Escena de "Barry Lindon", el clásico film de Stanley Kubrick (1975)
Miguel Arregui

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La izquierda y su Waterloo

Es probable que solo un cataclismo o una gran desilusión puedan desplazar al Frente Amplio del gobierno
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21 de diciembre de 2016 a las 05:00

Uno a uno, varios símbolos de la izquierda latinoamericana han caído en los últimos años. "La colosal transición política pone ahora a prueba la solidez de las democracias de la región", comentó El País de España el 12 de mayo. "Burocracias desesperantes, proteccionismos, corrupción y expropiaciones en distintas dosis según los casos no ayudaron a preparar bien varios de los países de la zona para el violento aterrizaje que ahora sufren".

Pero ese recambio general de gobiernos no tiene por qué incluir a Uruguay y a Chile, dos casos de administraciones "progresistas" liberales, de inspiración socialdemócrata, que no destrozaron sus economías. Incluso el largo y exitoso proceso de la Concertación-Nueva Mayoría chilena ya superó un período de gobierno del derechista Sebastián Piñera, entre 2010 y 2014. Y el Frente Amplio también sigue al timón. Aunque exigida, la economía uruguaya navega mejor que las de Venezuela, Argentina, Brasil o Ecuador, que hacen agua por todos lados o lisa y llanamente se van a pique.

Los mayores estímulos para un cambio de gobierno son los naufragios económicos, el miedo generalizado o la percepción de caos, caída, corrupción galopante y desgobierno. Aunque éste no es el caso de Uruguay, estrictamente, una parte de la sociedad, cuya importancia está por verse, parece reaccionar contra la auto-indulgencia del gobierno, la impunidad de los sindicatos y la decadencia en ciertas funciones básicas del Estado, como la seguridad, la enseñanza o la limpieza de Montevideo.

El conservadurismo uruguayo

Pero la historia parece demostrar que los uruguayos son reacios a mudar fácilmente sus opciones políticas. El Partido Colorado gobernó de corrido casi un siglo, con esporádicos golpes de Estado, y recién fue destronado en 1958, tras años de estancamiento económico, escasez y corrupción sistémica. Las administraciones del Partido Nacional que le siguieron, y que propusieron marchas y contramarchas, no hicieron las cosas mejor. La izquierda recién alcanzó el gobierno después de sucesivas aproximaciones, tras una larga dictadura y una gravísima crisis socio-económica.

El largo ciclo de más de un cuarto de siglo del Frente Amplio en la Intendencia de Montevideo parece ser otra prueba de la cautela y conservadurismo de los ciudadanos. Después de un inicio ejecutivo y renovador, la calidad de los gobiernos de la capital uruguaya ha decaído sin pausa al menos desde la segunda etapa de Mariano Arana (2000-2005).

Claro que la derrota de la izquierda llegará, tarde o temprano, como el Partido Colorado tuvo su Waterloo en 2004, porque nadie está destinado a gobernar para siempre. La cuestión es por qué, cuándo y hacia dónde.

¿Es suficiente el palpable malestar de muchos uruguayos para que cambien radicalmente su voto en 2019?

Mano dura y orden

Algunos sospechan que buena parte de la ciudadanía prepara en silencio un sacudón social y político de grandes proporciones; un tipo de expresión de hartazgo masivo similar al que se expresa en Europa y en parte de América. La encuesta e informe Latinobarómetro divulgado en agosto pareció probarlo y provocó temblores. En Uruguay, como en buena parte de la región, cae el apoyo al sistema democrático y más del 70% de los ciudadanos pide "mano dura" y más orden. Según la consultora Equipos, responsable en el país de ese informe, en 2015 hubo más cambios de opinión que en los diez años anteriores. No en vano el presidente Tabaré Vázquez por fin dio orden de cargar contra los violentos en el fútbol.

Otros advierten una crisis muy honda en la fuerza de gobierno, debido a diferencias ideológicas insalvables y competencia larvada por candidaturas. Es muy cierto que la interna del Frente Amplio ha sido siempre áspera, competitiva y poco fraterna. Y ahora además soporta una lucha abierta por la sucesión de los viejos líderes, que nunca terminan de retirarse. Pero al final, cuando las papas queman, la izquierda siempre se alinea disciplinadamente detrás de sus candidatos para perseguir el poder. Además, aunque revienten algunos hilos de la sutura ideológica, el Frente Amplio sigue sólidamente posicionado en el centro del espectro. Puede perder algunos votos por izquierda, como los que recoge Unidad Popular, pero jamás regalar el gran espacio central a la competencia.

El cambio de preferencias es lento

Adolfo Garcé escribió en El Observador del 7 de diciembre que, "a diferencia de otras elecciones, en la que se celebrará dentro de tres años reina la incertidumbre". Y al comparar encuestas de 2011 y 2016, concluyó que "nos acercamos hacia un escenario mucho más competitivo que el de 2014. Sin embargo, la caída en intención de voto del FA no es capitalizada todavía por la oposición".

El desgaste en el gobierno y el hartazgo de una parte de los votantes con el Frente Amplio no serían suficientes: también es preciso que la oposición sea más convincente. Hasta ahora no ha ocurrido. La izquierda ganó tres elecciones seguidas con una votación levemente en descenso pero, de todos modos, muy estable: 50,5% en 2004; 48% en 2010 y 47,8% en 2014. Y los votos que perdió, más que a la derecha, se fueron hacia su izquierda, hacia Unidad Popular (1,13% del total).

Vel el gráfico Evolución del voto por los principales partidos 1971-2014 (en %)

El traslado de voluntades es muy lento. Por cada sufragio que la izquierda pierde en su electorado originario (habitantes de barrios montevideanos acomodados y de mayor educación relativa), gana otro en el interior del país y en la periferia de la capital. De hecho, en el largo plazo la coalición mudó significativamente su base electoral.

El desencanto de muchos, en particular de los más calificados, no es suficiente para que se pasen masivamente a otros partidos –salvo, quizás, al Partido Independiente, una opción fácil para un frenteamplista arrepentido–. Ese "muro invisible" quedó a la vista en las municipales de 2010, cuando los disconformes con la candidatura de Ana Olivera a la Intendencia de Montevideo eligieron sufragar en blanco (casi 10% del total) antes que respaldar a un candidato opositor. El Frente Amplio es tanto una fe o una cultura como una opción ideológica.

Óscar Bottinelli, director de Factum, sostuvo en julio que los sondeos confirmaban la existencia de un muro invisible: "Los que abandonan el Frente Amplio no van a los partidos tradicionales, aunque el Partido Novick comienza a perforar ese muro y capta un 1% de voto frenteamplista".

Las ventajas obtenidas por el Frente Amplio en los balotajes de 2009 y 2014 fueron enormes: entre nueve y doce puntos porcentuales. La izquierda puede perder la mayoría parlamentaria en la primera vuelta de 2019. Pero para que el tablero se de vuelta por completo se precisa mucho más que un lento trasiego de votos y un malhumor difuso. Hacen falta un cataclismo, un gran miedo o una gran desilusión.

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