La clave del éxito contra el ébola

“Estamos al límite. Ya no podemos más. Necesitamos que las palabras, las promesas, se conviertan en hechos en cuestión de días, no podemos esperar semanas, meses o años”, clamó esta semana el director de la Organización en España, José Antonio Bastos, durante la presentación de una campaña de recogida de fondos.

La ONG fundada en Francia en 1971 comenzó a atender casos de ébola en 1995 en República Democrática del Congo (RDC) y ha estado al frente de 18 epidemias de esta enfermedad para la que todavía no hay cura. Al día de hoy, MSF cuenta con 3.000 profesionales trabajando en primera línea contra el virus que produce principalmente fiebre, hemorragias, vómitos, diarrea, dolores musculares y que se contagia por fluidos corporales.

Posee seis centros de tratamiento, dos en cada uno de los países más afectados (Guinea, Sierra Leona y Liberia) con 600 camas en total, y por ellos han pasado unas 5.000 personas, de las que unas 1.100 han sobrevivido.

La enfermedad es extremadamente contagiosa y el viernes la Organización Mundial de la Salud (OMS) daba cuenta de al menos 272 médicos fallecidos por esta causa, por la que hubo 521 contagiados. La realidad de los trabajadores de MSF, empero, es muy diferente: en toda la crisis han tenido 24 contagiados, de los que 13 fallecieron, según confirmó a El Observador la doctora Claudia Emerinto, médica de MSF experta en la enfermedad. Los números son aún más auspiciosos si se conoce que de los 24 enfermos, 21 eran personal local y contrajeron el mal afuera de las instalaciones de la organización.

Entre los otros tres casos, uno todavía está en investigación y se supo que los otros dos contagios ocurrieron en los centros de triage, el primer lugar adonde llegan los potenciales enfermos de ébola. “Son solo dos personas en casi diez meses, es bajísimo”, acotó Emerinto, también responsable de la salud del personal de la ONG.

El tiempo de dedicación al virus y la baja cantidad de contagios hacen que las tres letras que identifican a la ONG sean un referente ineludible cuando se trata de un mal recién reconocido por gran parte de occidente en la segunda mitad de 2014, cuando sus consecuencias se desbordaron de las aldeas africanas y alcanzaron a las capitales africanas, europeas y llegaron hasta Estados Unidos.

La clave del éxito, entiende esta doctora que estuvo directamente implicada en el tratamiento de la enfermedad en RDC en 2012, es la rigurosidad con la que se trabaja. El personal de MSF que estará en contacto con pacientes con ébola tiene mucha experiencia y recibe formación específica exhaustiva, 48 horas de instrucción teórica y práctica.

Incluso al momento de vestirse y desvestirse, los médicos o enfermeros que atenderán pacientes trabajan siempre en espejo: el que se viste siempre tiene en frente a otro que va haciendo lo mismo paso a paso, como una guía viviente, para evitar que los nervios y el estrés conduzcan al error. Para evitar que baje la presión o aparezcan otras consecuencias de la humedad y el calor, nadie permanece más de 40 minutos con el traje. Se evitan las acciones cortopunzantes y siempre se trabajan de a dos, donde uno hace y el otro mira, en permanente comunicación con la mirada, corroboró Emerinto.

“Lo fundamental es la rigurosidad, trabajar con todos los protocolos y los equipos necesarios, cumplir con todo lo relativo a horas de descanso, prácticas de ingreso y egreso. Paso a paso, todo está estipulado”.

Junto a los más olvidados

La organización surgió a comienzos de los años ‘70 en París, más concretamente en la redacción del semanario médico Tonus. Su origen está en el inconformismo de un grupo de médicos y periodistas que habían participado en misiones de la Cruz Roja Internacional y se rebelaron ante el mutismo al que estaban obligados después de haber presenciado el genocidio de la minoría ibo en Biafra (Nigeria) y Pakistán oriental, actual Bangladesh.

Desde el primer momento se plantearon conservar la esencia de la acción médica independiente en emergencias e hicieron foco en las poblaciones más remotas, aquellas a los que nadie quiere o puede ayudar, según su propia definición. Se dedican a conflictos olvidados (en RDC están desde 1981, en República Centroafricana desde 1996, por ejemplo), a personas excluidas en rincones remotos del mundo o a atender enfermedades que afectan a miles pero que no llegan a los países más desarrollados, como hicieron con el ébola desde 1995, cuando era apenas conocido.

En algunos casos, trabajan en planes de largo aliento, pero en otros acuden ante emergencias puntuales, como por ejemplo tras el paso del tifón Haiyán en Filipinas.

Cada año, MSF envía al terreno a unas 2.600 personas que colaboran con otros casi 30.000 trabajadores locales. Y no solo médicos entran en la organización: además hay otros profesionales de la salud –enfermeros, obstetras, bioquímicos, psicólogos, farmacéuticos– y personal no sanitario: economistas, contadores o administradores de empresas; especialistas en Recursos Humanos, arquitectos, ingenieros y comunicadores. Todos ellos atienden puestos de administración, finanzas, coordinación y logística.

En general, las salidas al terreno con MSF duran un mínimo de seis meses, con un compromiso de un año. En crisis puntuales y para especialidades concretas donde el trabajo es muy intenso –como podría ser el caso de un cirujano en Siria– las misiones suelen ser más cortas, de tres meses como máximo. Algunos profesionales hacen de MSF su estilo de vida y van de misión en misión, otros participan en oportunidades concretas. Todos ellos cobran un sueldo, pues se pretende que hagan su labor con profesionalidad y puedan vivir de ella.

Además, unos cinco millones de personas de todo el mundo colaboran con la organización a través de donaciones. Como modo de garantizar su independencia, la ONG depende solo en un 9 % de fondos públicos.

El ingreso a la organización, de todas formas, no es algo fácil. “Somos víctimas de nuestro propio éxito, recibimos miles de currículos de gente muy preparada y con mucha motivación”, comentó esta semana el director regional de la ONG, David Cantero Pérez, en un evento organizado en Buenos Aires donde se repasaron las principales crisis humanitarias de 2014.

Además de perfiles técnicos concretos y experiencia laboral, exigen dominio del inglés o francés –algo especialmente valorado para trabajar en países africanos francófonos–, compromiso de al menos un año y disponibilidad para trabajar en contextos de conflicto o inestable. El proceso de selección incluye instancias de evaluación psicológica.

Entre los que se postularon y salieron de misión en los últimos meses hay tres argentinos que estuvieron en los puntos más calientes del mundo y que esta semana expusieron su testimonio en una actividad organizada por la organización.