abajo", como dice el tango. Y fue superado por la mayoría de los países latinoamericanos, notablemente por Chile y Colombia en las ultimas dos décadas del siglo XX. Y ese declive se dio con gobiernos militares y democráticos, y con gobiernos peronistas o radicales. No hay casi solución de continuidad en el camino del descenso, fuera cual fuera el régimen o gobierno de turno. El cierre de la economía, el constante aumento del gasto público, el excesivo endeudamiento y/o la excesiva emisión monetaria para cubrir el persistente déficit fiscal que domina en 56 de los 60 años analizados son rasgos permanentes. Y ellos generan un debilitamiento de la institucionalidad republicana, no solo por los golpes de Estado, sino por la violación de la separación de poderes, el desconocimiento del estado de derecho, el no cumplimiento de tratados internacionales, los continuos defaults de la deuda externa e interna (el último con festejo parlamentario incluido). Algo que llevó a los argentinos a pensar que el cumplimiento de las leyes y normas es algo optativo. Y algo que llevó a formar una interacción poderosa entre empresarios prebendarios que querían vivir de la protección estatal, de gobiernos corruptos que satisfacían esos pedidos y de sindicatos corporativos, preocupados de su bienestar más que del de los trabajadores, y que estaban protegidos por una legislación laboral propia del fascismo y por los impuestos efectivos al trabajo más altos del mundo. Todo ello ha configurado, sin duda, un clima muy poco favorable para la inversión productiva y para la acción de alguien que esté dispuesto a asumir riesgos y a nadie debe sorprender que la inversión decaiga y la productividad se aminore.

Que Argentina no haya caído más abajo se debe a la notable productividad del sector agropecuario, que superó con innovación la elevada y creciente carga tributaria que el Estado depositó en sus hombros para financiar la sustitución de importaciones y el crecimiento del Estado. En Argentina, como muy bien señaló por los años de 1940 José Ortega y Gasset, predominó "el espíritu de la factoría" donde reinaba el "sálvese quien pueda", y la ley del más fuerte o del más vivo. En ese contexto, las grandes cosechas primero, y la expansión de la frontera agropecuaria por vía de la tecnología (Argentina junto con Estados Unidos son los dos países que más invierten en investigación agropecuaria), han permitido que el vecino país vegetara en mitad de tabla y no se desplomara más aún.

Pero claro, para quien estuvo en el pelotón de los países más ricos del mundo y, sobre todo, para quien aún podría estar en niveles similares a Canadá y por encima de muchos países europeos, es un triste consuelo contemplar lo que fue, lo que ya no es y lo que podría ser. En ese sentido, la exposición de José Luis Espert, al explicar 70 años de decadencia, ofrece también las claves de cómo recuperar el camino del desarrollo. El asunto siempre se centra en "cómo" desatar el nudo gordiano de la decadencia y estancamiento. No lo aborda este libro pero es posible deducirlo: apertura comercial, reducción del tamaño del Estado, desregulación laboral y, sobre todo, reconstrucción de la institucionalidad republicana y el respeto del estado de derecho.

¿Más fácil decirlo que hacerlo? Ciertamente. Pero es el único camino para salir del marasmo actual. Y, paralelamente, una llamada de atención a países que, como Uruguay, supimos estar en posiciones líderes a principios del siglo XX y hemos decaído sin remedio, salvo cuando el viento de una bonanza externa de las materias primas sopla fuerte de cola. Ortega decía: "Argentinos, a las cosas". En Uruguay, también tenemos que abocarnos a construir un camino sustentable de desarrollo, porque solo con la producción de materias primas y un sistema educativo decimonónico y ahora decadente, no tenemos futuro promisorio.

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