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La era Trump

Exembajador en EEUU plantea su visión respecto de qué espera del nuevo gobierno republicano
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22 de enero de 2017 a las 05:00
Por Álvaro Diez de Medina, ex embajador en Estados Unidos

Toda administración pública debe ser juzgada no tanto por sus propósitos, como por sus actos, y así deberá serlo con la administración estadounidense encabezada por Donald Trump.

Lo que hoy conocemos ha despertado la alarma de quienes temen el ascenso del proteccionismo, o de quienes descreen del libre comercio e hipócritamente acusan al nuevo presidente de amenazarlo.

Lo que los hechos nos muestran, sin embargo, es que la nueva administración dará pasos en una dirección ya preliminarmente trazada en EEUU: el fin del Acuerdo Trans-Pacífico (que hubiera ocurrido de haber sido otro el resultado electoral del pasado año), la revisión del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (ya propuesto por el primer ministro de Canadá) o una postura negociadora más rígida frente a China (ya insinuada bajo la administración Obama).

Cualquiera que haya observado las tendencias del discurso público estadounidense en los últimos años puede prever que, con indiferencia al signo político del gobierno que ahora se instalara, Washington estaba llamado a reconsiderar su papel como custodio internacional del orden económico internacional, sea garantizando a sus aliados el acceso a recursos energéticos, o facilitando el desarrollo de sus mercados y políticas industriales a través de la riqueza y tamaño del mercado estadounidense.

El mensaje electoral de Trump representa, por tanto, una respuesta de aspiraciones radicales a estos dilemas.

EEUU, afirma el ahora presidente, no puede ser ya la única locomotora de un mundo en el que varios jugadores, en Japón, en China o la Unión Europea, cuentan con el poder y la riqueza necesarios para facilitar el crecimiento global. Los EEUU, agrega, no pueden ser, sin más, involucrados en juegos estratégicos en Europa Central o Medio Oriente, amenazando a jugadores indispensables para el equilibrio de ambas regiones como lo es Rusia.

Los EEUU, en fin, no pueden oficiar de solos custodios de las estrategias de seguridad regional, en lo que constituye un indisimulable subsidio estadounidense a la construcción de estados de bienestar social en Europa o Japón que, por lo demás, mina la capacidad de esas regiones para defenderse de las amenazas que representan la banalidad cultural, la cobardía cívica o el terrorismo.

Los hechos, por tanto, deberán ahora hablar.

Lo harán a través de la reorganización de la OTAN. Lo harán a través del nuevo modelo de negociación comercial que el presidente Trump propondrá en el caso de concretar un anunciado acuerdo comercial con el Reino Unido, producida ya la salida de éste de la UE.

Lo harán a través del modelo de desregulación económica y financiera que hoy malamente precisan las economías más desarrolladas a fin de aliviar los imposibles costos impuestos por gobiernos que persisten en ahogar la innovación y al contribuyente.

Lo harán, en suma, en respuesta a la aspiración generalmente expresada por sus votantes: hombres y mujeres que resolvieran abrir una carta de crédito a una billonaria figura del entretenimiento televisivo como alternativa al mensaje trillado y cansado de élites empeñadas en construir un universo declamatorio, intervencionista, antiliberal, sobre las espaldas de un discurso cada vez más vacío.

Al resto del mundo, en tanto, cabe ir desentrañando la orientación del cambio que llega y, sobre todo, ir respondiendo, con agilidad de sobreviviente o rigidez cadavérica, a los nuevos paradigmas: toda otra consideración es palabrerío.

En cuatro años más, pues, los hechos habrán dado su veredicto, y desde ellos juzgarán los ganadores y perdedores resultantes los méritos o defectos de la administración Trump.

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