Seisgrados > Puerto Iguazú, Misiones (Argentina)

La inmensidad ante los ojos

Dejar que 275 saltos de agua te quiten el aliento. Respirar uno de los pocos pulmones verdes que aún se conservan en este lado del mundo. Conocer comunidades indígenas. Degustar sabores autóctonos. Ser parte de un destino que ofrece sus encantos sin escatimar. Lo que sigue a continuación es apenas un boceto de un lugar que hay que visitar al menos una vez en la vida
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02 de diciembre de 2015 a las 05:00

Por Tania de Tomas

Miré por la ventana del avión y quedé inmóvil, todas mis neuronas se condensaron y se rindieron ante aquel paisaje. Después un tímido wow salió de mi garganta. Era la primera vez en mi vida que veía esa densidad en un paisaje. La voz del parlante anunciaba que abrocháramos los cinturones, estábamos por aterrizar. El destino: Puerto Iguazú en la provincia de Misiones, Argentina. Sí, la ciudad en donde están las famosas cataratas, aunque luego descubriría que cada rincón es digno de contemplación.

El termómetro del aeropuerto marcaba 37ºC. Los tonos terracota del suelo se fundían con el verde de las copas de los árboles, generando un atractivo composé. María, la chofer que nos llevó al hotel donde íbamos a alojarnos (viajé de la mano de Inprotur –Instituto Nacional de Promoción Turística de Argentina– con algunos periodistas), nos habló del calor que iba a hacer en los próximos días, del granizo que había caído la semana pasada (algo nada común en esa zona), de la gastronomía (hizo mucho hincapié en que probáramos los pescados de río), de las comunidades guaraníes, de la poca selva que quedaba, de los precios, de las elecciones y cuando estábamos llegando giró, nos miró y aseguró que esa semana no llovería.

Me quedé parada en la puerta del hotel Amerián. La descripción de este hotel se merecería varios capítulos. Además de ser 5 estrellas y muy confortable tiene una activa política ecofriendly. Está ubicado en un punto estratégico, a tan solo 100 metros del Hito Tres Fronteras y tiene una de las mejores vistas de la unión de los ríos Iguazú y Paraná. Cuenta con 102 habitaciones, dos bares, dos restaurantes: uno gourmet y uno regional, piscinas: climatizada y abierta, y un sauna. Paradisíaco.

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Fronteriza


Dejé mi valijita (uso el diminutivo porque era bastante chica comparada a la de mis colegas) y salí a recorrer la ciudad. Puerto Iguazú es una ciudad que alberga aproximadamente 85 mil habitantes, una cantidad bastante inferior a la de las ciudades con las que limita: Foz de Iguazú en Brasil y Ciudad del Este en Paraguay. Allí donde se une el río Iguazú con el río Paraná es donde se marca el límite político entre los tres países. A este lugar se lo denomina Hito Tres Fronteras y si uno pasa caminando por el puente que une Brasil con Argentina puede percibir un intenso movimiento y una mixtura cultural en su gente.

En 1542 Núñez Cabeza de Vaca se encuentra con las cataratas y las bautiza con el nombre de Saltos de Santa María. En 1901 se realiza la primera visita turística, para conocer estos saltos de agua. Los turistas salieron desde Buenos Aires en vapores, remontando el río Paraná hasta llegar a Puerto Iguazú, que en aquel momento era un pequeño poblado. En ese viaje llegaron Victoria Aguirre (una de las fundadoras de la ciudad), Carlos Bosetti (explorador y quien dirigió ese viaje) y Carlos Thays (paisajista francés). Ya en ese tiempo se preveía la creación de un Parque Nacional para proteger la selva pero fue recién en 1934 que el Estado argentino expropió las tierras y creó el segundo Parque Nacional del país. Cinco años más tarde Brasil crea el Parque Nacional do Iguaçu. El primero es reconocido por la Unesco como Patrimonio Natural de la Humanidad en 1984 y el segundo en 1986. Ambos parques están unidos por el río Iguazú, son guardianes de una amplia biodiversidad y conforman uno de los pocos pulmones verdes vírgenes de la región. En un mundo en que se destruyen 55 mil hectáreas de selva cada 48 horas, su valor intangible es incalculable.

Tanta agua


Me desperté temprano, quería disfrutar con calma del desayuno buffet del hotel que incluía, además de bizcochitos, tortas y chipás (similar al pan de queijo), una gran variedad de frutas y jugos.

Cataratas, cataratas, repetía mi mente con una ilusión bastante infantil. Atravesamos parte de la ciudad hasta llegar al Parque Nacional Iguazú, un parque que posee una superficie total de 67.720 hectáreas pertenecientes a la ecorregión Selva Paranaense. Dentro se encuentran las cataratas del Iguazú, nombradas el 11 de noviembre de 2011 una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo. Sin duda estas tierras son una joya de la naturaleza y quienes pudimos ser parte de esa belleza unos verdaderos privilegiados.

Es un paseo que puede hacerse durante todo el año aunque los mejores meses son agosto, setiembre y octubre. Ideal destinar al menos dos días para hacer este paseo, un día en el lado argentino y el otro del lado brasileño. Los saltos son hermosos desde cualquier ángulo, pero desde el lado argentino la vista es particularmente bella.

