Nacional > HECHO DE LA SEMANA/LA CELESTE RUSIA 2018

La misma vieja historia

El fútbol es un buen sustituto de la guerra y un vehículo razonable para las pasiones nacionalistas. La autoestima de los uruguayos anda muy alta
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14 de octubre de 2017 a las 05:00
El fútbol es el gran espectáculo del último siglo; para muchas personas ver o practicar fútbol es lo más divertido que se puede hacer con la ropa puesta. En cierta forma es un sucedáneo de la guerra, aunque más sano, y un encauzamiento razonable de los instintos competitivos y nacionalistas.

El martes, ante Bolivia, el combinado uruguayo se aseguró un lugar en Rusia 2018, su tercera Copa del Mundo consecutiva, toda una hazaña para el fútbol de un país ínfimo y, a la vez, de tanta tradición y exigencia. Fue la llegada menos angustiosa desde 1989: sin repechajes ni crisis políticas de proporciones. (¿Se acuerdan de los duelos con Australia, o de los líos con Luis Cubilla, Juan Ramón Carrasco, Daniel Passarella?).

El fútbol uruguayo se ha beneficiado de una generación de futbolistas extraordinarios. Pero no alcanza: hubo otras generaciones brillantes que, como equipo, no llegaron lejos. Esta vez se sumó una conducción técnica –que es también una forma de conducción política– con suficiente inteligencia, tenacidad y suerte como para hacer historia.

Óscar Washington Tabárez, un antiguo maestro escolar y futbolista de 70 años, ha dirigido a la selección uruguaya de fútbol 175 veces: un récord muy difícil de igualar. Ganó 83 partidos, empató 46 y perdió otros 46.

El mundo del fútbol, donde todo es esencialmente exitista y efímero, lo ha visto envejecer al frente de la celeste. Es una rara muestra de estabilidad y éxito.

Tabárez clasificó a la selección uruguaya a las Copas del Mundo en las cuatro ediciones en que la dirigió. La primera fue entre 1988 y 1990, cuando el equipo nacional, integrado por una generación sobresaliente, clasificó con holgura para el Mundial de Italia, en el que obtuvo el puesto 16º en 24.

Entonces su preparador físico fue el médico Esteban Gesto. Antes y después, Tabárez siempre se hizo acompañar por José Herrera Goicoechea, un preparador físico de 62 años originario de Paso de los Toros. Están juntos incluso desde antes de 1987, cuando ganaron la Copa Libertadores con Peñarol. Luego al cuerpo técnico nacional se sumarían Celso Otero, Mario Rebollo y Alberto Pan entre otros.

Algunas veces Tabárez estuvo por perder su puesto, como en 2009, y muchas otras se lo cuestionó por el juego poco vistoso y timorato de sus equipos. Pero difícilmente la cultura futbolística uruguaya, desde el fondo de los tiempos, haya permitido jugar a otra cosa que no sea la fiereza aguerrida, cierto orden compacto y el oportunismo. Es una parábola de la historia del país: lanza, sable y boleadora, con destellos de astucia y genio.

La selección uruguaya llegó a Sudáfrica 2010 en el último instante, tras grandes angustias, y sin expectativas. Entonces se produjo el milagro: creció hasta el cuarto puesto, después de algunos partidos memorables. Era un buen equipo, con algunos genios en ciernes, y con Diego Forlán en su apogeo.

Los uruguayos ya habían ajustado sus expectativas y valoraron el cuarto puesto como lo que era: una hazaña. Mucho habían cambiado las cosas desde aquel Mundial de México 1970, cuando la celeste obtuvo el mismo puesto y fue visto casi como un fracaso.

La Copa del Mundo Brasil 2014 fue agridulce: dos victorias conmovedoras ante Inglaterra e Italia y una eliminación inobjetable.

Y ahora será Rusia. El ciclo de Tabárez se extenderá entonces por al menos doce años. Sólo se le comparan Alberto Supicci, el primer entrenador campeón del mundo, quien dirigió a la celeste en dos etapas entre 1928 y 1941; y Juan López, otro campeón del mundo, que lo hizo entre 1949 y 1955. Pero la conducción de la selección uruguaya ha sido, en general, una larga serie de improvisaciones y ciclos efímeros.

Tabárez contó con los tres goleadores históricos de la selección nacional mayor: Luis Suárez (49), Edinson Cavani (39) y Diego Forlán (36). Héctor Scarone, quien ganó cuatro copas América, los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 y la Copa del Mundo 1930, les sigue en un lejano cuarto puesto.

Fue una gran fortuna para Tabárez contar con deportistas de esa talla; pero ellos también pudieron alcanzar esas cotas extraordinarias gracias a un "proceso" que aseguró una larga continuidad.

Tan o más importante ha sido la difusión implícita de valores: patriotismo sin boberías, juego limpio, deportistas correctos dentro y fuera del campo, declaraciones cuidadosas, proscripción del insulto y el golpe bajo. Buena parte de los uruguayos siente que, gracias al fútbol, el país trasciende más allá de la estrechez de sus fronteras. La autoestima anda por las nubes.

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