Economía y Empresas > OPINIÓN/ ÁLVARO DIEZ DE MEDINA

La ONU, Venezuela y Uruguay

Una vez más arrojamos un principio por la borda para quedarnos con chicanas: lejos de defender el estricto punto de la no ingerencia, optamos por escudarnos en patéticos sellos de goma
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21 de mayo de 2017 a las 05:00
Qué ocurrió el 17 de mayo en el Consejo de Seguridad de la ONU?La delegación de EEUU, encabezada por la embajadora Nikki Haley, solicitó que se convocara una reunión a puertas cerradas, a fin de presentar al cuerpo informaciones referidas a la situación política por la que atraviesa Venezuela.

"No estamos procurando", aclaró expresamente la embajadora Haley, "una acción del Consejo de Seguridad".

El argumento de la delegación estadounidense es el de que, a su juicio, el clima de inestabilidad que impera en Venezuela debería ser vigilado de cerca por la ONU y su Consejo, por temor a que el tiempo lo convierta en una situación de amenaza a la paz internacional, tal como las que se viven hoy en Siria, Corea del Norte, Sudán, Burundi o Burma.
Como se ve, a falta de un fundamento basado en los cometidos mismos del Consejo de Seguridad, EEUU apenas limitó el alcance del encuentro a ser una puesta a punto de la situación.
Los 14 miembros restantes del Consejo no fueron, por ende y tal como se inferiría de cierta cobertura de prensa, llamados a expresarse sobre cuestión alguna.

Ello no impidió, empero, que los directamente afectados por el encuentro hicieran su interpretación de los hechos: Venezuela advirtió que, con lucir inocua, la reunión era un primer paso en el camino de promover la ingerencia internacional en el conflicto que hoy divide a esa sociedad.Y le asiste en ello toda la razón.

No puede, a esta altura, caber una pizca de duda en cuanto a señalar que es en gran medida a causa de las reiteradas y erróneas interpretaciones del rol de la ONU en general y del Consejo de Seguridad en particular, en relación a conflictos nacionales, que ambos organismos han perdido pertinencia y utilidad.
El activismo bienhechor y bien pensante se ha convertido, así, en un obstáculo a las tareas pacificadoras y, a través de su ingerencia en los asuntos domésticos de los países miembros de la ONU, es hoy uno de los factores que ha restado relevancia a la acción multilateral.
El caso venezolano sirve, por lo tanto, de prueba de fuego de esta circunstancia. Allí, el gobierno despótico, venal y violento que se estableciera en 1999 ha cumplido su irreversible destino: el de empobrecer a su pueblo, pisotear toda norma, mantener presos políticos, militarizar la vida social y sumir en corrupción todos los resortes administrativos.

Incuestionablemente socialista en inspiración y prácticas, el chavismo se ha sostenido mediante el expediente de corromper a los ciudadanos con sus propios recursos, confiscados por una oligarquía ignorante y ávida. Y hoy que su mascarada se desnuda en hiperinflación, escasez, derrumbe de los servicios básicos y represión callejera, se encuentra finalmente enfrentado a la rebelión popular.

"La finalidad del gobierno", escribió John Locke en 1689, "es el bien de la humanidad. ¿Y qué es mejor para la humanidad: que el pueblo esté siempre expuesto a la ilimitada tiranía, o que los gobernantes puedan ser resistidos cuando hacen un uso exorbitante de su poder, y lo emplean para la destrucción, y no para la protección de las propiedades de sus súbditos?"

La respuesta que diera Locke a esta cuestión es tajante y válida: a los pueblos así oprimidos corresponde "clamar al cielo" su rebelión.
Y tal derecho a la rebelión no puede, de forma alguna, ser adulterado con el veneno de la ingerencia externa: en tanto el conflicto de hoy no altere la paz internacional, el resto del mundo debe abstenerse de intervenir en él.
Así como de intervenir se deberá abstener, quede bien claro, cuando llegue la hora del escarmiento.
¿Qué posición sostuvo Uruguay en relación a este tema en el seno del Consejo?

(Reiteremos: siendo la reunión meramente informativa, el país no fue llamado a expresar una posición).
De acuerdo a lo manifestado por el embajador uruguayo tras la reunión en New York, no defendimos, por cierto y sin atenuantes, el principio de no intervención en asuntos domésticos, cuando ellos no representan una amenaza a la paz o el orden internacional.

Muy por el contrario, expresamente se salvó la "capacidad (sic) de las Naciones Unidas", solo que se la antecedió, caprichosamente, por la de los organismos regionales, supuestamente mejor adaptados para comprender las complejidades del proceso venezolano. Y se citó, en tal sentido, a la Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Así, una vez más, arrojamos un principio por la borda, para quedarnos con las chicanas que tan mal nombre le dan a América Latina en general: porque, lejos de defender el estricto punto de la no ingerencia, optamos por escudarnos en dos patéticos sellos de goma.
Lo que oficia de diplomacia en Uruguay bien sabe que nada, nunca y en ningún caso, saldrá de relevancia de la Unasur o la Celac en relación al caso venezolano, como bien sabe que su amañada declaración deliberadamente omite mención alguna a la OEA, presumiblemente por ser el único ámbito regional en el que activamente se procura desautorizar al gobierno dictatorial de Venezuela. Ni la dictadura venezolana siquiera acompaña este gesto pilatuno: ha escudado sus crímenes en falsas mediaciones de la Santa Sede y de un ex presidente español afín a sus trapacerías.

(¿Qué es, pues, eso de enviarle el fardo a la Unasur, expresando al tiempo, como lo hacen los voceros oficialistas uruguayos, que la de la OEA es una intervención indebida?)
Nada en estas escuetas expresiones uruguayas puede, claro, esconder el hecho de que, pese a toda la molestia causada en el seno del frenteamplismo por la forma desembozada con la que Nicolás Maduro y sus compinches han desatado sus ataques contra el pueblo venezolano, todas y cada una de las fibras del régimen elevan las oraciones que no conocen por el sostenimiento de ese chavismo al que tan hermanado está en formas, objetivos y contenidos.
Que hace quince días se hayan comenzado a oir en Uruguay voces oficialistas en contrario no refuta este hecho: meramente lo maquilla, por auspicioso que ello resulte.

Es obvio, a esta altura, que el hasta ahora pacífico y poco activo pueblo venezolano ha despertado del tonto sopor con el que aceptara la imposición de la dictadura socialista, así como esa ingerencia activa en sus asuntos domésticos que, a la luz del día, perpetran sus aliados castristas.

Ha terminado, asimismo, por comprender que ha sido expoliado, empobrecido y embrutecido por una gavilla de brutos que activamente reclutara en su auxilio todo tipo de ávido parásito y oportunista de los que, desde el exterior, llegaran para robarle e injuriarle.

Y es obvio que los amigos de la libertad en el mundo entero querrían acudir en masa a socorrer a tantos hombres y mujeres que hoy demuestran, mediante la ofrenda de sus vidas, estar dispuestos a poner fin a la tiranía y a los tiranos.

Pero ello no puede ocurrir. Es a los propios venezolanos a quienes cabe esa faena. Nadie podría privarles de ese derecho, y nadie deberá interferir cuando ellos finalmente lo ejerzan, con todo el ciego rigor de los pueblos ultrajados, enterrando la pesadilla colectivista de la que hoy son prisioneros.

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