Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

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La traición de Lupita y una lluvia de sangre

El poder del perro y Cártel, dos libros fundamentales para entender el México de las drogas
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09 de noviembre de 2015 a las 00:00

El narcotraficante mexicano Héctor Luis Palma Salazar, el Güero, cumple una condena de 10 años en una cárcel de alta seguridad de Estados Unidos. En sus tiempos, fue el fundador del cártel de Sinaloa, que tiene hoy como líder al archifamoso y multimillonario Joaquín Guzmán, el Chapo, al que 10 mil soldados buscan luego que escapó de una prisión mexicana de alta seguridad.

Antes, en sus comienzos, el Güero supo trabajar para el fundador del cártel de Guadalajara, Miguel Ángel Félix Gallardo, el capo de capos, como lo señalan los corridos mejicanos como el que acompaña esta nota.

El Güero estaba casado con una hermosa joven, Guadalupe Lejía, y tenía dos hijos de cuatro y cinco años. Como ocurre con todos los capos del narco, el Güero veía poco a su familia, ya que a pesar de los millones de dólares que tenía debía andar a salto de mata, de casa en casa para no ser ubicado por la Policía. Fue en esas ausencias que el esposo de su hermana, el venezolano Rafael Clavel, alias Buen Mozo, comenzó a seducir a Guadalupe. La esposa del narco se enamoró de Clavel y un mal día sacó varios millones de dólares de la cuenta personal del narco y huyó con Clavel y con sus dos hijos.

El Güero estalló en ira y rompió todo en una de sus casas, pero ni se imaginaba en qué iba a terminar esa historia ni que la traición de su esposa marcaría un antes y un después en la peripecia del narcotráfico mexicano.

En determinado momento, estando en un hotel en Estados Unidos, Clavel dejó los arrumacos de lado y, sin decir agua va, degolló a Guadalupe. Luego metió su cabeza en un recipiente con hielo y se lo envió por correo al Güero. Clavel viajó con los dos hijos de Guadalupe a Venezuela y los arrojó, primero a uno, luego al otro, desde lo alto de un puente conocido como el Viaducto. Y los filmó mientras los nenes caían y se reventaban contra el asfalto. Luego envió la grabación a el Güero, que enloqueció de dolor.

Expertos en el tema del narco llegaron a la conclusión de que Clavel era un sicario al que Félix Gallardo envió luego de comprobar que el Güero le había robado 300 kilos de cocaína.

Fue la primera vez que un narco se metía de esa forma con la familia de otro y la de Guadalupe fue la primera decapitación, una atrocidad que hoy es moneda común en México y de las que hay registros en el tétrico Blog del Narco.

El Güero le devolvió sangre por sangre. Mató a nueve integrantes de la familia de los Arellano, al abogado de Clavel y a tres hijos del sicario. Clavel, en tanto, fue degollado en la cárcel donde estaba, supuestamente por orden del Güero.

Esta historia es una de las tantas que aparecen reflejadas en dos libros del ex investigador privado Don Winslow (El poder del perro y Cártel). Winslow reviste la historia del narcotráfico en México con personajes de ficción pero basado en la realidad. Entre otras cosas, profundiza en el papel que la CIA tuvo en el crecimiento del flujo de cocaína y crack hacia las calles estadounidenses luego de un sucio negociado con los cárteles mexicanos para cambiar drogas por armas que terminaron en manos de la Contra que luchaba en Nicaragua contra los sandinistas. Hubo también armas para Irán con el objetivo de que el régimen de los ayatolas liberara a los rehenes estadounidenses que los persas tenían en su poder.

El relato de Winslow es crudo, directo y con los detalles a los que pudo acceder luego de entrevistarse con capos del narco, sicarios, pasadores de drogas, funcionarios corruptos y gobernantes de aquella época, fines de los 80 y comienzos de los 90, en que los narcotraficantes mexicanos empezaron a desplazar a los colombianos en el gran negocio de la cocaína y la heroína.

La lectura de estos dos libros, a pesar de su ropaje de ficción, ayuda a comprender un poco mejor el crecimiento del crimen organizado que llegó a comprar elecciones, asesinar futuros presidentes e incidir, por tanto, en la institucionalidad de al menos dos naciones.

Alguna vez escribí sobre este episodio pero va de nuevo: en un simposio de los tantos que se hacen entre Policías antidrogas, el director nacional de la Policía uruguaya le preguntó a su par colombiano cómo había ocurrido que los cárteles de la droga tuvieran tanto poder en ese país caribeño. El colombiano le respondió con una pregunta: “¿Y cómo es la cosa en Uruguay?”. El uruguayo le contó que en general era un país de paso de drogas pero que habían aparecido algunos laboratorios, que creció la cantidad de personas dedicadas al narco pero que aún no había cárteles formales y que el sicariato se estaba haciendo fuerte en determinados ámbitos aunque no era aún algo generalizado. “Bueno”, le dijo el colombiano, “así empezamos nosotros”.

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