Ricardo Peirano

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La inteligencia artificial y el hombre

El verdadero desafío de la época actual no es tanto "ingreso para todos", sino "trabajo para todos"
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18 de junio de 2017 a las 05:00
Desde hace unos años, el rápido desarrollo de la llamada "inteligencia artificial" o el "cambio tecnológico", o de la "robotización" de tareas anteriormente realizadas por seres humanos viene generando un fuerte impacto en la economía y consecuentemente un fuerte debate. El fenómeno no es nuevo pero viene acelerándose y afectando mayor cantidad de actividades. Antes, para usar la terminología de dos economistas del Banco Mundial que recientemente presentaron en Montevideo un estudio sobre el tema, afectaba sobre todo a las tareas más "rutinarias" o "de músculo", ubicadas principalmente en el sector industrial, mientras que el cambio favorecía a las "cognitivas", predominantes en el sector servicios. Y detectaban un cambio importante en el perfil del empleo en Uruguay en los últimos 20 años.

Pero hoy el avance tecnológico ya supera esa división y afecta también al empleo "cognitivo" y "no rutinario" del sector servicios. Y corren peligro empleos considerados más seguros en el sector financiero, en el transporte, en el comercio. Es decir, la productividad de la economía mejora pero no se crean tantos empleos como antes o incluso se pierden empleos pese al crecimiento económico.
Este es un fenómeno que no solo afecta a Uruguay, sino también al mundo desarrollado. De hecho, un estudio del profesor Michael Hicks de la Ball State University del estado de Indiana (EEUU), muestra que la gran pérdida de empleo industrial en EEUU en los últimos 25 años, punto central de la campaña de Donald Trump que le permitió ganar en los estados de Wisconsin, Michigan, Ohio y Pennsylvania, se debió en un 88% a la robotización de las fábricas y no al desplazamiento de fábricas desde EEUU a México o China, como argumentaba Trump, y aún sigue argumentando con ocasión y sin ella para coartar el libre comercio.

Todo este fenómeno ha llevado a varias reacciones. Desde los gobiernos, que buscan cómo poner impuestos a los robots que "ocupan" puestos de trabajo, hasta sindicatos que se oponen a estos cambios como se oponían en el siglo XVIII quemando los telares que hacían perder trabajos, pasando por los empresarios que procuran maximizar sus beneficios a cualquier costo. Solo que ahora el fenómeno es más generalizado y amenaza con profundizarse con el paso de los años y la continua evolución (o revolución) tecnológica. Y que amenaza incluso con no dejar profesiones a salvo, ni siquiera las de origen universitario.

Estas reflexiones no son nuevas, pero la necesidad de actuar se convierte más acuciante. Por un lado, para atender a quienes pierden su empleo a causa de esta modernización para que puedan adaptarse a una nueva realidad, probablemente con otra capacitación y con otro salario. Por otro, a diseñar el sistema educativo para preparar a las nuevas generaciones al mercado de trabajo que se encontrarán dentro de unos años. Esto, según los economistas del Banco Mundial, es una tarea conjunta del sector público y privado, lo cual parece una expresión de deseo en un país en el cual la educación pública decide lo que hace y toma muy poco en cuenta las necesidades del mercado de trabajo.

Pero lo importante no es solo atender las necesidades económicas de quienes pierden su trabajo por el cambio tecnológico o las de quienes no lo consiguen porque fueron formados para una realidad muy distinta o incluso ni siquiera fueron formados porque quedaron por fuera del sistema educativo formal. Lo crucial aquí es que, aun dada una solución económica a ambos grupos de excluidos del mercado laboral (y ya surgen propuestas como la de una "renta básica universal" que se daría a toda persona para cubrir sus necesidades materiales básicas y algunas no tan básicas), es preciso encontrar un sentido de desarrollo personal que solo puede encontrar en una actividad laboral, aunque no fuera remunerada, o aunque fuera voluntariamente prestada por quien tiene resueltas sus necesidades materiales.

El profesor Ricardo Calleja Rovira, doctor en Filosofía del Derecho, Moral y Política por la Universidad Complutense de Madrid, y lecturer del Departamento de Ética Empresarial del IESE (Barcelona, España) ha escrito recientemente un artículo que recomiendo vivamente (se puede encontrar en la web del IESE), titulado Meaningfull work and the universal basic income, que podría traducirse por El significado del trabajo y la renta básica universal. Concluye, después de traer a colación el discurso de Mark Zuckerberg en la graduación de Harvard de este año y el del papa Francisco en Génova, que el trabajo será siempre necesario, aunque no haya necesidad de cubrir necesidades materiales, porque es parte del destino del hombre. Y sin trabajo no hay desarrollo personal, no hay dignidad personal. Por ello aun en la época de la inteligencia artificial, el hombre no debe quedarse debajo de una palmera. Como dice el papa Francisco, el verdadero desafío de la época actual no es tanto "ingreso para todos", sino "trabajo para todos", porque el trabajo es lo que dignifica a la persona y fortalece el contrato social sobre el que se edifica la sociedad moderna.

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