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La habitación: la vida más allá de cuatro paredes

Pese a no ser uno de los predilectos para la estatuilla a Mejor película, el filme merece consagrarse como el gran ganador de los Oscar
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25 de febrero de 2016 a las 05:00

Aquel cuarto en el que viven Ma (Brie Larson) y Jack (Jacob Tremblay) podría haber sido solo una metáfora. Una directa y fácil de entender. Ellos deben pasar sus días entre esas cuatro paredes, secuestrados, de la misma manera en la que todos construimos nuestros propios muros. De la misma forma en la que todos, en cierto punto, nos encerramos y nos dejamos encerrar por los demás.

Sin embargo, en su belleza y crudeza La habitación logra dibujar otras dimensiones, derrumbar las paredes que construye su mera descripción. Ma (Brie Larson), raptada en su adolescencia, vive desde hace siete años en un cobertizo asegurado e insonorizado con Jack, su hijo de cinco. En un determinado momento de esa reclusión, la escapatoria se vuelve necesaria y definitoria. Un plan le permite a ambos escapar, pero adaptarse al mundo exterior no es tan simple como acostumbrar el cuerpo a la luz y a los gérmenes.

Aunque el acercamiento más convencional hubiese sido poner el punto final en esa liberación, la película no solo elige trascenderla y convertirla en un punto de inflexión hacia la mitad del relato, sino que incluso la revela en sus tráileres. Aquí no hay spoilers, y solo un par de mojones en la trama resultan inesperados. Lo que sorprende, en cambio, es el peso de las interpretaciones, los entornos y las dinámicas que hacen que la pesadilla se desdoble y se multiplique, a pesar de revelar resquicios luminosos.

En Habitación, donde Jack ha pasado toda su vida, cada elemento es un amigo, sea Lavabo, Planta, o Mesa. Ese es el mundo entero, encapsulado en unos pocos metros cuadrados según le enseña Ma. El afuera, en tanto, es el espacio sideral y los "planetas" de la televisión son colores y formas que perfilan ficciones, sea que retraten a personas reales o a caricaturas.

Con una rutina en la que no puede faltar el ejercicio, el cepillado metódico de los dientes y la lectura, Ma hace su mejor intento para que la vida de Jack no pierda la alegría, la ilusión, aunque esté signada por la monstruosidad de un secuestrador.

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Un mundo entero

A través de un personaje fascinante, Larson logra construir capa sobre capa de complejidad, confeccionando un personaje que se siente y se ve real. Ella es la Alicia de Lewis Carroll, como se define a sí misma para que Jack logre entender la realidad de Habitación. Y, al igual que aquel personaje, no podrá salir del hoyo sin verse afectada por la trayectoria.

Con Ma, Larson (nominada a Mejor actriz para los Oscar) se convierte en una representación sumamente genuina de la maternidad. Por momentos, el amor hacia Jack la sobrecoge. Durante otros, la exasperación domina su rostro y la obliga a tornar los ojos y a suspirar. Con solo 24 años, ella también debe lidiar con sus propias frustraciones desarrollando una labor casi artesanal en la que su único referente es una madre a la que no ha visto durante siete años.

Sin embargo, a eso debe sumarle sus propios fantasmas, que conviven con ella en menos de diez metros cuadrados. No solo sufre por su reclusión y la de su hijo, sin saber cómo será su futuro (ni si tienen uno), sino que también le pesa el minucioso ocultamiento de la realidad, la sonrisa que no siempre es genuina.

En la ficción motivada por el amor más incondicional que crea para Jack, ella es la única que carga con la tristeza. Entonces, cuando el dolor termina de sumergirla e intenta salir del hoyo, la incertidumbre reina. ¿Cómo deshacer un engaño tan articulado, tan largo, tan real?

En ese despertar, Tremblay tiene uno de sus momentos más brillantes y actúa como si verdaderamente estuviesen destrozando su mundo. El joven actor, de unos nueve años, logra una naturalidad increíble para un niño; una que solo parece posible luego de años de práctica. Sus enojos y su desazón son inigualables pero el descubrimiento del mundo real es el más maravilloso. En la piel de Jack, Tremblay parece estar viendo el cielo por primera vez en toda su amplitud, con los ojos fijos y embelesados, como si todo lo demás dejara de existir.

Aunque la Academia nunca se haya caracterizado por reconocer las interpretaciones de actores jóvenes (el ganador a Mejor actor de menor edad fue Adrien Brody a los 29 años), Tremblay ciertamente merecía un lugar entre los grandes nombres de este año.

Basada en la novela homónima de Emma Donoghue (también guionista de la película), La habitación tuvo la difícil tarea de pasar de un relato en primera persona narrado por un niño de cinco años a un filme mayoritariamente en tercera persona, aunque con planos subjetivos y un fuerte énfasis en Jack. En esa alteración, sin embargo, el filme no pierde el espíritu luminoso de lo infantil sino que logra convertirse en una de las mejores películas de estos premios, con una de las químicas más prodigiosas.

La fotografía de Danny Cohen, en ese sentido, se vuelve fundamental. No solo establece contrastes entre el mundo interior y el exterior, sino que decide alejarse de lo obvio. El cobertizo, o Habitación, no es una cárcel. Es oscuro, pero brillante. Es pequeño, pero enorme. Hay una negociación justa entre realidad e ilusión: es un universo diminuto, sí, pero para ellos, es todo lo que hay.

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