Linng Cardozo

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La Bienal: cómo el Palacio Legislativo se tragó una idea

La tercera Bienal de Montevideo o la mejor forma de exhibir algo para que se disfruten las cúpulas del Salón de los Pasos Perdidos
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18 de octubre de 2016 a las 05:00

Uno, 2, 3, 9, 18, 45, 50. Cincuenta escalones para llegar a la Bienal instalada en el Palacio Legislativo, en su Salón de los Pasos Perdidos. La niña no sabía dónde fijar sus ojos. Apenas entró vio a su izquierda un montón de parlantes y a su derecha cuatro pantallas con presidentes uruguayos. Al entrar al enorme salón quedó como paralizada. Por un lado –de frente- una cabaña de barro; por otro las enormes alturas, los capiteles, vitrales, columnas y mármol, mucho mármol. Allí está este conjunto de elementos que pretendieron subir los escalones de las bienales y ser una muestra artística. Le pusieron nombre: Bienal de Montevideo. Y además, le agregaron un largo apellido: "lo mejor del arte contemporáneo".

El saco te queda grande

El Salón de los Pasos Perdidos tiene 51 metros de longitud y 23 metros en su punto más alto, con bellos lucernarios de vitraux que le otorgan luz natural al enorme espacio. Ese techo fue diseñado por el arq. Cayetano Moretti y se compone de dos bóvedas de cañón, iluminado por tres vitrales. El salón fue decorado en su origen con mármoles nacionales de distintos colores, mosaicos así como esculturas y bajorrelieves de los artistas Edmundo Partti, José Belloni y Juan Buffa. En las paredes hay espejos y junto a ellas hay bancos de mármol. Y en los bancos de mármol pulido, la Bienal colocó cueros de vaca. Los parlantes del inicio es una instalación de Luis Camnitzer y su hijo Gabo. Las 4 pantallas –que exhiben a 4 presidentes uruguayos en distintas actitudes- son de la artista argentina radicada en Uruguay María Agustina Fernández Raggio. "¿Es la misma?", pregunta una señora a su acompañante. "Si, es la misma". Fernández Raggio es la artista que logró en 2014 el Gran Premio Nacional de Artes Visuales por el bordado de una banda presidencial. "Se ve que le gustan los presidentes; quiere ser primera dama", comentan. "¡Un desastre!" exclama una señora que parece que alguna vez fue hippie.

La niña sigue extasiada con las alturas e intenta desentrañar que son los dibujos que están en los vitrales. Entra un grupo de turistas. Miran para arriba.

Rafael Echevarría es licenciado de Bellas Artes y comenta a LA VACA AZUL tras decir que es la segunda vez que va a esta bienal. "El lugar se comió todo; es de una fuerza espacial y visual impresionante. Las obras estaban, todas menos cuatro, ubicadas en la 'pasiva'" entre las columnas y la pared. (...) esto generaba que no hubiera espacio suficiente (a lo sumo 2 metros) para poder apreciarlas. Algunas, al estar entre las columnas quedaban como apretadas y perdían perspectiva. En definitiva, la sensación fue de aburrimiento; ninguna obra estaba 'libre' y apreciable; todo apretado. El espacio Salón no pudo disfrutarse por estar lleno de obras que cortaban las visuales y las obras tampoco porque el espacio se las comió. Se molestan mutuamente y mucho. Me fui malhumorado". El médico Juan Gil –historiador de la medicina e impulsor de encuentros muralísticos en el Hospital Saint Bois siguiendo la corriente de Joaquín Torres García en ese lugar- comentó: "no puedo conectarme. No funciona con los sentimientos. Debo apelar a la razón y mis sentidos cerebrales. No encuentro emoción". Dos galeristas a su vez fueron coincidentes con la "ausencia" de obras de calidad y con que el enorme salón compite fuertemente con las obras. "En el mundo las exhibiciones son en lugares neutros para que las obras se luzcan. Acá no. Un desastre", dijo un de las consultadas. La otra galerista dijo que había trabajos que parecían surgidos de ejercicios de taller. Se estaba refiriendo a las obras de Christian Vinck, de Venezuela. Hay mucha cosa que sorprende...por su liviandad. Renata de Bonis, de Brasil, expone una instalación con restos que arroja el mar. Horrible. Sobre todo porque la temática viene siendo trabajada –con mucha mejor técnica y sensibilidad- por otros artistas en el mundo entero.

Vamos a patinar

En su libro "Traficantes de Realidad", el fallecido periodista uruguayo Marcelo Jelen cuenta la historia del doctor Gregor un presunto manipulador genético que había creado una cucaracha de 40 centímetros. Gregor era en realidad otra creación del artista plástico neoyorkino Joey Scaggs, quien intentaba demostrar lo sencillo que era influir a los medios y periodistas para que creyeran cualquier cosa que les mostraran. ¿Estamos hablando de periodismo o de arte contemporáneo?

El músico y periodista uruguayo Elbio Rodríguez Barilari –que reside en Chicago- escribió hace poco en Facebook: "lo peor es que demuestra (hablaba de una intervención no programada en un museo) es que cualquier chanta que no es artista, cualquier haragán que no tiene ganas de estudiar composición, literatura o artes plásticas, puede mandarse un chistecito, una bobadita, y con eso encontrar 'críticos', 'curadores' y hasta un público que se lo acepten como 'arte conceptual'".

La niña al final tomó de la mano a su madre –su padre estaba absorto... mirando- y le dijo: "Traje los patines. Vámonos ahí a la plaza a patinar". Uno, 4, 7, 23, 31, 50. Y se fueron.

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