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La peor herencia K que recibió Macri es una sociedad populista

El presidente argentino inaugura el 1º de marzo el período de sesiones ordinarias en el Congreso
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27 de febrero de 2016 a las 10:49

Por Alberto Valdez*

De aquí al 1° de marzo, cuando el presidente Mauricio Macri inaugure con su discurso el período de sesiones ordinarias en el Congreso, continuará el debate dentro y fuera del gobierno sobre la conveniencia o no de contarle a los argentinos el calamitoso estado en que Cristina Fernández de Kirchner le entregó el país.

Hasta ahora hay muchas incógnitas y pocas certezas. Nadie discute, por ejemplo, que la herencia en las dependencias oficiales y ministerios es la más grave de la reciente historia democrática que inició el expresidente Raúl Alfonsín allá por 1983. Un análisis pormenorizado de cada una de las oficinas públicas permite inferir que la situación es prácticamente de tierra arrasada. “Además de la mala praxis en la gestión, en los últimos meses hicieron literalmente abandono del Estado”, dice un ministro de la nueva administración.

La otra certeza es que la amplia mayoría de los votantes de la coalición Cambiemos desea fervientemente que el jefe de Estado cuente la gravedad de lo recibido. Muchos lo reclaman porque consideran que solo de esa forma la sociedad podrá comprender que muchas malas noticias (aumento de luz y gas, devaluación) no son producto de “una supuesta perversión aneoliberal” de Macri, sino las consecuencias del campo minado que dejó Cristina. Consideran, incluso dentro del oficialismo, que si no se denuncian tantas irregularidades, el nuevo gobierno se haría cargo sin chistar de esa situación y la legitimaría.

Pero los influyentes Marcos Peña, jefe de gabinete, y el asesor ecuatoriano, Jaime Durán Barba, no están de acuerdo con esa movida. Creen que solo profundizará la brecha entre kirchneristas y antikirchneristas y ellos pretenden que Macri mire hacia adelante y exprese el futuro superando el debate del pasado reciente. Claro que también influye en esta postura la legitimidad que siguen teniendo muchas de las políticas públicas que impulsaron los K en la última década, de acuerdo a las encuestas que han llegado a los despachos más importantes de la Casa Rosada.

“Que hayamos ganado las elecciones presidenciales no significa que la sociedad haya dejado de ser populista”, dicen en el entorno del presidente argentino. Desde esa óptica se argumenta que la década kirchnerista tuvo un solo triunfo real y concreto: ganó la batalla cultural imponiendo su relato. Actualmente el difunto expresidente Néstor Kirchner, responsable de muchas de las bombas de tiempo que recibió el macrismo, goza de niveles de popularidad superiores al 70%, incluso entre los votantes más fieles del PRO.

Se percibe un fenómeno muy particular que genera restricciones políticas al presidente. Hasta la base electoral de Cambiemos aprueba políticas K como la de derechos humanos (pese a las graves denuncias de corrupción y cooptación que existen contra organizaciones como Madres de Playa Mayo) o la estatización de Aerolíneas Argentinas, una empresa desfinanciada y pésimamente gestionada por jóvenes de La Cámpora.

Culturalmente la mayor parte de la opinión pública quiere un “Estado presente y grande”. Y casi nadie quiere oír hablar de bajar el gasto público a pesar del déficit fiscal que le dejó Cristina a Mauricio, superior a 9 puntos del PIB. Evidentemente amplios sectores sociales quisieron cambiar en las urnas porque se mostraban agotados de los 12 años de kirchnerismo y el fuerte personalismo de la expresidenta. Pero no querían que la nueva gestión hiciera modificaciones de fondo al proyecto K.

El problema central de esta situación tiene que ver con la inviabilidad del modelo económico del kirchnerismo: no se puede mucho tiempo más barrer bajo la alfombra con una economía que hace cuatro años que no crece, ni crea empleo privado porque no hay inversiones, con una de las inflaciones más altas de la región y una presión tributaria histórica. Con esa perspectiva se hace más complicado financiar el gasto público sin recurrir a la emisión monetaria. Ni hablar de recuperar el mal servicio público en salud, educación y seguridad.

Por eso, Macri ha optado por un avance gradualista y no políticas de shock como pretenden en el mercado financiero y en el mundo empresarial. Está siendo pragmático: hace lo que puede y no lo que realmente le gustaría. Si se dejara llevar por esos cantos de sirenas más ortodoxos haría peligrar su gobernabilidad y es lo que desean fervientemente desde el kichnerismo para estigmatizarlo como “un presidente neoliberal e insensible que gobierna solo para los ricos”.

Además, un sector importante del 67% que lo aprueba (según mediciones confiables) dejaría de darle crédito porque muchos de ellos votaron a Daniel Scioli. Ni hablar de la actitud que adoptaría Sergio Massa, hoy su principal aliado en la oposición, el peronismo moderado que lidera el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, y los sindicalistas de los gremios más poderosos, como Hugo Moyano. Se cruzarían de vereda y empezarían a criticar muy duro al presidente y a su gobierno.

No cabe ninguna duda que Macri padece, como los DT de fútbol, el problema de la sábana corta. Si ataca mucho corre el riesgo de que le hagan un gol de contragolpe, y si solo se defiende, su equipo tendrá problemas para convertir. El presidente argentino quiere atacar pero sin ruidos ni fricciones que afecten su popularidad: la sociedad parece que se conforma con un empate.

* Periodista de FM Milenium 106,7 y columnista de Infobae.

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