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La hora del clima

Columna de opinión publicada en El Observador Agropecuario
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13 de febrero de 2016 a las 05:00

Al fin se desempató este tema. Durante un par de décadas, el asunto del cambio climático fue debatido entre dos bandos: los que sostenían que el hombre venía modificando el clima (supuestamente para mal) y los que decían que las estadísticas disponibles eran cortísimas, algo así como pretender predecir el clima de la próxima semana con datos de un minuto de hoy.

Por Luis Romero Álvarez, especial para El Observador

Los primeros insistían en mostrar datos, series y tratar de relacionar eventos climáticos extraordinarios con el calentamiento global que asumían demostrado y causado por la actividad humana desde la Revolución Industrial.

Los segundos decían que hasta ayer hablábamos de la llegada de un nuevo período glaciar, que el sol estaba liberando más energía por sus explosiones, que Marte también se estaba calentando, etcétera, y que por tanto gastar fortunas para corregir lo que quizás ni siquiera provocamos no tenía sentido.

El acuerdo de Kyoto nació muerto porque ni EEUU ni otros grandes como China (que es ya hoy el mayor emisor de gases de efecto invernadero) lo suscribieron; en Copenhague no hubo bases ni para trabajar en una nueva ronda de negociaciones post Kyoto.

Y de repente todo cambió. La opinión pública mundial giró hacia entender que le conviene al planeta asumir que hay impactos climáticos potencialmente devastadores en algún tiempo futuro, si todo sigue como va y grandes países como China e India se lanzan a consumir siguiendo el modelo de EEUU.

Se llegó a entender un ciclo básico fundamental: la fotosíntesis permite a las plantas captar CO2(dióxido de carbono) y partirlo, tomando el carbono para construir su estructura y liberando el oxígeno a la atmósfera.

El petróleo es el resultado de la fotosíntesis del pasado que quedó capturada bajo tierra en restos vegetales en descomposición; al extraer el petróleo y quemarlo en los motores, devolvemos a la atmósfera el dióxido de carbono que es un gas que bloquea el rebote de la irradiación que llega a la Tierra, como hace un invernadero hortícola.

Además emitimos otros gases creados por el ser humano, como los aerosoles, y expandimos el rodeo vacuno mucho más allá de lo que la naturaleza habría tolerado y las vacas emiten un gas de efecto invernadero (metano) a lo largo de su tubo digestivo. Es el calentamiento global el que permite que plagas como el dengue lleguen hasta nuestras regiones cuando durante décadas solo se conocieron en zonas muy cálidas.

Esta realidad llegó a ser entendida por el público que desató las barreras para impulsar consensos y acciones. Desde la encíclica del Papa Francisco llamada Laudato Si, pasando por el Acuerdo 2030 a nivel de la ONU, hasta el reciente Consenso de París, todas las fichas cayeron a la vez y se alinearon en la misma dirección.

Hay claro consenso ahora para encarar el tema del cambio climático y resolverlo. Uruguay está en buena posición para aprovechar este cambio de viento. Estamos girando nuestra matriz energética hacia energías renovables como hidráulica, eólica y solar, y así como quemar petroleo libera carbono, aumentar la materia orgánica en el suelo lo captura. Un buen manejo del suelo y un uso intenso de las energías renovables colocaran a Uruguay como país modelo en el giro hacia un crecimiento sustentable. Quizás hasta podamos evitar depender de usar petróleo propio si lo encontramos, lo que sería brillante.

Encontrar petróleo es muy peligroso. El tipo de cambio real de un país depende de oferta y demanda de dólares en su mercado interno; en Uruguay un gran demandante de dólares es ANCAP para importar petróleo, por entre US$ 1.000 millones y US$ 2.000 millones anuales.

Imaginemos que ese demandante desaparece (hay petróleo acá). Se produce por definición un terrible atraso cambiario estructural (como si el dólar hoy valiera $ 15) y se desmoronan todas las actividades productivas del país, como ya ha pasado en países exportadores de petróleo.

Para contrarrestar este impacto hay que forzar la salida de dólares, abriendo mucho la economía para importar más, pagando deuda externa anticipadamente, permitiendo a las AFAP comprar títulos externos o creando un fondo soberano condicionado a comprar instrumentos financieros en el exterior.

Todo esto deberíamos haberlo hecho en la década pasada para enfrentar el atraso cambiario generado por la fuerte entrada de dólares de exportaciones e inversiones y nada hicimos, así que es razonable dudar acerca de la gestión futura en caso de encontrar petróleo. Ojalá se nos dé un calce perfecto entre el cambio de nuestra matriz energética y el giro en las políticas mundiales y así no tener que depender de petróleo propio, si es que aparece.

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