El río Iguazú nace en Sierra do mar y si uno ve esa naciente no puede creer que tras un recorrido de aproximadamente 1.300 kilómetros se formen estos vertiginosos saltos de agua. Se estima que el caudal promedio es de 1.750 metros cúbicos por segundo. En 1978 y en 2006 se registraron las grandes sequias de las cataratas y en junio del año pasado fue la creciente récord, que provocó la ruptura de pasarelas y los balcones quedaron prácticamente inhabilitados hasta el mes de diciembre.

Llegamos al parque a las 9 de la mañana, una hora perfecta para disfrutar de todas las actividades. El recorrido se divide en tres circuitos tradicionales: Garganta del Diablo, paseo superior y circuito inferior. En total se caminan alrededor de 8 kilómetros.

Comenzamos por el sendero verde, camino alternativo al tren ecológico. Este camino va rumbo a la estación cataratas que es donde comienza el paseo superior. Estamos en la selva subtropical y el calor se siente, aunque aún no ha llegado a atontarme. Si quieren empezar a armar una lista de tips de viaje o como se les ocurra titularla, no olviden incluir el repelente y una botella con agua.

Al tiempo que caminaba la vegetación se hacía más densa. El parque alberga más de 4.000 ejemplares de plantas, 100 especies de árboles, 500 aves, casi la mitad de las que hay en todo el territorio argentino, e incluso fauna exótica o en peligro de extinción, como es el caso del yaguareté, el felino más grande de la región. Quienes están lejos de extinguirse son los coatíes. "Hay una superpoblación de estos animales", asegura la guía y esta afirmación se confirma a lo largo del paseo.

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Tras una caminata de 30 minutos comienza una sucesión de balcones miradores. Los saltos dos Hermanas, Chico, Ramírez hasta la primera parada en el Mbiguá. Las pasarelas se encuentran por encima de las caídas del agua, lo que regala una vista panorámica bastante impresionante. Después de algunas pasarelas que cruzan el río Iguazú llegamos al salto San Martín, el segundo más importante del sistema. Es el punto mirador con mayor y mejor visión de todo el parque. El vaho del lugar envuelve e invita a despojarse de preocupaciones, a dejarse llevar por la fuerza, por ese mantra acuático del que no quiero dejar de ser parte. Pero para ser realmente parte hay que mojarse y allá fuimos. Dentro del parque pueden realizarse diferentes excursiones náuticas con embarcaciones que posee la empresa concesionaria Iguazú Jungle. Los tres paseos que ofrecen son: Gran Aventura, Aventura Náutica y Paseo Ecológico.

Elegimos hacer la Gran Aventura, nos subimos a las lanchas y navegamos por el río Iguazú. Estuvimos frente a frente con los dos saltos más importantes del parque: la Garganta del Diablo y el San Martín, este último nos empapó, literalmente. Como parte del paseo recorrimos el Sendero Yacaratiá, que permite apreciar la selva en todo su esplendor.

Luego del almuerzo tomamos el trencito para ir rumbo al salto más importante de los 275 que tiene este lugar: la Garganta del Diablo. Caminamos por una pasarela de 1.100 metros hasta ser testigos de la inmensidad. Aún no encuentro las palabras justas para describirlo. El caudal de agua, siempre activo, hizo vibrar cada partícula de mi cuerpo. Y sin pedir permiso el agua volvió a refrescarme y vino muy bien porque la sensación térmica era de 40ºC. Salí del parque con una idea clara, esta experiencia hay que experimentarla al menos una vez en la vida.

Contacto ancestral

Este rincón del planeta alberga antiquísimas comunidades guaraníes. Comunidades que abren las puertas de sus hogares y muestran sus modos de vida y costumbres. Hay varios senderos ecoturísticos para que el visitante pueda conocer de cerca esta cultura ancestral.

Sonríe y nos hace señas con la mano para que nos acerquemos. "Esta comunidad se llama Yryapú, que en guaraní significa sonido del agua", aclara antes de empezar el recorrido Karai Tataendy, un joven guaraní de 23 años que nació dentro de la comunidad y que hoy trabaja como coordinador y guía de estos recorridos. El proyecto Yryapu Turismo Guaraní es un emprendimiento comunitario autogestionado por integrantes de la etnia mbya guaraní. Las selvas, el hogar de estas comunidades, se han transformado y esto ha llevado a centenares de familias indígenas a modificar algunos de sus hábitos y costumbres. "Hoy para nosotros es muy difícil porque no tenemos mucha selva, no tenemos animales", dice el joven, evidenciando la transformación.

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"A mí no me interesaba estudiar, trabajaba en mi casa y en las chacras. Tampoco me gustaba hablar castellano o que la gente blanca me hablara. Pero mi mamá me dijo que tenía que estudiar y entonces empecé la escuela. Hace dos años que hablo español y poco a poco me fui sacando la vergüenza". Asegura que la presencia de una escuela dentro de la comunidad los ayudó mucho: "Para nosotros la escuela intercultural es muy importante. Acá aprendemos el español, que para nosotros es muy difícil, y un poquito de inglés. También nos enseñan a manejar el Facebook y todo eso".

