Forlán con el kimono
Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

La historia oculta tras la renuncia de Diego Forlán a la selección uruguaya

Lo que las cámaras no registraron en la conferencia de prensa en Japón
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24 de marzo de 2015 a las 00:00

Son las 11 de la noche del 10 de marzo de 2015 y el futbolista Diego Forlán se apresta a develar el futuro de su carrera profesional. Todas las cámaras lo apuntan cuando el crack uruguayo entra a la sala de prensa del club Cerezo Osaka y, entonces, la duda se divide en tres opciones: Forlán renunciará a la selección uruguaya; Forlán renunciará a la práctica del fútbol todo; Forlán pasará a jugar en Peñarol.

Ya varios cibernautas se lamentan en la web anticipando la noticia; ya apuestan unos pesos al retiro los insensibles que se olvidan del Mundial de Sudáfrica; ya se conectan unos y otros a internet para seguir en directo la conferencia de prensa.

Por fin aparece Forlán acompañado de una figura vestida totalmente de negro. El crack se sienta y empieza a informar acerca de lo que vendrá. “Buenas tardes. Quiero empezar diciendo que les agradezco a todos su presencia y que lo que tengo para contarles me pone un poco triste pero también tiene su lado bueno”, dijo Forlán y todos se acomodaron en sus asientos en Japón, en Uruguay y en buena parte del mundo.

“Gracias a esta profesión he viajado mucho por el mundo pero toda decisión, por mínima que parezca, supone un viaje hacia otros destinos, hacia otras dimensiones”, agregó el futbolista y se largó en un extenso soliloquio sobre los partidos jugados y los viajes futuros.

Forlán seguramente entrevió la eléctrica expectativa de la platea y comenzó a dirigirse a la parte fundamental del anuncio. “El señor que me acompaña viene de la Galaxia R30 y representa a un grupo de gente que practica un deporte parecido al futbol”, dijo el jugador y todos los ojos viajaron hacia el ser sentado a su lado cuya piel cambiaba del verde al azul, pasando por el rojo e incluso volviéndose invisible.

“Me apresto a viajar hasta ese lugar, en el que ya estuve tres veces para ver si me podía adaptar, y quería decirles…”, continuó Forlán ante la mirada asombrada de los periodistas deportivos que no entendían qué estaba pasando. Uno de ellos se animó e hizo la pregunta que el resto tenía en la boca.
“Disculpe, pero ¿cuál es la relación que tiene todo esto que está contando con el futuro de su carrera futbolística?”, preguntó el profesional.

“Bueno, precisamente a eso iba. El doctor…”, titubeó el futbolista.
“...doctor Mortis”, completó su acompañante con una voz que salía no se sabe muy bien de dónde.
“El doctor Mortis me quiere llevar para enseñar fútbol en su planeta. Y yo creo que…”, dudó Forlan mientras el ser desaparecía por completo y volvía a corporizarse portando una especie de papel entre sus garras.
“…hay un contrato que me resulta muy conveniente…”, siguió Forlán notando el hastío de su platea.

“¿Eso eso compatible con su actuación en el fútbol japonés y, más que nada, en la selección uruguaya?”, preguntó otro periodista tratando de apurar el anuncio. Ante la inminencia de la respuesta, las cámaras de la televisión, que hacía varios minutos habían sido apagadas ante la ausencia de novedades, volvieron a encenderse.
“Justamente, no es compatible. El importante anuncio es, precisamente, que renuncio a la selección uruguaya”, completó Forlán mientras el ser menguaba su tamaño hasta llegar a los tres centímetros y se metía velozmente en un plato volador dorado.

Los periodistas bajaron la cabeza para dejar pasar la nave y arremetieron con una infernal andanada de preguntas. “¿Es un adiós definitivo? ¿abandona el fútbol, entonces?”, preguntó uno y se preparó para la respuesta.
“No lo abandono del todo porque me aseguraron que en el planeta VTX me pueden rejuvenecer entre veinte y treinta años. No es un adiós, sino un hasta luego”, respondió Forlán mientras era abducido por una potente luz dorada.

“Adiós al ídolo”, titularon los diarios al otro día y alguno deslizó críticas veladas al oportunismo del “representante” que se había llevado al crack con la excusa de vaya a saber qué extraña promesa.

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