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La historia del niño "cavernícola" hallado en la selva de Guatemala

"Se arrastraba por el suelo" relataron los que lo encontraron en 2010
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18 de octubre de 2015 a las 14:19

"En mi vida he visto casos extraños como este. Yo creo que es único en el mundo", dijo Norma Lizette Rivera, la enfermera que lo cuidó durante un año y medio en el Hospital de Santa Cruz de Quiché -una de las regiones más pobres del país-.

Fue en mayo del 2010, cuando dos policías que patrullaban por una zona rural de Guatemala, que encontraron entre la maleza al último niño salvaje, Francisco Tzoy. Se calcula que nació entre 1997 y 1998, y cuando lo hallaron estaba desnutrido, se desplazaba en cuatro patas y emitía sonidos como una animal, según relata la historia publicada por el portal El Español.

"En el hospital le llamábamos "el niño cavernícola" porque tenía el pelo por la cintura y caminaba en cuatro patas", recuerda la mujer, quien agrega que cuando lo intentaban bañar se ponía agresivo, no quería que nadie lo tocara y se arrancaba los mechones de pelo. Además de eso, se quitaba la ropa. "Nunca la había necesitado y se desnudaba en cuanto conseguíamos vestirlo", cuenta la enfermera. Uno de los momentos más duros para ella fue cuando descubrió que comía sus propios excrementos, por lo que tuvieron que aislarlo de otros pacientes.

Luego de algunas investigaciones se descubrió que nació en una cabaña, sin asistencia médica, que sus padres, ambos con problemas alcohólicos y provenientes de una aldea de indígenas, habían fallecido cuando tenía tres años y su familia lo rechazó por su discapacidad, se limitaban a darle sobras, por las cuales se peleaba con los perros, y vivió más de una década alejado de la sociedad.

El niño, que tiene un coeficiente intelectual de cinco años y tiene una severo retraso mental, estuvo durante un tiempo en el hospital y luego fue amparado por la ONG catalana Vida i Pau, que trabaja desde hace 12 años en esa región de Guatemala, y gracias a la ayuda económica de un músico español sensibilizado por el caso llegó al centro ABI, donde se encuentra en la actualidad. Allí, lograron que caminara erguido y utilizara cubiertos para alimentarse. "Cuando llegó aquí, se arrastraba como un animalito y metía la boca en el plato para comer como hacen los perros con el hocico", cuenta al portal uno de los educadores del centro. Tener siempre entre sus manos un cordón de zapatos rojo y sin nudos es lo único que lo mantiene tranquilo. Pasa horas jugando y haciendo movimientos con el cordón. Con el tiempo ha ido evolucionando, los sonidos que emitía se convirtieron en balbuceos y se lo trata de estimular con música, algo que descubrieron le gusta mucho. Expertos coinciden con que falta dinero para que continúe su evolución, aunque no pierden las esperanzas.

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