Como parte de la visita nos mostró trampas para cazar, como la aripuca, habló de la medicina guaraní, aunque no reveló ningún secreto, y de algunas celebraciones. "Para el hombre blanco el año nuevo es a fin de año, para nosotros es en primavera. Esta época del año la festejamos con danzas y cantos".

Seguimos caminando y entramos a una casa típica de esta comunidad, hoy ya en desuso. "Ahora el gobierno nos da viviendas. Nuestros abuelos usaban estas casas solo para dormir porque ellos cazaban y cocinaban afuera. Pero vimos en la televisión que la gente blanca se queda adentro de la mansión y nosotros también decidimos quedarnos".

En el emprendimiento trabajan 17 personas, todas jóvenes. "A los abuelos (la más anciana de la comunidad tiene 92 años) tuvimos que convencerlos de hacer este proyecto. Ellos no querían pero les explicamos que no podemos vivir como antes, que debemos de tener cédula de identidad, ir a los hospitales si nos enfermamos y aprender español", cuenta Karai Tataendy.

Al final del recorrido está el centro de visitantes, una especie de museo con mapas de los antiguos territorios de la comunidad, herramientas para cazar e instrumentos musicales. A unos pocos metros hay una feria de artesanías, allí cada familia vende su trabajo para sustentarse.

Otro proyecto que vale la pena conocer es La Aripuca. Se trata de un emprendimiento agro-ecoturístico familiar construido a base de árboles rescatados. Tras culminar una visita guiada, puede recorrerse el lugar. Basta levantar la cabeza para ver una construcción maciza, de 17 metros de altura y más de 500 mil kilos, fabricada por 30 especies nativas de la selva misionera, obviamente ningún ejemplar se taló para este fin. También se exhiben artesanías en madera, con semillas y piedras preciosas, y como es una de mis debilidades compré algunas pulseras, collares y un tucán de madera tallada con cuchillo. Un pequeño quincho vendía jugos de frutas exóticas y helados, probé el de yerba mate, un sabor típico del lugar.

Sabor autóctono

Durante mi estadía me zambullí, como buena turista, en la oferta gastronómica del lugar. La cocina misionera se fue formando a través de sus comunidades de inmigrantes y eso se percibe no solo en la variedad de platos sino también en las formas que son preparados.

Los mejores restaurantes de Puerto Iguazú están en la avenida Córdoba. La primera noche fuimos a cenar a Aqva, una elección acertada si se busca degustar los mejores platos regionales. Se destacan las carnes y los productos de la región, como los pescados de río: surubí, dorado y pacú, entre otros. Tienen muy buenas entradas, pastas y algunos platos muy gourmet elaborados con pollo, cerdo y cordero. Si van, pidan postre (cada uno de ellos vale la pena) y tomen vino, si les gusta el Malbec, es un buen lugar para tomar uno. Este restaurante tiene otra particularidad, no solo trabaja con productos nativos sino que intenta no impactar demasiado en el ecosistema al momento de seleccionar sus menús.

El último día visitamos el Quincho del tío querido. Un restaurante familiar que tiene como menú estrella a la parrilla argentina. Se ubica en un barrio residencial, tiene shows en vivo y un ambiente superacogedor.

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Sonó el despertador. Eran las cinco de la mañana. Me senté en el borde de la cama y respiré profundo. Cerré la valija y bajé al hall del hotel, la camioneta ya estaba esperando para llevarme al aeropuerto.

Apoyé la cabeza en el respaldo del asiento del avión. El paisaje se colaba por la ventana y volvía a seducirme con su frondosidad. Y con los ojos entreabiertos, una vez más, me perdí en la inmensidad de la selva misionera.

Paseo de Compras

Además de cultural, gastronómica y acuática, Puerto Iguazú es una ciudad para hacer compras, ya que alberga uno de los Duty Free más importantes de la región. Es inmenso y tiene excelentes precios. En los últimos años se ha convertido en uno de los paseos turísticos por excelencia no solo por sus dimensiones sino porque las mejores marcas del mundo están en este lugar.

Biocentro y piedras preciosas misioneras

El Bosque Atlántico del Alto Paraná o Selva Misionera es una de las ecorregiones subtropicales más diversas que tiene el planeta. Se extiende por Argentina, Brasil y Paraguay, y es una de las áreas naturales más amenazadas del mundo.

Visitar el parque temático Biocentro, ubicado en la ciudad de Puerto Iguazú, me hace tomar conciencia de la riqueza que albergan estas tierras. A través de un ameno recorrido los turistas pueden descubrir flora y fauna autóctonas, muchas de ellas en peligro de extinción.

Otro lugar que puede visitarse en la ciudad es uno de los locales de Productores Mineros. Allí podrán apreciarse de cristales naturales a joyas con piedras preciosas. La particularidad del lugar es que ofrece la posibilidad de que el turista vea parte del trabajo que hacen los artesanos con estas maravillas del mundo mineral.



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